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1 julio, 2015
por Pedro Hernández Martínez | Twitter: laperiferia | Instagram: laperiferia
“La arquitectura es una profesión peligrosa”.
Rem Koolhaas
La noticia corría por internet a la máxima velocidad que permite la red. Según diversos medios informativos de todo el globo, Kim Jong-un, el autoproclamado supremo líder de Corea del Norte, habría ejecutado al arquitecto del nuevo aeropuerto de Pyongyang por desacuerdos con el diseño del complejo.
La noticia puede no ser real y hay que tomarla, en principio, con cautela. Corea del Norte es uno de los países más opacos del mundo y casi toda la información que sale de allí lo hace deformada por el espejo mediático. Además, no sería la primera vez que se le ha acusado de una ejecución y, días después, la persona en cuestión ha aparecido en fotografías y medios –una información que, de nuevo, no otorga certeza de la verdad (1).
Volvamos al hecho en sí. Aunque no hay una versión oficial y algunos hablan de un caso de corrupción o de desperfectos en el diseño, se difundió el rumor que la ejecución se realizó por el desacuerdo estético que arquitecto y mandatario tenían en torno a la idea de belleza. No es la primera vez que sucede que un político imponga su propio criterio frente al del arquitecto. Stalin dejo al constructivismo en un segundo plano para crear el Palacio del pueblo en el metro de Moscú; más recientemente, en China se hablaba de prohibir la arquitectura fea; en el Reino Unido, el Principe Carlos criticaba la arquitectura moderna; y en España, entre bromas y pensando que estaba a salvo de los micrófonos, una destacada política aseguraba que “habría que matar a los arquitectos” porque “sus crímenes perduran más allá de su muerte”.
Cierto que entre el pensamiento y la acción existe un enorme trecho, pero los distintos casos exponen determinadas miradas ideológicas sobre cómo se debe construir la ciudad. Después de todo, no es descabellado pensar que la arquitectura es una de las manifestaciones más visibles de la política. Algo más evidente en el caso de los regímenes totalitarios, donde se convierte en la perfecta fachada tras la cual se ocultan los mandatarios. Un proyecto de Estado es, por tanto, inseparable de una arquitectura que lo construya y le de forma.
No hay que olvidar que, quizás por eso, Kim Jong-il, el padre del actual líder norcoreano y del que se dice escribió más de 1,500 libros en apenas tres años, redactó un tratado de arquitectura con 170 páginas donde se explica el papel que debe contar la arquitectura en su país y donde expone las relaciones que existen entre utilidad y la belleza en el hecho construido.
Según apunta Julian Worrall en el blog de Iconeye, “El documento consta de cuatro secciones: Arquitectura y sociedad, que analiza la importancia y el papel de la arquitectura; Arquitectura y Creación, que establece los principios de diseño; Arquitectura y Formación, donde discute la teoría estética; y Arquitectura y Orientación, que cubre calificaciones del arquitecto”. Desde este tratado, Kim Jong-il expuso su gusto por el simbolismo y la monumentalidad. “Pyongyang, según Kim la ciudad más bella del mundo, ha sido una lluvia de monumentos” (2). El más grande de éstos es el hotel Ryugyong, detenido varios años debido a la poca calidad del concreto utilizado, y que, de repente, reinició las obras y se acabó para erigirse como nuevo símbolo. Uno de los tantos desde los que reescribir la historia (y la ciudad) a golpe de imposición, creando pura imagen y propaganda ausente de profundidad (por mucho que Kim Jong-il dijera que “la verdadera belleza de la arquitectura no se encuentra en su forma externa, sino en su contenido”).
Así, no es de extrañar que aquellos diseños que obstruyan la imagen del Estado dictatorial impuesto desde el gusto personal del líder, sean descalificados o apartados. No existe una crítica detenida sobre el proyecto en sí, sino que queda reducida a un simple “es bonito o feo” o, directamente, un crimen (moral o real) que debe ser castigado.
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(1) Para más información sobre el papel de la fotografía en la construcción de la verdad, pueden leerse el libro El beso de Judas de Joan Fontcuberta.
(2) Este gusto monumental fue analizado alcanzando dimensiones delirantes en el proyecto A 7-Mile Rainbow for Kim Jong-il de Ben Masterton-Smith, donde imagina unos grandes arcos hinchables sin función alguna que cubrían la ciudad de Pyongyang | http://bldgblog.blogspot.mx/2011/12/7-mile-rainbow-for-kim-jong-il.html
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