Gobierno situado: habitar
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¡Felices fiestas!
4 junio, 2015
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
Un museo no es un edificio. Es una institución que resguarda, preserva, organiza, documenta, estudia, exhibe y promueve una colección. La biblioteca no es un edificio. Tampoco el teatro ni la escuela. Parece obvio. También parece obvio que un buen edificio puede hacer que el museo, la biblioteca, el teatro o el centro de investigaciones funcionen mejor, que tengan un mejor marco para realizar las actividades que requieren, que sean un escenario propicio para esos usos.
Yona Friedman se ha preguntado varias veces si es realmente necesario exhibir los objetos de interés dentro de un edificio. Seguramente no: se puede sacar el museo a la calle —no cualquier museo o no todo de cualquier museo, pero se puede. La biblioteca son los libros y ni siquiera los libros simplemente sino los libros abiertos al ser leídos y acaso tampoco los libros leídos sino lo que cuentan: Ray Bradbury imaginó una biblioteca hecha de hombres y mujeres que cada uno sabía un libro entero de memoria: la comunidad es la biblioteca. “Puedo tomar cualquier espacio vacío y llamarlo un escenario desnudo —escribió Peter Brook. Un hombre camina por ese espacio vacío mientras otro le observa, y eso es todo lo que se necesita para realizar un acto teatral. Sin embargo —continúa Brook—, cuando hablamos de teatro no queremos decir exactamente eso. Telones rojos, focos, verso libre, oscuridad, se superponen confusamente en una desordenada imagen que se expresa con una palabra útil para muchas cosas.” Y la escuela: la academia puede salir o, más bien, regresar al jardín, alrededor del árbol del conocimiento original bajo cuya sombra el maestro habla con sus alumnos.
En un libro reciente, Deyan Sudjic escribe que en nuestros días los museos, las más conspicuas de estas instituciones, ya no son lugares cuya misión principal sea conservar objetos valiosos ni tampoco tesoros nacionales, sino que se han convertido en focos de ocio, de renovación urbana y de espectáculo. En sí, eso no es necesariamente algo negativo. Pero el espectáculo no va desligado del negocio y los museos, en tanto instituciones, llegan a comportarse como compañías trasnacionales que exportan sucursales o autorizan filiales, mientras que los espacios físicos que ocupan están obligados a buscar mayor atención que aquello que cobijan. Los alcaldes y gobernadores de muchas ciudades, provincias o estados en el mundo, pensaron que esa combinación de franquicia exitosa y edificio excitante garantizaba la transformación de sus ciudades y a la larga de sus ciudadanos. ¿Algo ha fallado?
La creciente espectacularidad del contenedor no es mera ocurrencia de arquitectos ingeniosos y de alcaldes ambiciosos. Los directivos y encargados de esas instituciones también han decidido acercarse a esa zona donde el arte, la cultura y la enseñanza, al buscar seducir a un público cada vez mayor, generan cierta incomodidad. El éxito de una exposición medido en las redes sociales, como la Obsesión infinita de Yayoi Kusama en el Museo Tamayo en México o The Artist is Present, de Marina Abramovic, hace unos años en el MoMA de Nueva York, o la inclusión del trabajo de ídolos de la cultura pop, como más recientemente la exposición de Björk también en el MoMA, abren la puerta a la reflexión sobre las diferencias, sutiles, entre lo público y lo popular. ¿Cuál es el pueblo que se hace presente en lo pop? Paul B. Preciado, hasta hace poco director del Programa de Estudios Independientes del Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona, se preguntaba si el peso que las estrategias de crecimiento financiero y de marketing que han abrazado algunos museos contemporáneos con el fin de resultar rentables, pone en riesgo la posibilidad de transformarlos “en un laboratorio en el que reinventar la esfera pública democrática.” ¿Qué fue lo que cambió?, si algo realmente cambió. ¿Tiene el reclamo a lo popular y al espectáculo un tono conservador?¿No estaban ya las ciudades universitarias construidas en Latinoamérica a mediados del siglo pasado —con su vocación democrática, abiertas al pueblo, buscando ser populares y construir nuevos públicos— enmarcadas en una arquitectura espectacular?
En el número 72 de Arquine, presentamos proyectos que sirven de marcos para la cultura: escuelas, institutos, centros de exhibiciones, librerías, museos, teatros. Además interrogamos a curadores, directores de museo, críticos y artistas, sobre si la contraposición entre la idea de la caja vacía y neutra —la arquitectura como contenedor— y la del edificio icónico —la arquitectura como espectáculo— aún tiene sentido; sobre si cabe imaginar que al cambiar el espacio que da lugar a ciertas actividades culturales éstas también cambiarán y sobre si, recíprocamente, los espacios contemporáneos que acogen estas manifestaciones culturales han reflejado las transformaciones en los modos de producción y contemplación o consumo de las mismas.
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