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¡Felices fiestas!
15 enero, 2024
por Carlos Lanuza | Twitter: carlos_lanuza_
The world is just like that. Man is like that. If it wasn’t the Visit, it would have been something else. Pigs can always find mud.
Roadside Picnic, Arkadi y Borís Strugatski
La ciencia ficción es un género que he ido aprendiendo a disfrutar con el tiempo. Hay historias que se han vuelto referencias indispensables para mí, que son lugares desde los cuales he podido observar el mundo desde otra perspectiva. Un mundo feliz, 1984, o Fahrenheit 451 son grandes relatos que me han servido para entender determinados momentos históricos, y que han sido fundamentales para entender aspectos por completo diferentes de la novela tradicional.
Entre estas historias necesarias está Roadside Picnic (1972), escrita por los hermanos Strugatksi, una novela de ciencia ficción que superó muchos obstáculos burocráticos en la Unión Soviética de ese entonces. La influencia que ha tenido este libro es enorme, aunque muchas veces pase desapercibida: es tan indudable la repercusión que es posible observar en diferentes registros culturales. Una de estas repercusiones es la película Stalker (1979), dirigida por Andréi Tarkovski. El filme es una interpretación un tanto libre de la trama del libro, aunque los actores principales se ven representados en el largometraje: la Visita, la Zona y el Stalker. Estos tres elementos forman un triángulo a partir del cual pivotan ambas producciones, la del libro y la de la película.
La historia del libro se sitúa en un pasado cercano. Una inteligencia alienígena ha visitado la Tierra y no hay más información al respecto, excepto por la ubicación geográfica de las Zonas y de lo que se encuentra en ellas. Son espacios que han sido vallados para evitar riesgos aún desconocidos. Aparentemente la Tierra ha sido utilizada como un punto intermedio en un viaje, una especie de parada técnica que hizo esta inteligencia de camino a otro lugar, de ahí el nombre del libro. Las Zonas son los testigos de esta experiencia: fenómenos inexplicables ocurren dentro de ellas y a quienes las visitan, la humanidad está en shock. Los stalkers son personas que entran de manera clandestina en las Zonas para extraer objetos con propiedades especiales. A partir de esta premisa se desarrolla toda una reflexión sobre el futuro de la humanidad y su propia naturaleza.
En 2022, Víctor Muñoz Sanz y Alkistis Thomidou editaron Roadside Picnics, bajo el sello editorial de DPR-Barcelona, una consecuencia más que ha tenido el libro de los hermanos Strugatski. En este nuevo libro los editores se sirven de diferentes autores que, a la manera de los stalkers, nos traen piezas para ser observadas, para traficar con ellas diferentes posibilidades. Son estos objetos traídos de sitios extraños que hablan por sí solos, tienen vida propia y nos cuentan algo que va más allá de su mera descripción.
El relato de Julian Charrière sobre la visita al Polígono, una región de la estepa kazaka que la URSS. utilizó por muchos años como sitio de pruebas de bombas atómicas, nos transporta a un lugar muy cercano y nos hace entender de una manera sucinta el problema de un lugar secreto en el que el ser humano ensayaba con la muerte, matando a la vez a la tierra y a sus pobladores. O el viaje por la selva ecuatoriana y peruana descrito por Ana María Durán Calisto, que es tanto una denuncia social y ambiental como una aventura en sí misma. Son historias que nos hacen viajar, nos transportan a realidades tan lejanas a las nuestras, que es normal que nos olvidemos que para que algunos estemos cómodos, otros tienen que sufrir. Aún seguimos creyendo que el planeta en su idea global está dividido, y separado de manera física, por fronteras; lo que no terminamos de entender es que es el mismo ser humano que se divide y separa a sí mismo, pero todo está interconectado.
Roadside Picnics se enfrenta al ahora con una mirada al presente, ya no desde un punto de vista estilístico —como suelen escribir los teóricos de la arquitectura—, sino por medio de narrativas que trazan historias sobre los problemas actuales para empezar a digerir el hecho de que ya no solo vivimos y viviremos con el problema, el quid de la cuestión es que el problema ha existido desde la primera existencia de la humanidad y, como apuntan los Strugatski, mediante uno de sus personajes: el problema es la humanidad misma.
Pero, ¿cómo se relaciona esto con la arquitectura? ¿Cómo estas historias tienen algo que ver con la profesión, con lo que se enseña en las escuelas de arquitectura? La relación es diametralmente opuesta, es un espejo que devuelve una imagen que hasta ahora no se ha querido enseñar, es olvidarse de lo “estético” para interesarse por lo necesario. Es entender que nuestra profesión, hoy en día y en la mayoría de los casos, es mera cosmética, es maquillaje, es trabajo que sirve para la especulación financiera.
Mientras por un lado nos señalan con el dedo el horizonte de lo “estético”, con la otra mano nos toman para llevarnos a la construcción vacía e innecesaria, dura, material, que nace ruina ya, inhóspita y disfrazada de forma deliberada. Antes nos dedicábamos a imaginar utopías, ahora nos dedicamos a imaginar distopías disfrazadas de progreso, elitistas, redundantes, blancas, heterosexuales y normativas.
Al final, parece que estas novelas de ciencia ficción que tanto me costaba imaginar antes se empiezan a convertir en realidades contemporáneas que algunos llamarán alarmismo climático, pero que el día a día se encarga de reforzar obstinadamente. Quizás viene de ahí este interés que poco a poco se me ha ido despertando por este género.
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