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25 septiembre, 2015
por Pedro Hernández Martínez | Twitter: laperiferia | Instagram: laperiferia
Habrá quien diga que los premios no son lo más importante, pero tras el anunció de que el arquitecto fundador del estudio REX –y antiguo colaborador de OMA- Joshua Prince-Ramus ha ganado el Marcus Prize, otorgado por la Marcus Corporation Foundation en colaboración con la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Wisconsin-Milwaukee, no se puede decir otra cosa que, al menos, los premios sientan bien.
Por un lado suele haber una parte económica –en este caso bastante destacable, con 100,000 dólares– por otra se reconoce la trayectoria profesional de una persona o una firma que, en el caso del arquitecto estadounidense le honra como uno de los diseñadores que han tenido, al menos durante diez años, un liderazgo excepcional con su trabajo. Prince-Ramus apunta a ello: desarrolló trabajos como la Librería Central de Seattle (formando parte de OMA), el Wyly Theatre de Dallas (ya como REX pero en colaboración con OMA), el Vakko Fashion Center en Estambul o el, por terminar, Five Manhattan West en Nueva York.
Joshua Prince-Ramus es el sexto arquitecto en recibirlo, tras Winy Maas (2005), Frank Barkow (2007), Alejandro Aravena (2009), Diébédo Francis Kéré (2011) y Sou Fujimoto (2013). Parte de su trabajo se caracteriza por el uso de diagramas con una vocación bastante lúdica, que dan la impresión que realizar arquitectura puede ser un juego de conexión y combinación de formas (más o menos) simples. También destaca por el uso de filtros y pieles en fachada, algunas de ellas capaces de moverse para adaptar el interior de sus edificios al clima o movimiento del sol y conseguir un efecto dinámico sobre el exterior. Y es que la suya es una arquitectura pretendidamente espectacular, cuya intención es sobresalir y destacar en el paisaje urbano –cosa que, aunque en lo personal pueda no estar del todo de acuerdo, no es mala en sí misma, siempre y cuando sea una estrategia consciente. Un trabajo que desea tener una configuración cambiante; situación muy visible al revisar sus proyectos, llenos de elementos y dispositivos móviles y en muchos casos presentados en su web en formato de gif.
Por su parte, el jurado reconoció sus ejercicios de “diseño exuberante pero cuidadosamente considerado que poseen un significado cultural más amplio” y elogió su “invención tipológica”. Su trabajo, continúa el acta, “simboliza y ayuda a impulsar el redescubrimiento de las ciudades”. El objeto del premio busca ir más allá de la simple validación o acreditación de unas aptitudes y quiere enfocarse en la mejora de la ciudad de Milwaukee ayudándose del trabajo del arquitecto a través de la creación de su propio estudio de diseño en la universidad. Todo un reto.
Los premios llenan de elogios. Pocas veces se atreve alguien a cuestionar al premiado, pero también sirven una excusa para poner las cosas en cuestión; como le ocurrió a Zaha Hadid esta semana que en una entrevista por la reciente elección de la arquitecta iraní como ganadora de la RIBA Royal Gold Medal 2016 era cuestionada por una periodista por las muertes derivadas de la construcción de su estadio en Catar. Un evento que acabó con el enfado de la arquitecta y las disculpas públicas de la cadena BBC –donde se realizó la entrevista– por la falta de fuentes fiables para realizar esa acusación.
Luego hay premios que quedan incompletos, porque tienden a reconocer siempre la labor individual del arquitecto –cosa cada día más alejada de la realidad– en vez de la del conjunto. Eso recuerda como, décadas atrás, se premiara con el Pritzker sólo a Robert Venturi y no a Denise Scott-Brown o a Gordon Bunshaft en vez de a la firma SOM.
Y al final es que los premios son siempre incompletos y están, seguro, cargados de otras intenciones.
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