Sobre Antonin Raymond y su paso por México
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3 febrero, 2017
por Juan Manuel Heredia | Twitter: guk_camello
Quizás los últimos grandes ensayos de la tipología moderna del “salón de pasos perdidos” los encontremos –como de costumbre– con Le Corbusier. Entre los edificios parlamentarios diseñados por el arquitecto suizo, la salle des pas perdus constituye un elemento esencial cuya presencia obedece tanto a una tradición ya centenaria como sirve para subvertirla y generar algo distinto. Tal es el caso de su proyecto para el Palacio de la Liga de las Naciones en Ginebra de 1927, el primer edificio parlamentario de carácter mundial, diseñado junto a su primo Pierre Jeanneret, pero jamás realizado. Aquí, el salón de pasos perdidos se localiza al centro del edificio de la asamblea general, y se descubre una vez ingresando en él, subiendo por unas escaleras monumentales. Le Corbusier lo describe así:
“Subiendo las escaleras se abren los pasos perdidos que se extienden a ambos lados de la sala [de asambleas] bajo las gradas de la tribuna hasta el pabellón del Presidente (…) Estos amplios pasos perdidos se abren completamente al Jura y se encuentran, a izquierda y derecha, bajo los dos grandes muros de cristal de la sala de asambleas. Aquí, los muros de cristal son límpidos: el paisaje irradia; del lado del ambulatorio izquierdo el lago superior y Saboya; del lado derecho Ginebra y el Salève.”(1)
Es difícil hacerse una idea clara de este espacio ya que no existe ningún dibujo que otorgue una visión tridimensional del mismo.(2) Por ello es necesario recurrir a cortes, plantas y vistas exteriores si es que se quiere reconstruir o imaginar. A pesar de esta ausencia resulta evidente que para Le Corbusier el salón de pasos perdidos constituía un elemento esencial de su edificio, y en un corte esquemático que consideraba de “importancia arquitectónica capital” para comprender su proyecto, escribe:
[El corte] muestra –de la A a la C– las diversas sensaciones arquitectónicas experimentadas por el visitante: la cadencia de los sucesivos volúmenes, el muelle y la cubierta que lo protege, el tambor de entrada, el vestíbulo y los Pasos Perdidos, el Pabellón del Presidente y por último la Gran Sala. Uno pasa de una vista del Jura (en el muelle) a una del lago (los pasos perdidos) para culminar en la claridad suave pero total de la Gran Sala con sus paredes de vidrio que no son transparentes sino translúcidas … y el nivel del lago desempeña un papel arquitectónico eminente.(3)
En esta descripción el vestíbulo y los pasos perdidos son concebidos como un solo espacio, y el corte de hecho enfatiza esta unidad –así como su importancia– con un achurado que se extiende de la entrada hasta el pabellón del presidente (dibujado aquí sobre el lago). Las letras A, B y C indican una secuencia clara y jerárquica que va del “muelle” (el acceso vehicular con su gran pórtico) hasta la sala de asambleas y en donde los pasos perdidos constituyen el elemento que conecta el inicio y el final del recorrido. A diferencia de los tradicionales salones de pasos perdidos, el propuesto por Le Corbusier no ocupa una posición fija al centro de la composición, ni está delimitado por cuatro muros, sino que se extiende en profundidad debajo de las tribunas y se bifurca engrapando a la asamblea como un anillo o salvavidas. En su transición de vestíbulo a corredor el espacio se comprime escalonadamente pero de forma dramática, transformándose de un espacioso vestíbulo de triple altura en un ambulatorio amplio pero muy bajo, cuyo techo es casi posible alcanzar con las manos. Para aliviar esta compresión, Le Corbusier proponía que un largo ventanal corriera paralelo al ambulatorio, expandiendo el espacio lateralmente y haciendo que el paisaje “irradiara”. Aquí Le Corbusier recurre avant la lettre a la simbología de su “Ciudad Radiante”, un concepto que en palabras de Flora Samuel es “central” en la comprensión de su –igualmente crucial– promenade architecturale (“paseo arquitectónico”).(4) Efectivamente, la secuencia propuesta por Le Corbusier es una de las primeras formulaciones de este último concepto que, como también explica Samuel, si bien podría originarse en la noción académica de la marche (“recorrido”) la trasciende, entre otras cosas, al renunciar a las simples vistas en perspectiva. Es más, en la medida en que el proyecto del Palacio de la Liga de las Naciones representó la primera ocasión en que Le Corbusier se enfrenta al reto de trasponer sus ideas sobre la arquitectura moderna a un edificio de carácter público e institucional de importancia mayúscula, lo que presenciamos es la primera aplicación de la promenade a una escala monumental.
A pesar de lo obvio que resultaría un simple recorrido A, B y C, la secuencia propuesta por Le Corbusier no era primordialmente recta ni axial, sino oblicua y “radiante”. Las “diversas sensaciones arquitectónicas” señaladas por él, consistían en una serie de espacios que se descubrían mediante giros súbitos o sutiles y que se comprimían y expandían para generar claros, rincones o áreas de tránsito. El recorrido tampoco implicaba un clímax único, sino que, dependiendo de las circunstancias, este podía terminar en la sala de asambleas, en la terraza superior (con vista circundante al paisaje) o en el pabellón del presidente (al borde del lago). La sala de asambleas, sin embargo, era para Le Corbusier la verdadera culminación de su promenade y el lugar en donde su fe en la ideología de la ilustración se hacía patente. Se trataba de un espacio totalmente hermético envuelto en una capa doble de cristal opaco que generaría una luz homogénea tanto de día como de noche y crearía una atmósfera casi celestial al interior (una “claridad suave pero total”). De noche, y desde afuera, el edificio se asemejaría a una stadtkrone expresionista; un volumen que al emanar su propia luz simbolizaría, como lo afirma Kenneth Frampton, “la sabiduría y diligencia con que las deliberaciones nocturnas de la Liga de las Naciones garantizarían la seguridad del mundo entero”.(5) El carácter “radiante” del proyecto no solo se expresaba de forma visual sino también acústica debido al concienzudo estudio que Le Corbusier llevó a cabo (con la asesoría de Gustave Lyon) para que la voz de los oradores llegara de forma radial al techo y este la hiciera llegar con precisión a cada rincón de la sala.
Los muros opacos pero translúcidos del auditorio contrastarían con el ventanal transparente del salón de pasos perdidos. En el corte arquitectónico del edificio de la asamblea, el salón de pasos perdidos ocupa el nivel “V” y aparece justo arriba y a la derecha de las escaleras, para después desaparecer detrás del auditorio, y nuevamente aparecer en el momento en que se conecta con el pabellón del presidente. Al lado de este dibujo, Le Corbusier incluyó un corte por fachada en el que puede tenerse una idea más clara de la compresión espacial antes mencionada. En él se muestra a dos diplomáticos de pie, uno caminando en dirección al pabellón del presidente y otro descansando de las sesiones, contemplando el paisaje (Ginebra y el Salève) con el pecho inflado, como si con ello recargara la energía necesaria para regresar a la asamblea. En este momento de inspiración literal (tomar aire con los pulmones) la idea de la arquitectura radiante adquiere un carácter biológico y espiritual.
Quizás la razón por la que Le Corbusier no se molestó en dibujar una vista interior del salón de pasos perdidos se deba a que ese espacio ya lo había representado en múltiples ocasiones con anterioridad – aunque no precisamente para este edifico. En efecto, el ambulatorio de Ginebra recreaba una tipología con la que el arquitecto suizo estaba especialmente obsesionado: los pasillos de cubierta de los trasatlánticos. Este motivo espacial, capturado en sus croquis de viaje, fue muy importante para él, tanto que sirvió de ilustración para la portada de Vers une Architecture (y en cuyas páginas aparece bajo el nombre long promenoir). Se trata de un corredor percibido frontalmente pero que, gracias a una larga apertura lateral, genera una fuerte tensión con un paisaje percibido de manera oblicua.
El prototipo de la “arquitectura radiante” para Le Corbusier era el Partenón de Atenas, un edificio que “disparaba líneas de forma radial como si provinieran de una explosión”.(6) Su propuesta para el Palacio de la Liga de las Naciones hace honor a esta idea, no solo por las referencias visuales, acústicas y aéreas ya mencionadas, sino también por lo sutil de su emplazamiento, un aspecto no muy apreciado de este proyecto. Localizado en el parque Mon Repos, justo al norte de la ciudad, el edificio reconoce y enriquece el sitio mediante dos principales operaciones arquitectónicas y urbanas. En primer lugar alinea el edificio del secretariado con la trama urbana de Ginebra y, al replicar su orden reticular, establece un diálogo con ella. Le Corbusier de hecho visualizaba extender el boulevard Wilson (el principal paseo por la ciudad) a través del parque y conectarlo con el camino a Lausana. Es este otro de los grand travaux en los que Le Corbusier implicaba o conminaba a realizar reordenaciones urbanas mayores.(7) En segundo lugar, el proyecto enfatiza la condición de península del sitio, no solo a través del obvio gesto barroco del pabellón del presidente, sino mediante la sutil acotación del terreno hecha por el cuerpo largo del secretariado, y la bisección ortogonal de la península hecha por el eje del edificio de asambleas que le otorga una más categórica orientación a ese edificio. La geometría y posición de esta estructura establecía una serie de relaciones visuales que la convertían en una especie de faro ejerciendo su influencia sobre el entorno y a la vez concentrando las fuerzas de este al interior. En su búsqueda constante de un vocabulario que expresara mejor sus ideas, Le Corbusier encontraría años más tarde metáforas igualmente ricas y misteriosas para designar estrategias similares de dialogo recíproco entre arquitectura y emplazamiento: “acústica plástica”, “espacio inefable” etcétera. Bajo la frase “acción de la obra, reacción del sitio”, el arquitecto suizo propugnaba por una arquitectura no solo radiante sino reverberante.(8)
En su libro sobre la Promenade Architecturale Flora Samuel se hace la siguiente y muy pertinente pregunta: “Si para Le Corbusier un edificio radiante como el Partenón, irradiaba sus líneas hacia el horizonte ¿Qué significación tiene esto para la promenade? ¿En dónde, efectivamente, inicia y termina?”(9) Su respuesta, un tanto indirecta, sugiere que “el sitio” no era algo predeterminado y estable para Le Corbusier sino solo definido o más bien redefinido por la arquitectura misma, y que sus “límites” eran todas aquellas cosas que se encontrarían a su alcance o dentro sus horizontes.(10) En este sentido la promenade architecturale no es tan sólo una ruta previamente definida por el arquitecto sino cualquier ruta construida por los usuarios gracias a las correspondencias establecidas entre el sitio y el edificio, y entre este y sus partes. El salón de pasos perdidos del Palacio de la Liga de las Naciones desborda su propia historia como tipología, y se entronca con las más importantes búsquedas espaciales de la arquitectura del siglo XX.
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