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Columnas

Los pasos perdidos (II)

Los pasos perdidos (II)

27 enero, 2017
por Juan Manuel Heredia | Twitter: guk_camello

Captura de pantalla 2017-01-27 a las 12.11.31 p.m.Carlo Scarpa, Museo Castelvecchio, Verona, 1958-64 (Servizio fotografico, Venezia, 1960 / Paolo Monti).

 

En la explicación de su “jardín de los pasos perdidos” para el museo Castelvecchio de Verona, Peter Eisenman evocaba la figura de Carlo Scarpa y alegaba que su diseño rememoraba metafóricamente los pasos de ese arquitecto italiano. Aunque Eisenman no lo mencionaba, y quizás también lo ignoraba, el concepto de los “pasos perdidos” fue muy importante para Scarpa. Un alumno suyo, Marco Frascari, cuenta y elabora así:

Al revisar los trabajos de sus estudiantes, Carlo Scarpa siempre sugería que a los requerimientos funcionales del programa añadieran lo que llamaba “Passi Perduti” (Pasos perdidos). Los Pasos Perdidos permiten la participación en acciones con sentido y significación. Le otorgan al usuario de un espacio una comprensión de su lugar en el mundo. Los pasos perdidos abren un claro al interior de la densa “arboleda” funcional de cualquier edificio, un Spielraum [“juego” u holgura espacial]. En Italia el lugar más conocido con la denominación passi perdutti es el gran corredor que antecede al Salón de los Miembros del Parlamento en el Palacio de Montecitorio. Un corredor análogo con el mismo nombre -en tres lenguas distintas- es el que antecede a la Asamblea Federal del Parlamento Suizo en Berna. En alemán suizo se le denomina Wandelhalle, o Salón de Cambios. En Francia, un Salle des Pas Perdus conduce a los tribunales de muchos Palaises de Justice. Es también el nombre usado para designar las grandes salas de espera antes de dirigirse a las plataformas de los trenes en la Garde de L’Est en París. De orígenes masónicos el área de Passi Perdutti es una zona de transición llena de evocaciones reflexivas [thought-full transition area]. Se trata del nombre de la antesala de los Templos y es el lugar donde los masones deben dejar su metafórico “metal” debido a que su ausencia al interior del templo conducirá a una calma interna que es el mejor estado para los trabajos en él. Renunciar al metal en el Salón de Pasos Perdidos es renunciar a los asuntos mundanos que distraerían a los participantes si es que fuera introducido al templo.”(1)

Esta elaboración del concepto scarpiano de los pasos perdidos enfatiza la importancia práctica y cultural de los lugares indeterminados y sin función específica en la creación de escenarios para la reflexión y -más allá de los supuestos orígenes masónicos del término- la irrupción de lo insospechado, lo sorprendente y lo lúdico. La metáfora del “claro en la arboleda” es también una apología a la apertura (física e intelectual) en la arquitectura que comparte mucho de las críticas –algunas veces engañosas- al funcionalismo “ingenuo” y las defensas de la complejidad y lo “eventual” que se han venido dado desde mediados del siglo pasado. Pero a pesar de esta riqueza semántica y diversidad tipológica, los salones de pasos perdidos siguen identificándose mayormente con la arquitectura parlamentaria y judicial. Se trata de los espacios en donde jueces y representantes salen de sus tribunales y asambleas para enfrentarse o en su caso retraerse o confundirse con un público atento a sus deliberaciones y veredictos. Su amplitud, altura e itinerarios específicos permite una gran variedad de actividades, desde el descanso, la relajación y la concentración, a los momentos de encarar a periodistas y cámaras televisivas, pasando por encuentros y diálogos más discretos entre personas y grupos de poder. En inglés el término lobbying captura bien el carácter de estas últimas situaciones al referirse a las conversaciones -muchas veces turbias- en que individuos y corporaciones pretenden influir sobre jueces y representantes.

Captura de pantalla 2017-01-27 a las 12.11.41 p.m.Liborio Prosperi, El lobby de la cámara de los comunes, 1886.

 

En 1886 el artista italiano Liborio Prosperi pintó una escena del lobby de la Cámara de los Comunes del parlamento inglés en la que de forma caricaturesca representaba la atmósfera enrarecida de esos espacios. La práctica del “cabildeo” (su sinónimo castellano) es igualmente generalizada en los países hispanohablantes, y por supuesto existen los recintos para que esto suceda. De Madrid a Montevideo pasando por La Habana, Lima y Buenos Aires, uno encuentra suntuosos salones de pasos perdidos en los edificios legislativos y judiciales del mundo hispano. Por alguna razón los edificios legislativos de México no tienen (o no han tenido) muchos espacios explícitamente designados con ese nombre, aunque sí vestíbulos, corredores, patios y plazas que hacen las veces de ellos.(2)

   

Captura de pantalla 2017-01-27 a las 12.11.49 p.m.Émile Bénard, Proyecto del Palacio Legislativo Federal de México, 1904. Perspectivas del salón de pasos perdidos.

 

México, no obstante, iba a contar en su momento con uno de los más grandiosos “salones de pasos perdidos” de todo el mundo. En efecto, el truncado proyecto del Palacio Legislativo Federal contemplaba, desde la convocatoria de su concurso, un amplio salón de pasos perdidos colocado en un lugar central y preeminente del edificio y que se recomendaba fuera “el local más ricamente decorado de todo el Palacio.”(3) En la polémica que se desató tras el veredicto del jurado el arquitecto Antonio Rivas Mercado ofreció la siguiente definición de un salón de pasos perdidos:

“La sala de pasos perdidos en un palacio legislativo no es sino un gran salón de desahogo, donde los miembros del parlamento descansan de las fatigas de las sesiones, se pasean, conversan formado corillos entre sí o con los personajes que ocupan las tribunas; tiene pues el mismo papel que el foyer de un teatro. ¿Con cuánta razón el programa expedido para el concurso del palacio legislativo en México lo exigía común a ambas cámaras y que fuera el motivo principal y el ornamentado con mayor suntuosidad del edificio”.(4)

A pesar de ir en contra de las recomendaciones de Viollet-le-Duc en cuanto a la suntuosidad de esos salones (al menos en lo que toca a los palacios municipales) la jerarquía y centralidad requerida por el concurso y avalada por Rivas Mercado era ya una constante tipológica de la arquitectura parlamentaria occidental. Su analogía con los foyeres de los teatros tampoco era gratuita ya que ambos espacios (el teatro y la asamblea) se asemejan formal y funcionalmente, y muchas veces han compartido las mismas sedes, aunque cada uno, por supuesto, requiere distintos niveles de decoro o “carácter”. Es más, tanto los teatros como los tribunales y asambleas tienen un mismo origen en los centros urbanos de la antigüedad; y así como la tragedia puede representar la experiencia humana en el ámbito cívico, la vida política posee su propia dimensión de “drama”.(5)

Captura de pantalla 2017-01-27 a las 12.12.00 p.m.Reconstrucción hipotética del “Edificio D” o sala hipóstila de Hattusa. Siglo XIII AC (Dibujo de Kurt Bittel).

 

Quizás los antecedentes más antiguos de los salones de pasos perdidos sean las grandes salas de audiencia o salas de trono de los palacios mesopotámicos y egipcios. La amplitud de esos espacios permitía que actividades distintas se desarrollaran de forma simultáneamente sin por ello perturbarse mutuamente. En el caso egipcio era común que se recurriera a la tipología religiosa de la “sala hipóstila” creándose verdaderos bosques de columnas que parecían multitudes humanas. Las posteriores salas hipóstilas hititas y apadanas persas no eran más que variaciones sobre esa misma tipología. Dentro de esa gran tradición los griegos concibieron diversos espacios de reunión para usos cívicos, rituales y de “entretenimiento”: Telesterion, Tersilion, Ecclesiasterion, Odeón, Theatron, Bouleterion, etcétera; este último (junto con el Pnyx) el lugar en donde se formalizaron las prácticas de la representación política ateniense sustituyendo -pero no del todo desplazando- al Ágora y sus estoas, los espacios cívicos griegos por excelencia y de donde todo esos lugares especializados provenían.(6) Pero sin duda el antecedente más claro de los salones de pasos perdidos son las grandes basílicas romanas, edificios que eran ellos mismos tribunales y cuyas naves se utilizaban como espacios de tránsito y encuentro formal e informal; aunque las grandes termas romanas -con sus altas bóvedas de arista- representan un referente formal más claro y en su momento sirvieron de modelos a las propias basílicas.

Captura de pantalla 2017-01-27 a las 12.12.11 p.m.Basílica de Majencio y Constantino, Roma, 312 DC. Perspectiva.

 

A final de cuentas todas esas tipologías se han sedimentado, fragmentado, fusionado y transformado a lo largo del tiempo, derivando entre otras cosas en los “salones de pasos perdidos” de los edificios públicos modernos. Y en efecto existe algo muy moderno en esos espacios, tanto en su experiencia como en su nombre, con su sentido de extravió, anonimato y movimiento constante. Aludiendo al lado obscuro de la indeterminación funcional, Alejandro Hernández Gálvez comenta que las salas de pasos perdidos bien pueden ser el prototipo de los espacios de tránsito, circulación y distribución de la metrópolis moderna, espacios que en su creciente e invasiva presencia en la lógica de la ciudad han afectado la existencia misma de “los espacios dedicados a todos los otros propósitos públicos, haciendo de cualquier lugar un espacio de paso” y derivando en los “no lugares” de los que habla Marc Augé o los “espacios vectoriales” señalados por Iñaki Ábalos y Juan Herreros. En este escenario el Spielraum o “claro en la arboleda” de Scarpa -así sea para la introspección, la sorpresa o la intriga política- no encuentra lugar alguno.

Captura de pantalla 2017-01-27 a las 12.12.18 p.m.McKim, Mead and White, Pennsylvania Station, Nueva York, 1904-1910 (Library of Congress‘s Prints and Photographs division. ID: ds.04712).

 


 

  1. Marco Frascari, “De Beata Architectura: Places for Thinking” en Paul Emmons, John Hendrix y Jane Lomholt editores, The Cultural Role of Architecture (Londres y Nueva York: Routledge, 2012), 89-90.
  2. Axel Arañó coordinador, Arquitectura parlamentaria en México: dos siglos de recintos para el diálogo (ciudad de México: Secretaría de Educación Pública, 2010).

  3. Martha Olivares Correa, Primer director de la Escuela de Arquitectura del Siglo XX. A propósito de la vida y obra de Antonio Rivas Mercado (ciudad de México: Instituto Politécnico Nacional, 1996), 94.

  4. Antonio Rivas Mercado, “El Palacio Legislativo Federal – II”, en El arte y la ciencia, vol. 2, No. 1 (ciudad de México, Mayo de 1900), 28.

  5. Sobre la “teatralidad” de los parlamentos ver Deyan Sudjic “Arquitectura parlamentaria. Una visión general” en Arquitectura parlamentaria en México op. cit. 19-27.

  6. Un recuento sintético de muchos de esos espacios en D. S. Robertson, Greek and Roman Architecture (Cambridge: Cambridge University Press [1929] 2ª edición 1943), 163-185.

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