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Columnas

Los motivos de Juan O’Gorman. A 35 años del documental sobre su vida y obra

Los motivos de Juan O’Gorman. A 35 años del documental sobre su vida y obra

6 febrero, 2023
por Carlos Rodríguez

Se cumplen 35 años del estreno de Como una pintura nos iremos borrando, de Alfredo Robert, que aquí cuenta su relación con O’Gorman y el largo proceso para hacer la película  

De joven, a Alfredo Robert le fascinaba una obra exhibida en el Museo de Arte Moderno, el cuadro de un hombre que se había pintado múltiples veces. Su madre, que era muy buena observadora, estaba cautivada por el enigma de la representación. “¡Qué original! ¡Qué atrevido! Yo creo que es él mismo el que se está pintando”, le decía a su hijo. “Mi padre era ingeniero civil, trabajaba con Carlos Lazo, que coordinó la construcción de la Ciudad Universitaria (CU) y después de la Secretaría de Comunicaciones y Obra Pública (SCOP). Resulta que el señor del autorretrato era el mismo que había hecho los mosaicos con piedras de colores de la biblioteca de la universidad y del centro SCOP. Así logré ubicar a un artista completo llamado Juan O’Gorman”, confiesa el cineasta mexicano Alfredo Robert.

En 1987 Robert presentó el documental Como una pintura nos iremos borrando, el único registro en película de O’Gorman. La gestación del filme fue larga. Era 1981 cuando Robert frecuentaba a Diego López, nieto de Diego Rivera, que vivía en San Ángel, en el barrio de Altavista, por las calles de Calero y la que ahora lleva el nombre del muralista mexicano. “Un día, estando por ahí, apareció un viejito con bastón, barba blanca y un sombrero de paja —recuerda con gracia el director— que sin duda parecía un pintor y no un burócrata. Diego lo saludó. ¿Quién es?, le pregunté. Contestó que era Juan O’Gorman. ¡¿Juan O’Gorman está vivo?!, le dije sorprendido”. Luego de concluir sus estudios en el Centro de Capacitación Cinematográfica, Robert fue a tocar a la casa del artista, en la calle de Jardín #10, también en el barrio sureño. “Él mismo me abrió la puerta, me pasó a su casa. Ya ese día platicamos horas. Le daba cierta risa que yo quisiera hacer una película sobre él, dudaba que a alguien le importara la historia de un viejo”.

O’Gorman fue un hombre de ideas, un artista poliédrico y un pensador crítico. Estudió arquitectura, pero decepcionado abandonó la profesión para dedicarse a pintar porque, como dice en Como una pintura nos iremos borrando, “para poder hacer arquitectura hay que ser un hombre de negocios”. Si algo atraviesa la historia de O’Gorman es la tristeza por la cantidad de obra destruida tanto en su faceta de muralista como la de arquitecto, que lo afectó profundamente. Alfredo Robert hace el recuento: sus primeros frescos realizados en varias pulquerías, murales de un salón bar cerca de la Alameda central y de una de las escuelas que proyectó con las ideas del funcionalismo, así como los que hizo para el Aeropuerto Benito Juárez, que fueron borrados, y la casa cueva con la que cerró el ciclo de su visión arquitectónica.

Como figura capital del arte mexicano del siglo XX, O’Gorman cambió el paisaje de su época con su visión vanguardista. A Diego Rivera, a quien consideraba su maestro, y a Frida Kahlo, su gran amiga, les propuso una manera distinta de vivir a través de las casas funcionalistas que proyectó para ellos en Altavista que causaron horror en la sociedad renuente al cambio, defensora de la construcción tradicional. En la casona de piedra que está frente a esas casas, que ahora conforman el Museo Casa Estudio Diego Rivera y Frida Kahlo, el arquitecto Manuel Parra le dejó un mensaje a O’Gorman. Broma u ofensa, se trata de un hombrecillo labrado que enseña las nalgas. Como jefe de la oficina de construcción de edificios escolares, el arquitecto cambió la configuración de las escuelas públicas a través de las ideas del funcionalismo. Es imposible imaginar la Ciudad Universitaria sin los murales de la biblioteca. Tampoco hay que olvidar el fresco sobre la historia de Michoacán de la Biblioteca Gertrudis Bocanegra en Pátzcuaro que es, quizá, su obra maestra. 

Todos estos aportes, sin embargo, no fueron suficientes cuando Alfredo Robert buscó apoyo para hacer la película. “Estaba convencido de que mi idea iba a fascinar a todo el mundo, pero no fue así. A ninguna institución, incluida la universidad, le interesó. Siempre era el muchacho que insistía con su proyecto aquí y allá. Se lo dije, a nadie le importa, me recordó Juan. Hice un guion en el que anoté frases de O’Gorman que llegó a manos de Margarita López Portillo, al frente de la Dirección General de Radio, Televisión y Cinematografía (RTC), que se indignó porque en él Juan decía que no quería a su padre, lo cual era cierto. Eso no cabía en la moral de la hermana del presidente”.

Durante todo 1981 Robert visitó a O’Gorman. Se volvieron cercanos. El pintor le regaló su autobiografía, editada por Antonio Luna Arroyo en 1973. “En realidad yo sabía muy poco sobre él, mi arrojo al acercarme era el de un joven impetuoso. Poco a poco fui conociéndolo. A O’Gorman le gustaba mucho la poesía, se sabía de memoria varios sonetos de Sor Juana, tenía memoria de actor. Incluso tuvo unos intentos poéticos muy malos. Era amigo de Pellicer, a quien le dio a leer sus poemas, pero el poeta tabasqueño le dijo con cariño que mejor siguiera pintando. Conoció a León Felipe cuando a ambos les entregaron el Premio Elías Sourasky e incluso le recitó uno de sus poemas. Le gustaban los surrealistas: Carrington, Varo, Buñuel, los excéntricos europeos que vivían en México. A través de Rivera conoció a Breton, pero no simpatizaron, y a Trotski, con quien platicó sobre Tolstói; Juan era experto en la obra del escritor ruso, también en las de Gógol y Dostoievski”. 

Fue hasta la muerte de O’Gorman, que se suicidó el 18 de enero de 1982, que se despertó el interés por el proyecto fílmico. Alfredo Robert apenas había filmado un par de rollos que eran una muestra para conseguir dinero y financiar la cinta. En la Navidad de 1981 el cineasta le habló por teléfono para felicitarlo. Este le dijo que “el año entrante todo va a ser diferente”. La madre de Robert le informó de la noticia del deceso. Con el tiempo el cineasta se enteró que O’Gorman llamó a Ángela Gurría, otra gran amiga suya, para despedirse pero ella no estaba en casa. El hijo de la escultora, que atendió la llamada, pensó que simplemente se iba de viaje. 

“Al morir me dejó la tarea de hacer la película —dice el cineasta—, ya no fue posible entrevistarlo en CU y en el Castillo de Chapultepec, donde está uno de sus murales más conocidos. Si las cosas se hubieran hecho como las planeé quizá el documental sería más frío y más didáctico, tal vez no tendría la fuerza del hombre que dice a la chingada, que se despide de la vida y renuncia a la decrepitud y la enfermedad. En la película está, de alguna forma, la confesión de los motivos que tuvo O’Gorman para quitarse la vida”.

 

Cinco años después se estrenó Como una pintura nos iremos borrando, producida por la Coordinación de Difusión Cultural y la Dirección de Actividades Cinematográficas de la UNAM. En 1988, es decir hace 35 años, ganó el premio Ariel de mejor largometraje documental. La película no ha perdido fuerza porque no se contenta con abordar las facetas artísticas de O’Gorman —el mismo Robert reconoce que en aquel momento sabía muy poco de sus contribuciones como arquitecto— sino que interna al espectador en su intimidad. Es un documento muy importante, un retrato único en el que el director logró captar el sarcasmo pavoroso de O’Gorman, sus risas e ironías, su brillante capacidad crítica, y la pérdida de la ilusión —que mantiene a la gente con vida— que lo llevó al desencanto. 

Como una pintura nos iremos borrando se presentó en octubre en el ciclo de cine Casa (Ciclo de Cine, Comunidad, Arquitectura, Sociedad y Aprendizaje) en la ciudad de Monterrey.  

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