Hugo González Jiménez (1957–2021)
Hugo González Jiménez nació en Guadalajara en 1957. Se inscribió en la Escuela de Arquitectura del Iteso hacia 1975 y [...]
30 julio, 2018
por Juan Palomar Verea
Cada acción efectuada en el contexto urbano conlleva consecuencias, impactos. En todas las escalas, el complejo organismo que es la ciudad va desarrollando su vida a partir de las iniciativas de sus habitantes, o respondiendo también al medio físico, sus evoluciones y mudanzas. Los modos de edificar las diversas construcciones requeridas por el asentamiento humano atienden, desde sus orígenes, a las características del suelo, a la disponibilidad de materiales y su idoneidad, a las técnicas constructivas heredadas de la tradición y adaptadas a los nuevos contextos. Esa fue la ciudad que se construyó por siglos, cuando aún cada localidad dependía casi exclusivamente de los medios propios, de los saberes de sus moradores.
Un rasgo esencial que distinguía la disposición urbana de nuestra ciudad a través de los primeros siglos fue la natural acordación con las particularidades del territorio, sus accidentes, corrientes de agua, orografía, tipos de suelo. De esta manera, y salvo los daños de los grandes sismos, la ciudad evolucionó con solidez y consistencia a través de las primeras centurias de su existencia. Tal vez la primera alteración, muy significativa, de las condiciones naturales del entorno general fue, desde principios del siglo XX, el entubamiento del río de San Juan de Dios, parteaguas natural del valle de Atemajac, asiento de Guadalajara. El proceso que llevó a tal razonamiento mucho tiene que ver con el positivismo de la época y su connatural creencia en la preeminencia de las obras humanas y la técnica sobre la milenaria evolución del medio físico. También, por supuesto, con el uso totalmente incontrolado del cauce como vertedero de aguas negras y desperdicios de todo tipo, lo que desembocó en serios problemas de sanidad pública.
Sobre la inercia de la mentalidad establecida, de dominio indiscriminado del territorio, transcurrió el siglo XX, durante el que Guadalajara multiplicó su extensión. Entre las primeras alteraciones de la orografía se contaron los rellenos de diversos cauces para dar lugar a la creciente urbanización. Destaca, entre estas modificaciones, el emparejamiento de las célebres barranquitas de Mezquitán, que por cientos de años separaron este asentamiento del casco originario de la ciudad. Esta práctica se realizó, a partir de los años treinta y cuarenta del pasado siglo, por diversos contextos aledaños a la mancha urbana. Las consecuencias no se hicieron esperar, y gradualmente las áreas naturales de absorción hidráulica fueron disminuyendo, con los consabidos anegamientos e inundaciones que persisten y se agravan hasta nuestros días. Es indispensable fomentar la paulatina conciencia del impacto del medio edificado sobre sus propias condiciones, sobre el territorio, sobre la misma calidad de vida de la comunidad. Como se ha dicho y se insiste, a todas las escalas, desde las acciones individuales hasta las grandes obras requeridas.
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