José Agustín: caminatas, fiestas y subversión
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¡Felices fiestas!
15 marzo, 2022
por Christian Mendoza | Instagram: christianmendozaclumsy
A inicios del siglo XX, Adolf Loos afirmaba que la población africana, al ornamentar su piel con tatuajes y escarificaciones, se encontraba en un escalón inferior en el avance de la arquitectura y el diseño. La línea recta trazada por el austriaco dirigía a la producción de objetos con superficies cromadas y lisas, sin rasgos identitarios que contaminaran los acabados de aquello que utilizaría una humanidad mucho más civilizada. El día de hoy, el jurado del Premio Pritzker contradijo el futuro imaginado por Loos: el arquitecto burkinés Diébedó Francis Kéré fue merecedor del galardón más importante para la disciplina. Es el primer africano en recibir el reconocimiento. El jurado de la presea ha sido reconocido porque su práctica invierte algunos valores. Para él, “la arquitectura no se trata del objeto sino del objetivo; no es el producto, sino el proceso”.
Sin embargo, las tensiones entre las ideas de Loos y la práctica de un arquitecto como Kéré continúan vigentes hasta nuestros días. Aunque se expresan con otros lenguajes ciertamente menos supremacistas, no dejan de conservar algunas semejanzas con lo que escribió Loos en otro contexto. Como la modernidad no se parece a la tradición, las técnicas constructivas que no están legitimadas por la arquitectura representan una inserción en lo que sí es diseño. Si Loos creía que estos ámbitos debían separarse, hoy es una posibilidad “revalorizar” lo artesanal a través de arquitecturas que eleven el lenguaje estético de aquello que pretenden rescatar. Bajo esta perspectiva, las asimetrías entre el objeto y el objetivo siguen siendo las mismas de principios del siglo XX. Afortunadamente, la obra de Kéré pone en crisis esta falsa dicotomía. La crítica Anatxu Zabalbescoa ha escrito que esta entrega del Priztker “representa al arquitecto como guía para el cambio hacia una construcción más sostenible —con medios locales y más lógica que tecnología— colaborativa y compartida”. En la obra del arquitecto, ¿la tecnología no juega un rol importante? En la página de su despacho, él mismo declara que trabaja “en la intersección entre la utopía y el pragmatismo” para crear “arquitectura contemporánea que alimenta la imaginación con una visión afrofuturista”. En su libro Afrofuturism: The World of Black Sci-Fi and Fantasy Culture (Lawrence Hill Books, 2013), la escritora Ytasha L. Womack define al afrofuturismo como una subversión de la línea recta del tiempo que marca un camino entre lo primitivo y lo civilizado ya que, en esa línea, quienes están a cargo de la tecnología que conduce a un “supuesto” avance deja fuera a los países africanos. Además de que este relato niega que ese futuro fue construido con recursos extraídos de la misma región, también anula que el continente pueda insertarse en un canon estético. A África sólo le corresponde narrar el trauma y la carencia.
Pero, ¿qué ocurre cuando se demuestra que el lujo y la belleza han existido en África desde siempre, sólo que los parámetros con los que se miden están dados por quienes se encuentran en posiciones de poder? Womack declara que la tecnología forma parte de la vida de África por el simple hecho que la tecnología es un componente de la historia humana, sólo que no se reconoce como tal por las hegemonías, ya que los objetos que se diseñan y los espacios que se habitan no retiran de su superficie contextos étnicos, rituales. Bajo esta mirada, en la obra de Kéré, abiertamente afrofuturista, la modernidad y la tradición no se distinguen porque la modernidad, a priori, ya existe en África. La tradición no es una mera cita dentro de diseños que contemplan lo social al igual que gestos formales que vuelven emblemática a su obra. El proyecto Startup Lions Campus es una muestra de ello. Ubicada en las orillas del lago Turkana, Kenia, la escuela busca mitigar los índices de desempleo que enfrentan los jóvenes de la comunidad capacitándolos en la construcción y utilización de tecnologías de la información, sin que esto implique que los alumnos y las alumnas deban abandonar sus hogares. Además, ellos reciben sus clases en un edificio que, a decir de la memoria descriptiva, “se inspira en los imponentes montículos construidos por las colonias de termitas que se encuentran en el sitio”. Lejos de identificarse con una idea de tecnología de colores plateados, operada por sujetos de piel blanca, los estudiantes del Startup Lion Campus empoderan su identidad en un espacio funcional, aunque estético que no se desentiende de las formas que pueden identificar en el paisaje. La Ópera Village es otra obra también difumina las fronteras entre la belleza y la urgencia. El proyecto, situado en Laongo, da vivienda y escuela a una comunidad asediada por inundaciones. Un centro educativo para 500 niños, un centro de salud y un prototipo de vivienda reproducible se encuentran en las mismas condiciones de necesidad que un teatro de ópera. Un entretenimiento típicamente occidental se inserta en un contexto que tiene necesidades específicas. El lujo del arte no es ajeno a contextos que estén en los márgenes de quienes se sienten los únicos autorizados a la expresión artística.
Kéré es el artífice de una arquitectura localizada en una región y que no impone escalas. Sobre todo, de una arquitectura que representa un problema para quienes se mueven entre los polos de lo avanzado y lo primitivo. Para el arquitecto, el futuro también se vive en Burkina Faso, de donde él proviene, y en África en general. Es a la crítica arquitectónica a la que le corresponde modificar su propia manera de pensar el tiempo.
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