Gobierno situado: habitar
Un gobierno situado, un gobierno en el que quienes gobiernan se sitúan, que abierta y explícitamente declaran su posición y [...]
14 noviembre, 2016
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
«El Instituto Americano de Arquitectos (AIA) y sus 89,000 miembros están comprometidos a trabajar con el Presidente electo Trump para atender los problemas que enfrenta nuestro país, particularmente el fortalecimiento de la envejecida infraestructura nacional.”
Esas son las primeras líneas de un comunicado firmado por Robert Ivy, vicepresidente ejecutivo y CEO del AIA y que se hizo público tras los resultados electorales en los Estados Unidos el martes 8 de noviembre. El 11 de noviembre, el consejo editorial del Architect’s Newspaper publicó una nota criticando la posición —o, más probablemente, su ausencia— de Ivy. «Aun cuando el consejo editorial concuerda en que el espíritu de unidad es vital para mover al país (y a la profesión de los arquitectos) hacia adelante, manifestamos nuestro fuerte desacuerdo con el tono conciliador de la nota de Ivy. El consejo editorial reúne actualmente opiniones de arquitectos destacados y académicos y la respuesta inicial indica que muchos arquitectos están en desacuerdo con el tono, el carácter y lo poco apropiado del memorándum de Ivy.”
El editorial sigue comentando que, frente al tono racista, misógino y lleno de odio de la campaña de Trump, casi nada hubo de propuestas específicas y objetivos claros, y que sus ideas en términos de infraestructura se reducen a prisiones, instalaciones militares y el infausto muro en la frontera con México. «Ignorar el papel que el diseño y los diseñadores podrían jugar en la institución y perpetuación de la desigualdad inherente a la ideología racista que implica el patriarcado de Trump, es irresponsable y reprensible.» Los editores afirman que “el lenguaje impreciso, la postura acrítica y el tono de congratulación” del mensaje de Ivy no sólo exhibe poco juicio sino que pone a los 89,000 miembros de la institución al servicio de las “metas destructivas” de Trump.
Michael Sorkin le dedicó también una larga respuesta a las declaraciones de Ivy: «Estamos consternados por el tibio, amable y, de hecho, irresponsable mensaje que el director del AIA dio a nombre de todos sus miembros —aunque claramente sin consultarlos— tras la elección de Donald Trump.» Sorkin dice que, si bien el mensaje parece “anodino” y sigue la tradición de una transición pacífica, no toma en cuenta el peligro real que Trump representa. Tras recordar las fallas y las faltas, los excesos y los riesgos que fueron evidentes en su campaña, Sorkin afirma que Trump no es bienvenido en la Casa Blanca y que la única posición aceptable ante su gobierno será la oposición. Luego enumera cinco puntos que habrá que exigir, en términos de infraestructura y ciudad, al gobierno de Trump:
Primero, “el derecho al a vivienda accesible para todos los ciudadanos, ya que la presidencia de Trump es de algún modo efecto de la gran recesión causada —en gran parte— por el tipo de prácticas financieras depredadoras de las que el mismo Trump es emblema.” Segundo, la “chocante e insoportable ignorancia” de Trump y su equipo al negar el cambio climático es motivo, según Sorkin, para una resistencia radical y someter su gobierno a enjuiciamiento. Tercero: por supuesto que hay que invertir en infraestructura, dice Sorkin, ¿pero de qué tipo? No tiene sentido invertir en infraestructura que siga privilegiando al automóvil y promoviendo el crecimiento de las ciudades de manera insostenible ecológicamente, agrega, y se pregunta: «¿se ha tomado Trump al menos diez minutos en pensar un futuro que no continúe con las peores prácticas actuales?» En cuarto lugar, Sorkin dice que para asegurarnos un futuro sustentable hace falta invertir en investigación y educación, pero sobre todo crear generaciones de ciudadanos que valoren vivir en armonía con el planeta, algo que el tipo de educación que apoyan los aliados de Trump, quienes rechazan la ciencia y el pensamiento crítico, no garantiza. En último lugar, Sorkin se pregunta si ese “tribuno de la riqueza y el desdén por el otro” puede hacer algo para unir a la gente, como ahora promete.
Las frases finales de Sorkin invitan a la AIA a «estar a la altura de algo más que un lugar en la mesa donde servirán el festín caníbal de Trump» y concluye: «¡no seamos cómplices construyendo su muro sino aliados en derruirlo!»
Aunque aquí se trate de un caso extremo, lo planteado por Sorkin vuelve sobre un asunto no por antiguo menos importante: la relación de los arquitectos con quienes detentan el poder, sea económico o político, y la pregunta por el momento en que el compromiso por servir se vuelve complacencia o, peor, complicidad. ¿Cuándo, por qué y cómo el arquitecto debe resistirse a servir al poderoso?
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