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Lo que la arquitectura revela

Lo que la arquitectura revela

19 abril, 2014
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog

Del templo griego, erigido sobre un peñasco a orillas del mar, Heidegger dijo que hacía manifiesto el poder de la roca para soportarlo, así como “el brillo y la luminosidad de la piedra, aparentemente una gracia del sol, son los que hacen que se torne patente la luz del día, la amplitud del cielo, la oscuridad de la noche”. La presencia del templo, agregó el filósofo, es lo que “hace visible el invisible espacio del aire”. No es metafísica sino pura y simple física: “esa aparición y surgimiento mismos y en su totalidad, es lo que los griegos llamaron muy temprano fisis”. La techne, fisis artificial, también exhibe y demuestra: saca a la luz algo en tanto lo que es, dirá Heidegger.

La arquitectura —architécnica revela, pues, pero no sólo la potencia de la piedra para cargar y ser cargada, la de la madera para plegarse a una forma, no sólo hace manifiesto el volumen invisible del aire o el resplandor del sol. Revela también —“testigo insobornable de la historia”lo que somos al tiempo que pretende mostrar lo que queremos ser. Junto o, más bien, a través de la física de un edificio se dejan ver la cultura simbólica y las prácticas estéticas, la economía y la política de un grupo social. En el edificio se expresan modos de producción estética y de consumo cultural y modos de producción y consumo, sin adjetivos; desde lo abierto o lo cerrado de un edificio a su entorno, el tamaño y la mera existencia de un cuarto de servicio, o la organización de los pupitres en el salón de clase y de las curules en el parlamento, hasta el aplanado rugoso color ocre o el de concreto martelinado, en la arquitectura todo habla, ahí se manifiestan economías espaciales y políticas del trabajo y del cuerpo; usos y costumbres; las normas en las formas.

“El edificio aguanta firmemente la tormenta que se desencadena sobre su techo y así es como hace destacar su violencia”, escribió también Heidegger. El martes 15 de abril llovió y granizó y el nuevo edificio de la Cineteca Nacional hizo que se destacara la violencia de la tormenta no por aguantarla firmemente, al contrario. La lluvia, quizá, fue atípica, como esgrimió, excusándose, la ex directora del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. Pero lo revelado es algo más bien típico. La revista Chilango publica una lista en la que incluye, junto a la Cineteca, la Biblioteca Vasconcelos de Buenavista, el Parque Bicentenario, la Estela de Luz, la Línea 12 del metro o la remodelación del Palacio de Bellas Artes, entre otros casos típicos de fallas. Aunque sí, mal de muchos, consuelo de pocos. La lluvia reveló así otros vicios ocultos más allá de los imputables a los arquitectos y los constructores, que no son menores.

El jueves 17 Arturo Ortiz apuntó que las críticas en medios de comunicación y redes sociales sobre lo que pasó en la Cineteca se centraban en la responsabilidad de los arquitectos, Michel Rojkind y Gerardo Salinas, sin tomar en cuenta la extensa red que se extiende desde los constructores y supervisores hasta Consuelo Saizar, quien, astuta, dice que no inauguró la obra inacabada, sólo abrió las áreas que estaban listas. Arturo Ortiz afirma que “es fundamental exigir transparencia y el deslinde de responsabilidades sobre los sucesos del martes 15 de abril, pero no sólo para ver si Rojkind Arquitectos son responsables o no de las afectaciones, sino para que el proceso de esa obra pública ponga en evidencia nuestra debilidad gremial, los abusos de las constructoras y supervisoras de obra y la desfachatez de muchos funcionarios públicos”. Tiene razón. Pero también tiene razón Víctor Alcérreca cuanto en tuiter le responde: “los aplausos y la promoción del gremio siempre desmesurada, ¿sólo a la hora de la crítica pedimos rigor?”

Las obras públicas planeadas sobre las rodillas, muchas veces innecesarias, casi siempre inacabadas o mal hechas, casi sin excepción fuera de presupuesto, son responsabilidad y consecuencia de políticos y funcionarios megalómanos y ocurrentes, como lo fue Saizar en su momento o Peña y Ebrard con sus segundos pisos o el gobernador de Puebla con su Museo del Barroco y un interminable etcétera. También son responsabilidad de constructores y supervisores y consecuencia de leyes y reglamentos que dejan muchos vacíos, de procesos viciados y, como señala Arturo Ortiz, dinámicas al borde de la legalidad. Pero los arquitectos estamos en medio, no afuera; entre todo eso, no más allá. Sé que muchos arquitectos, algunos reconocidos —varios conocidos y amigos, además— aceptan estos problemáticos encargos con la idea de hacer las cosas bien. La realidad constantemente los desmiente. El sistema es demasiado complicado y demasiado fuerte y, aceptémoslo, rara vez somos salmones nadando contracorriente —casi siempre charales, a veces rémoras. El silencio a la larga no ayuda— insisto: más allá de la aliteración la complacencia está muy cerca de la complicidad. Es algo sobre lo que hay que tomar posición y de lo que hay que hablar, y mucho, porque, de no hacerlo, tarde o temprano, la propia arquitectura terminará revelándolo.


Imagen: ProtoplasmaKid | Wikipedia

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