Hugo González Jiménez (1957–2021)
Hugo González Jiménez nació en Guadalajara en 1957. Se inscribió en la Escuela de Arquitectura del Iteso hacia 1975 y [...]
13 noviembre, 2017
por Juan Palomar Verea
Está sobre la calle de Jesús García. Podría estar en muchos puntos de la ciudad, de esos barrios tradicionales que conservan su personalidad y sus rasgos amables y dignos de ser recordados. Es una fachada que une lo popular con una cierta influencia estilística de un Art Déco -interpretado muy a la manera local- a la que da distinción y personalidad un vistoso balcón.
La asimetría de la composición de la finca acentúa el carácter desenfadado y espontáneo de su concepción. La factura de la construcción es maciza, cuidadosa y ha durado a través de decenios. Presta y comunica a la calle decoro, humor, alegría. El motivo principal es el mencionado balcón semicircular rematado por un arco de medio punto. El paramento que delinea su contorno está ornamentado, y aligerado, por una serie de perforaciones elípticas que añaden una muy original vibración a la expresiva manifestación pública de una edificación doméstica.
No hay mayor pretensión, y sin embargo el efecto es notable, bien logrado. Al mismo tiempo que la presencia de la casa se inscribe naturalmente en la tradición regional, su presencia introdujo una nota de novedad e inventiva que no hizo más que revivificar y enriquecer el acervo patrimonial de la ciudad. De manera humilde, mesurada, alegre.
Los balcones son, por sí mismos, significativos elementos arquitectónicos. Expresan una empática relación de las edificaciones con el ámbito público, con su favorable clima, con la vida cotidiana que sobre la calle sucede. Proporcionan espacios de desahogo, de convivencia doméstica, de intercambio con sus barrios y sus habitantes. Los balcones forman parte de una gramática formal y funcional que durante siglos ha servido para que las arquitecturas operen mejor, sean más amables y eficaces.
Del mismo modo, la arquitectura popular ha sabido ejercer una larga sabiduría en beneficio de la ciudad. Aporta soluciones solventes y adecuadas a sus usos, y comunica a sus contextos buen humor, ingenio, vitalidad. Afortunadamente, felices muestras de este registro arquitectónico, tantas veces superior a la arquitectura “culta”, abundan por buena parte del tejido citadino. Aún en las expansiones urbanas más recientes, es a veces factible descubrir el hilo genético que se conserva, a pesar de las influencias de la pretensión, de la deseducación televisiva, de la rampante vulgaridad que tantos estragos produce.
Hace falta un registro, útil y vigente, de la arquitectura popular tapatía, de sus particularidades y detalles. Simple y puntualmente, dentro de los trabajos académicos y las tesis que por necesidad abundan dentro de los estudios arquitectónicos y urbanos, sería de gran servicio el registro de los centenares de balcones que, de manera espontánea, dan habitabilidad y decoro a las calles citadinas. Podría ser el principio de una reconsideración sistemática y objetiva de tantas contribuciones, casi siempre anónimas, al patrimonio común, a la fisonomía más recordable y grata de la ciudad.
Una exploración, un registro, y la consiguiente valoración de la arquitectura popular que ha dado forma a la mayor parte del contexto edificado local debieran contribuir a una mejor cultura arquitectónica, a la protección de todo lo valioso, al simple goce y a la enseñanza que se puede obtener, por ejemplo, de este balcón en la calle de Jesús García.
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