¿Pintar en negro es pintar? Beatriz Zamora o el hacer de un único color
Tengo una enciclopedia de pintura abstracta en la que aparece un Rothko gris y negro. O negro y gris, depende [...]
🎄📚Las compras realizadas a partir del 19 de diciembre serán enviadas a despues de la segunda semana de enero de 2025. 🎅📖
¡Felices fiestas!
5 octubre, 2023
por Liana Vázquez
Cada viaje a la Habana es para mí un regreso. En el número 809 del Vedado habanero está mi semilla. Todo lo que soy parte de ahí. En el clóset de la que era mi habitación, aún hay cajas y maletas que guardan un montón de recuerdos. De alguna manera, o de muchas, esos objetos podrían contar mi historia, o al menos una parte de ella. Hasta justo antes de que yo entrara en la treintena, casi toda mi vida transcurrió en ese cuarto, en esa casa, en ese barrio, que camines hacia donde camines desemboca directo en el mar. En mi último viaje encontré, en una de esas cajas, una carpeta llena de dibujos y libretas y calificaciones mías de cuando era una niña. Un caballo naranja, un hombre con una sola pierna, un coche de papel recortado de color rojo y listas de evaluaciones. La niña tiene un desarrollo normal para su edad. Es muy tranquila, pero es conversadora. Eso lo debe mejorar. También debe ser más cuidadosa con las tijeras. Se desespera y rasga las figuras.
Siempre me he preguntado si a todas las personas hay objetos que les detonan los recuerdos. Y cuántos de esos recuerdos tienen que ver con la vida adulta en que existimos. O más bien si seremos el resultado de esos recuerdos más que de la misma experiencia que recordamos.
Museo de la vida escolar es una exposición que habla de la memoria, aunque ese no sea el tema central de la muestra que se inauguró en Galería Enrique Guerrero hace apenas unas semanas. Pablo Helguera, artista mexicano que vive hace años en Nueva York, trajo consigo una maleta de recuerdos y armó en esas salas el pasadizo a su memoria. Se escucha bajito la voz del hombre que lee ‘’Por el pasadizo del tiempo diré lo que soy y lo que he sido, dos contrarios, dos presencias de luces que no se van jamás, las luces del jardín que iluminaron las noches de la infancia, nuestras reuniones secretas’ (…)’’1. En la penumbra, solo unas luces de colores cuelgan de la pared trasera de la sala. Azul, amarillo, verde, rojo, y empieza otra vez. Bajo el cristal, los dibujos, el pentagrama, la sonata para piano, el héroe que celebra vestido de naranja; las instantáneas familiares con los marcos chuecos, las calificaciones, hay que mejorar en matemáticas, las fotografías del niño serio que empieza a estudiar, los mensajes de los maestros en 1983.
Pero Museo de la vida escolar no es una muestra melancólica, o al menos no es solo eso. Es de alguna manera el recorrido definitivo por la vida del artista. O por una parte de ella.
Hay una puerta ‘mágica’ que es un librero. Uno lleno de libros de arte, de enciclopedias de lengua, de geografía. El Tesoro de la Juventud, los doce tomos de la Enciclopedia Clásica de México, (los de la serpiente), libros de Historia del Arte del Museo del Prado. Los libros que dan la entrada al universo del aprender. Las tarjetas de Historia del Arte con fotos de obras imprescindibles según la Academia, y los círculos pintados con café. El líquido que mantiene despiertos a montones de estudiantes que necesitan memorizar qué es el Renacimiento, el Barroco, el Neoclásico, como si les fuera en ello una vida. Las tarjetas que dan la entrada al futuro que espera. Helguera intenta representar fragmentos sueltos de las acciones que lo han llevado a ser lo que hoy es. Al menos como hacedor. También hay unos cuadernos viejos. Con caligrafías hermosas, clásicas, que según se lee, el artista encontró en un pueblo en España y que, en ese afán de rescatar tesoros que son memoria o viceversa, atravesó el océano con ellos en sus manos. Y los muestra acá, como un gesto silencioso, de que formamos parte también de una memoria colectiva que aunque parezca ajena, es también propia.
Finalmente hay tres obras grandes. Herméticas para algunos. Imprescindibles para él. Esencialmente complejas. Y hermosas. Muy hermosas. Que sintetizan a la perfección los procesos creativos del artista. Una valija, unas cartas que no son un tarot, (como me repitió Pablo varias veces), unas pizarras de madera con relieves blancos y unos pizarrones grandes, instalados en la última sala, que repiten cada símbolo de las tarjetas. Decía el artista que esos eran los absolutos protagonistas de la muestra. Digo yo que al final serán el resultado de su búsqueda después de haber dejado las matemáticas, las luces de colores, la lectura de libros clásicos de Historia del Arte y el café.
Pablo Helguera es también educador y esto se percibe en el ambiente. Recorrer con él la exposición es como meterse de polizón en su memoria. Un mediodía la Galería se llenó de gente porque Pablo, que no vive en Mexico, impartía un Taller sobre un método que él creó. Esas tarjetas que no son un tarot, aunque den muchas respuestas, y las pizarras, representan un sistema alfabético “taquigrafía pedagógica” (en la terminología del artista) para facilitar el desarrollo de proyectos, debates y procesos de investigación en que cada tarjeta describe un proceso, término, constructo, circunstancia social o histórica específica que al presentarse con otras imágenes sugiere una manera de entender o estructurar un problema de investigación.2
Con ellas en las manos, el artista pregunta una y otra vez y las tarjetas responden con el desparpajo de quien sabe que no dudarán de su verdad. Es un performance oportuno del que han sido testigos unos pocos afortunados.
Yo no sé realmente si la muestra de Pablo Helguera hay que entenderla desde otro lugar que no sean las entrañas. Probablemente sí. Probablemente habrá un concepto mucho más profundo que un dibujo de un hombre con una sola pierna. Un concepto del que saldrán ensayos larguísimos sobre teoría del arte, con todo lo que eso conlleva. Pero para mí lo más valioso fue el recuerdo que ocupó mi cabeza. El de aquellos dibujos que se esconden en una maleta a más de nueve mil kilómetros de distancia. O el de mi propia imagen cuando estudiaba Historia del Arte y tomaba café, mientras intentaba memorizar las características formales de la obra de Velázquez.
Referencias:
1 Pablo Helguera. Fragmento de Enredadera, 1992. http://pablohelguera.net/1992/02/enredadera-1992/
2 Pablo Helguera. Descripción del Método de discursos sociales. Galería Enrique Guerrero. 2023.
Tengo una enciclopedia de pintura abstracta en la que aparece un Rothko gris y negro. O negro y gris, depende [...]
En 2017 fui sola a Guanajuato. En esa época todavía se podía caminar por sus callecitas angostas y empinadas con [...]