Francisco Covarrubias Gaitán (1944–2022)
Francisco Covarrubias (1944–2022), arquitecto y maestro en urbanismo por la UNAM, fue Director del Programa Universitario de Estudios para la [...]
6 octubre, 2013
por Félix Sánchez | Twitter: F_pesci
Podemos empezar por usar un término muy mexicano: hasta que le hizo justicia la revolución, pues desde 1936 Le Corbusier quería estar en el MoMA, pero las exigencias que pedía eran imposibles de cumplir y tuvieron que pasar muchos años para que fuera realidad esta exhibición tan largamente detenida. Es la exposición más completa hasta ahora y tiene una variante fantástica al analizar el “cómo” colocaba los edificios en el paisaje. Debo decir que conocí a Le Corbusier por los libros de mi casa: el arquitecto Félix Sánchez Baylón los tenía casi todos. Enseñanza que he seguido al acumular una buena cantidad de publicaciones sobre el famoso Cuervo, incluyendo el de la Exposición en el MoMA : An Atlas of Modern Landscapes.
La impresión que tenía —¿horas dormía?— la confirmé con la cantidad de trabajo de toda índole. ¡Qué insistencia y perseverancia del hombre! Pintaba, esculpía, polemizaba, teorizaba y ponía sus ejemplos de arquitectura en la ciudad —sólo 72 obras construidas: ¡no es de metros cuadrados el asunto!
La mise en place de toda la exposición está en secuencia perfecta. Los colores son los que usaba Le Corbusier: el color mamey en el vestíbulo de la Villa Savoya, el verde de su coche y todos los objetos que coleccionaba dan idea de la mente acuciosa y perfeccionista del hombre. El primer impacto en la exposición del MoMA es ver la cabaña —le cabanon— en Cap Martin, en el mar Mediterráneo, donde pasaba sus veranos. ¡La maqueta escala uno a uno para llevársela puesta! Cama de madera para dos de 1.13 de ancho, bancos y mesa de trabajo de madera, ventana con espejo para ver el mar de reojo mientras trabajaba y el plafón de paneles de 1.13 x 2.26 en colores primarios, después repetidos en el Museo del Hombre en Zúrich. Vivía en un espacio de 2.26 x 2.26 x 2.26 todo en Modulor, con un ascetismo de monje —increíble en él, que tanto dejó a la humanidad, vivía como ermitaño. Ahí murió nadando en el mar a las 10 de la mañana, cuando su doctor le había ordenado nadar sólo en la tarde. Se vale pensar que si todo lo planeó, también planeó su muerte.
Al inicio se encuentra uno al joven que pinta con timidez y de pronto la liberación con su amigo Amédée Ozenfant y el espíritu nuevo: l’Esprit Nouveau. Por cierto que su primer época de pintor no la supera. Conforme avanza el recorrido llegamos a los cinco puntos de la arquitectura moderna realizados en la Villa Savoya. Con claridad absoluta se ven los puntos clave, hasta el artificio de dirigir las vistas por ventanas encuadradas dirigidas al paisaje. A los clientes que quieren que la casa solo tenga vistas hay que enseñarles la Villa y desde luego el departamento Beistegui, en París, enmarcando una vista al Arco del Triunfo o la casa de su madre con el lago tras un muro de piedra y una ventana en proporción áurea para verlo. Por cierto el Cuervo le escribía diario —y ella se daba el lujo de decirle a su hijo que si era tan famoso entonces porque se le metía el agua de lluvia (¿dónde he oído esto?).
Sorprende ver la gran maqueta de Argelia. Un edificio canónico que no se construyó —aunque sin duda Arquitectónica copió el hueco de la terraza de su edificio en Miami. Dimensión aparte demanda toda la propuesta de los edificios Onbus con su caracterización de departamentos–terraza y su propuesta de las calles en la azotea como en la fábrica de coches de Turín. Luego te encuentras con la maqueta del bloque de Marsella —me he quedado en el hotel en un cuarto de 1.86 x 6.31. Ahí se explica el entrecruzamiento y el corte de los departamentos con la calle interior —oscura y lúgubre— por donde circulas. Sin duda el mejor ejemplo de la “máquina de habitar” —conmueve cuando ves la sala de doble altura hecha maqueta tamaño real dentro del Museo.
Queda para la historia el Plan Voisin: una y mil veces lo presento a lo largo de los años y una y mil veces lo mandaron a volar los franceses. Me sorprendió no ver un plano a gran escala de su propuesta insertada en París al estilo Colin Rowe. Me llamó la atención la ausencia de material sobre su participación en los CIAM. También la propuesta conjunta del concurso para las Naciones Unidas de Oscar Niemeyer, su sobresaliente pupilo, y él mismo, después de que la original y ganadora fue la del Mozart brasileño —quien en sus memorias dice: qué iba yo a hacer: era mi maestro; accedí a la propuesta conjunta. También es significativo su cambio del ángulo recto y las retículas a formas libres y oníricas en Ronchamp —quizá el edificio más emotivo que he visto— como respuesta al rompimiento con los jóvenes arquitectos en el CIAM de Aix en Provence en 1953 y después de la crítica del TEAM X al nuevo “clasicismo” impuesto y donde Le Corbusier les dice a los jóvenes: es su tiempo y les receta esta obra totalmente emocional. Nunca más cierta su expresión de que la arquitectura es para emocionar y lo demás es construcción.
Al final, otro proyecto que no se concretó: el Hospital de Venecia. Una lección de cómo poner un edificio en áreas peligrosas —si en México entendiéramos lo que es construir en palafitos, mucha destrucción y sufrimiento nos hubiéramos ahorrado. Me queda como espina lo poco que pensamos en esto, la agenda pendiente que tiene nuestra generación para pensar la ciudad del siglo XXI con ideas radicales, es decir: de raíz.
Lo mejor de la exposición son sin duda los dibujos en rollo de las conferencias que en 1932 dio en Princeton. Maestro del dibujo conceptual, nos demuestra que los arquitectos no hacen los edificios: los piensan. Además del rollo de 12 metros, el otro acierto son los videos de Le Corbusier exponiendo sus ideas y dibujándolas a la mitad de la exposición. Magnifica exposición: sale uno con ganas de ser arquitecto.
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