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Las fracturas de la ciudad

Las fracturas de la ciudad

17 septiembre, 2018
por Juan Palomar Verea

Es una ilustración que, a la distancia, ayuda a explicar las incomprensiones del patrimonio de la ciudad, sus costosas fracturas. Puede ser muchos casos. Originalmente había dos fincas “espejeadas”, debidas a la autoría del arquitecto Luis Prieto Souza, y levantadas hacia el segundo decenio del siglo XX. Su carácter ecléctico y amable revela las corrientes estilísticas que dominaron a lo largo de buena parte del porfiriato y se extendieron después por algunos años.

Su tipología, ajustada a los órdenes clásicos, a pesar de su entonces novedoso espíritu, tenía mucho que ver con la fábrica urbana que por siglos se levantó en Guadalajara. Preeminencia de los muros sobre los vanos, balcones, cornisas, decoración en este caso realizada con mayor exuberancia y fantasía. Total, una construcción doméstica que logra integrarse y aportar su digna presencia a una línea histórica y reconocible.

Pero llegan los cambios y alteraciones de la segunda mitad del siglo XX. Una pretendida modernidad que hace tabula rasa del pasado y pretende establecer, sin mayores miramientos, nuevos códigos muy alejados de lo que hasta entonces existía. Se opta, hacia el decenio de los setenta, por demoler una de las dos fincas y levantar en su lugar un edificio comercial que propone usos exclusivamente de oficinas, como parte de la inercia que comenzó a transformar las primeras colonias residenciales.

El resultado habla por sí solo. Una radical lejanía entre la herencia genética que evolucionó por siglos y los principios “funcionalistas” y utilitarios de los aprovechamientos inmobiliarios. Formalmente no existe ninguna afinidad, ni en cuanto al emplazamiento de la nueva edificación ni en su actitud general frente a la historia y el contexto. Esta ruptura, que en este caso se expresa con particular patetismo, se extendió por todo el ámbito patrimonial de finales del siglo XX.

Es una yuxtaposición de lo que en su momento se creyó válido y novedoso, sin el menor miramiento hacia las consideraciones arquitectónicas que, bien aplicadas, dan por resultado una ciudad cuya evolución es coherente y comprensible. De entrada, todo parece indicar que hubiera sido factible aprovechar la sólida finca preexistente para darle la rentabilidad que se buscaba. Era posible plantear, por ejemplo, una razonable densificación, entre otros recursos. Pero como en muchos otros casos parece haberse impuesto el ansia por una modernidad que ahora muestra su caducidad por sobre una reutilización sensata, y con usos mixtos, de lo que ya era un valioso patrimonio arquitectónico.

El instintivo rechazo a estas irrupciones de la “modernidad” provocaron, a su vez, que fincas rescatables de esta tendencia corrieran pronto parecidas suertes: demoliciones o desfiguraciones que a su vez les impidieron encarnar como un componente armónico en las sucesivas capas edificatorias de la ciudad. Y de ahí a una generalizada confusión y deterioro del panorama urbano. Solamente a través de la razonada comprensión y cuidado del patrimonio edificado, de la exploración inteligente de sus posibilidades, podremos consolidar una urbe que todavía guarda tantos valores arquitectónicos.

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