Las palabras y las normas
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28 enero, 2020
por Rosalba González Loyde | Twitter: LaManchaGris_
“El espacio doméstico no es para la mujer un espacio elegido ni de disfrute, es el lugar de la obligación, del cumplimiento del rol de género. No por ello ha dejado de haber mujeres que, ya sea desde la experiencia obligada o desde la ruptura con la misma, han aportado tanto al pensamiento teórico como a la práctica de la arquitectura y, en especial, de la vivienda, aunque no hayan sido suficientemente reconocidas.”
Zaida Muxi (2018), “Mujeres, Casas y Ciudades”
En las consignas antifeministas algunos de los insultos hacen referencia a la vuelta de las mujeres al hogar. El regreso a la cocina está en el imaginario colectivo como sinónimo de sumisión, porque es un lugar en el que se producen cosas que están en el terreno de lo “privado”. Sin embargo, en el debate actual detonado por el heterogéneo movimiento feminista, se ha puesto en duda este pensamiento, buscando con ello una reivindicación crítica de la participación de las mujeres en la construcción de identidad y de ejercicio político del que han formado históricamente parte desde el interior de los hogares.
Lo anterior está íntimamente relacionado por las definiciones sobre ciudad y lo urbano a las que nos enfrentamos desde la academia, son aquellas definiciones en donde predominan las acciones en la esfera pública y de las relaciones que establecen los seres humanos (en otros casos ciudadanos) entre ellos en un espacio público. La interacción con diferentes, la acumulación de esta interacción y de capitales diversos, así como el conflicto resultan elementos característicos de lo urbano, lo que ha provocado que lo privado quede lejos del interés cuando de hablar de ciudad se trata, aun cuando aparece en la producción teórica y académica, pareciera desarticulado de aquello que define lo urbano.
De esta forma, la vivienda al interior, especialmente las actividades de cuidado forman parte de lo privado. Incluso al interior existe una jerarquía más o menos pública que va definiendo espacios con más o menos participación en la vida social. Los espacios destinados para las actividades más íntimas o privadas suelen ubicarse en terrenos casi imperceptibles para la investigación (el cuarto de lavado, el baño, la cocina), y por tanto han sido infravaloradas a tal punto de hacerlo permisible como un insulto.
Esta invisibilización ha provocado, entre otras cosas, que en la investigación y la creación de políticas públicas las mujeres sean menos tomadas en cuenta en su participación como agentes productivos y se reproduzcan desigualdades de género desde etapas tempranas en procesos de formulación de políticas de vivienda (y de políticas públicas en general). Por ejemplo, pese a que las mujeres de clases bajas son más propensas a hacerse cargo de los hijos en una separación, es a ellas a quienes se les dificulta más acceder a créditos e incluso programas de vivienda porque, al tener que dedicarse parcial o completamente a labores de cuidado, sus ingresos y trabajos son inestables. E, incluso cuando acceden a trabajos asalariados con jornadas completas, su participación en las labores de cuidado al interior del hogar no disminuye.
Las movilizaciones de derecho a la vivienda que, muchas veces son liderados por mujeres, no solo convocan por el derecho a un lugar donde resguardarse de las inclemencias del clima, sino también por el derecho a habitar y desarrollarse en ambientes adecuados, esto conlleva visibilizar la precariedad en la que muchas y muchos habitan y cómo esto afecta en lo público; pero sobre todo al reconocimiento de la participación de las mujeres en lo político desde lo que históricamente hemos llamado “privado”; dado que nuestros cuerpos se requieren activos en el espacio público para participar de lo político, lo básico es mantenerlo sano y esto se produce básicamente en el hogar.
“Otorgarle a la vivienda su valor como centro de la reproducción no significa eximir ni a los hombres ni al Estado de su responsabilidad y tampoco aceptar el modelo de familia impuesto actualmente. Más bien al contrario. Este enfoque abre perspectivas interesantes al movimiento feminista para seguir empujando hacia la erradicación del desigual reparto de lo doméstico y que las mujeres dejen de ser las cuidadoras por excelencia.”[1]
Entonces, la vivienda y lo que se produce al interior de ella es fundamental para que la participación pública de los individuos/ciudadanos se lleve a cabo; las desigualdades producidas al interior, son desigualdades reproducidas en la esfera pública, por lo que la vivienda se convierte en un acto político, no solo por las luchas de acceso a ésta, sino también por su capacidad para reproducir o no esta desigualdad desde su interior, haciendo de las mujeres un actor fundamental en esta lucha.
1. Martínez, Rebeca (20 de marzo de 2019), “Por qué la lucha por la vivienda es una lucha feminista”, en Contexto y acción, http://bit.ly/38aqzdc.
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