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Columnas

La nueva modernidad

La nueva modernidad

19 marzo, 2013
por Juan José Kochen | Twitter: kochenjj

El próximo viernes se reinaugura la primera casa funcionalista en México construida por Juan O’Gorman (1905-1982) en 1929. A los 24 años de edad, cuatro años después de haberse graduado de la Escuela Nacional de Arquitectura en 1925 –mientras trabajaba con José Villagrán y Carlos Obregón, y tomaba clases de pintura– O’Gorman terminó su primera obra en San Jerónimo. Diseñada para Cecil O’Gorman, esta casa fue el primer proyecto que antecedió la casa de su hermano Edmundo O’Gorman (1931), la Casa-estudio de Diego Rivera y Frida Kahlo (1932) –mismo año en el que fundaría la Escuela Superior de Ingeniería y Arquitectura del Instituto Politécnico Nacional– la Casa Frances Toor (1932); y la Casa-estudio de Julio Castellanos (1934). Ubicada frente a la ex hacienda de Goicochea (hoy restaurante San Ángel Inn), la casa fue construida en lo que fueran las canchas de tenis de la hacienda, terrenos adquiridos por O’Gorman con el pago de honorarios por sus colaboraciones con Obregón Santacilia. “Terminada en 1929, es citada como ‘la primera casa funcionalista’ en México, en la que intencionalmente simplifica el uso desnudo de las losas de concreto y hace lucir la esbeltez de los postes, evocando las Maisons domino de Le Corbusier (1914)”. Carlos González Lobo refiere su relevancia al simplificar –incluso con demasiadas concesiones estructurales– materiales y sistemas constructivos. En la calle Palmas no. 81, la llamada Casa de Cecil O’Gorman –ahora Casa O’Gorman 1929–fue el laboratorio experimental del arquitecto y muralista mexicano, aunque nunca fue habitada por él.

“La casa que construí causó sensación porque jamás se había visto en México una construcción en la que la forma fuera completamente derivada de la función utilitaria. Aplicando el sistema de construcción de concreto armado en el edificio, su apariencia era extraña. En México no se había hecho una casa puramente funcional. Logré aplicar lo que el maestro Cuevas consideraba una obra de ingeniería correcta, y la teoría que el maestro Zárraga me había enseñado: esto es, ser lo más fiel posible a la necesidad humana de albergue, aplicar los sistemas de construcción modernos a la arquitectura y aprovechar las condiciones climáticas del lugar donde se construye, mediante la orientación correcta de la casa. Dicha casa no fue un simple capricho de carácter artístico, ni una construcción en función de una teoría abstracta, sino que en realidad aplicáronsele los principios de la arquitectura funcional, que después fueron la base para las construcciones escolares que hice en el Distrito Federal y que influyeron en la arquitectura que en México se hizo posteriormente”.

Y es que la casa se “desprendía de las raíces terrenales de su contexto” con materiales, formas y composiciones radicales por lo que causó gran polémica para la segunda década del siglo 20. (Este prototipo de vivienda coincide –un año antes– con el modelo a escala 1:1 de la famosa Usonian House de Frank Lloyd Wright, cuyo primer antecedente se remite a 1930 como respuesta a la crisis económica norteamericana). La casa se desplanta en dos niveles y cuenta con terraza cubierta, cuarto de servicio, sala, cocina y comedor (en planta baja) y un estudio, baño y cuatro recámaras (en planta alta). Una escalera volada en forma de helicoide, reconstruida a la perfección, articula el estudio en planta alta con el jardín, junto con grandes ventanales de piso a techo que se pliegan como una gran celosía estructural. O’Gorman reconfiguró la estancia como pórtico y develó estructuras racionales y funcionalistas con base en los postulados de la Bauhaus: fachadas y plantas libres, ventanas anchas de corte horizontal, pilotes, azoteas, instalaciones aparentes, tinacos expuestos y losas de cemento sin enyesado, sólo con algunos muros de tabique aplanados (La casa O’Gorman). Y la restauración es tal cual –al puro estilo de Viollet-le-Duc y su restauración estilística al instrumentar un riguroso conocimiento de la historia, la arqueología y la arquitectura– precisa hasta el último detalle –a excepción del ya prohibido asbesto– en el mobiliario, escaleras, ventanas, cancelería, instalaciones, escaleras y pintura, a pesar de haber contado con pocos dibujos y planos.

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Tras el largo proceso de gestión, arqueología habitacional y restauración, la casa recupera su esplendor moderno. Se eliminaron las añadiduras constructivas adosadas en el lado sur e integra por completo los dos terrenos, con una serie de taludes con cactus que complementan el perímetro y condición plástica-paisajista del sitio. Sin duda habría que destacar la gestión del proyecto. La casa fue adquirida por el Gobierno Federal, a través del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL) durante el sexenio anterior; y la restauración a cargo de la Dirección de Arquitectura y Conservación del Patrimonio Artístico Inmueble del INBA y la Facultad de Arquitectura de la UNAM, bajo la dirección de Víctor Jiménez. Tras el corte político, la restauración continuó y el proyecto –ejemplo del rescate de un bien patrimonial de la arquitectura moderna en México, cuando cada vez se vuelve más común el desaparecimiento de arquitecturas del siglo 20– también es muestra de la acción colectiva entre una institucional gubernamental, una cultural y otra académica con la acertada vinculación de la Facultad de Arquitectura de la UNAM.

En noviembre del año pasado, la casa se inauguró simbólica y políticamente, y este viernes se reinaugurará con la muestra “Una protesta en contra de la ‘civilización’. La casa-estudio de Juan O’Gorman en Avenida San Jerónimo” en el ahora Museo Casa Estudio Diego Rivera y Frida Kahlo. La exposición busca “abordar el fenómeno arquitectónico no como un objeto aislado sino en relación y diálogo con otras prácticas constructivas y arquitectos de la época, distintos discursos culturales, otras disciplinas artísticas e inclusive científicas”. Y aunque la casa en sí misma ya es un objeto museográfico y de gozo arquitectónico –incluso para apreciarse en una primera visita o reapertura sin objetos o muros temporales para la muestra– los dibujos, planos, maquetas, esculturas y fotografías extrapolan la noción e historia del lugar. La muestra –hasta el 9 de junio– curada por Daniel Garza Usabiaga, está conformada por 135 piezas, divididas en tres núcleos temáticos: El contexto, La casa, y La casa y su fin. Siguiendo con la apuesta de la reciente exhibición “Espacio habitable. Funcionalismo del entorno doméstico”, la museografía narra el origen geológico del contexto al sur de la ciudad de México, los descubrimientos prehispánicos de la época, las ideologías de la ebullición de grandes construcciones, el funcionalismo de los veinte y la arquitectura orgánica de los cincuenta y sesenta.

De funcionalista y radical a orgánico y regionalista, Juan O’Gorman conjugó un producción arquitectónica relacionada con el arte, siendo el miembro más joven de la generación de muralistas destacados mexicanos, entre Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros. Para O’Gorman “la arquitectura que resuelve las necesidades materiales, palpables, que no se confunden, que existen, pudiéndose comprobar su existencia y que, al propio tiempo, son fundamentales y generales de los hombres, es la verdadera y única arquitectura de nuestra época” y ya en su etapa orgánica, “la arquitectura es una manifestación artística que tiene relación directa con la geografía y la historia del lugar donde se realiza. Así pues la arquitectura se convierte en el instrumento armónico entre el hombre y la tierra, reflejando la forma y el color del entorno donde se ejecuta la obra”. De un pensamiento ortogonal y funcionalista, incluso con cactus perfectamente alineados y simétricos, O’Gorman pasó a una concepción organicista y onírica con motivos ornamentales naturales y tradicionales de la arquitectura mexicana. Una modernidad revisitada, 84 años después.

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*La Casa O’Gorman en su tiempo | ¿Qué pasaba en los años veinte y treinta con la arquitectura en México?

Talleres Tostado (1923) y el edificio Durkin (1927) de Federico Mariscal; el Instituto de Higiene (1925) y el Hospital para Tuberculosos (1929) de José Villagrán; escuelas al aire libre de Guillermo Zárraga (1925); Alianza Ferrocarrilera (1926) y el Edificio de Inspección de Policía y Bomberos (1928) de Vicente Mendiola con Zárraga; el Pabellón de México en la Feria Iberoamericana de Sevilla (1927) de Manuel Amábilis; Luis Barragán concluye la Casa González Luna (1929) en Jalisco, tres años después la Casa Barragán (1932) en Chapala y algo más cercano al funcionalismo hasta 1936 con las dos casas en la Condesa; la Secretaría de Salubridad (1929) de Carlos Obregón Santacilia; José Luis Cuevas Pietrasanta traía los planeamiento utópicos de la Ciudad Jardín inglesa a las colonia Chapultepec Heights (1922) e Hipódromo (1925); Edificio Jardines (1928) y la Casa Jardín (1931) en la Condesa de Francisco José Serrano; el Edificio Isabel (1930) y el Edificio Ermita (1931) de Juan Segura; Carlos Contreras terminaba el Plano de la ciudad de México y sus alrededores (1929); el Edificio La Nacional (1932) de Manuel Ortiz Monasterio; el Departamentos para obreros (1931) y casas para obreros (1934) de Juan Legarreta; el Mercado Melchor Ocampo (1931) y el Centro Escolar Revolución (1934) de Antonio Muñoz; la conclusión del Palacio de Bellas Artes (1934) de Federico Mariscal; la Casa en la calle de Ensenada (1937) de Augusto H. Álvarez; departamentos en Estrasburgo de Enrique de la Mora (1937); el Monumento a la Revolución de Carlos Obregón Santacilia (1938); el Hotel La Marina (1939) en Acapulco de Carlos Lazo; y diez años después, los departamentos de la calle Toledo (1939) de Mario Pani.

*Canales, Fernanda y Hernández, Alejandro, 100×100 Arquitectos del Siglo XX en México, Arquine, México, 2011.

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