Columnas

La megalomanía del rascacielos

La megalomanía del rascacielos

24 noviembre, 2025
por Carlos Rodríguez

Dos años antes de la inauguración de la Torre Latinoamericana, el edificio diseñado por Augusto H. Álvarez es el motivo principal de la película Dos mundos y un amor (1954). En ella, un hombre y una mujer de origen y formación opuestas, como sugiere el título, se aman a pesar de la diferencia de su pensamiento. Ella, una europea que huyó de la guerra, es pianista; él, que nació en el campo, es el arquitecto del primer rascacielos de México.

Antes, por ejemplo en El rebozo de Soledad (1953) de Roberto Gavaldón, La Latino ya había aparecido en el cine, que la captó en plena construcción, moldeando una idea de progreso que varias películas, entre ellas Dos mundos y un amor, van a discutir a partir de la arquitectura de la Ciudad de México.  

La pareja del filme de Alfredo B. Crevenna la conforman Pedro Armendáriz e Irasema Dilián. El elenco anuncia un cambio sustancial en los arquetipos del cine mexicano, donde las parejas canónicas —el mismo Armendáriz y Dolores del Río en María Candelaria (1943) o Roberto Cañedo y Columba Domínguez en Pueblerina (1949)— rara vez se enfrentan porque su cuna está asimilada por la misma clase social. Además, en esos casos, la figura femenina es de completa sumisión al hombre y al matrimonio. 

Nacida en Brasil y con una carrera fílmica primero en Italia, la presencia de Irasema Dilián introduce no una variación sino un nuevo arquetipo con Dos mundos y un amor, donde interpreta a Silvia. A pesar del amor, el choque con Ricardo (Armendáriz), un tardío y tozudo estudiante de arquitectura con un profundo resentimiento social por su origen humilde, va a ser inevitable. Su padre, otro músico al que da vida José María Rivas Linares, la previene de sus diferencias y no obstante consiente su matrimonio con él.     

Silvia está acostumbrada a decidir por ella misma, su horizonte es amplio. Tiene una educación artística importante, además de tocar el piano, dibuja, uno de sus diseños se parece mucho a los niños que pintó Diego Rivera en lienzos y murales; Ricardo reconoce rasgos suyos en la figura. Ella admira su capacidad creativa como arquitecto, su pasión y entrega. Él tiene en mente crear un edificio como ningún otro, alto hasta rozar las nubes.

Silvia decide declinar una gira mundial para establecerse con Ricardo, está cansada de viajar por el mundo. Una vez juntos, refrenda su amor, apoyo y compromiso con él con un gesto simbólico. No importa que vivan en un sótano lúgubre en el que solo ven los zapatos de la gente a través de las ventanas, él le promete que pronto van a ascender. Para celebrar el triunfo de su futura obra, que un comité tuvo a bien aceptar, Silvia prepara un pastel decorado con una miniatura de la Torre Latinoamericana.

Se trata, claro, de la obra absoluta de Ricardo y de nadie más, que como era de esperarse desarrolla la megalomanía del arquitecto que ya anunciaban sus arrebatos machistas y exaltaciones previas, “no es mi culpa querer hacer una mejor arquitectura y más moderna”, dice a los sinodales cuando reprueban su proyecto de tesis. O la forma en que humilla al niño, que otra vez le recuerda su niñez, en un viaje a la tierra donde nació en compañía de Silvia.  

Hay algo fascinante en la película de Crevenna, que fotografió Rosalío Solano, cuando filma a Armendáriz rodeándolo con la cámara que rota ligeramente sobre su rostro para mostrar en gran dimensión su compleja personalidad, que seduce y desconcierta a Silvia al descubrir en el amor facetas y trazos enrevesados. “No quiero ser tu respetable esposa, quiero ser tu amante”, dice ella con una libertad inusual que amplía el contorno, los deseos y las contradicciones de su personaje.

En la abundancia de riqueza material, gracias al triunfo del marido, y con las restricciones de la vida marital, Silvia se asfixia. Quiere trabajar, pero, por supuesto, necesita de la aprobación de Ricardo. Le propone ser decoradora de interiores de sus proyectos. Él acepta, pero luego se desdice cuando percibe que ella toma su labor con entusiasmo y verdadera seriedad, actitud que, según él, le resta importancia a su obra. Nadie le puede hacer sombra a él que está construyendo el edificio más alto de México. Su objetivo es vivir con Silvia en el último piso de la torre, encima de todos y de todo.  

A Crevenna le gustaban estos gestos, en una película posterior también de nombre de alusión arquitectónica, Donde el círculo termina (1956), filma a Raúl Ramírez, que hace de un turbio contratista inmobiliario, y a Sara Montiel en la construcción de otro edificio alto, en una escena de seducción criminal. 

Para Silvia, sin embargo, el amor es ante todo dignidad. Así, decide abandonar a Ricardo cuando descubre que es responsable del accidente en el penthouse de la torre, desgracia en la que pierden la vida varios de los trabajadores por motivo de su negligencia. Él culpa a otra persona para impedir que sea destituido de la obra, hecho que además le restaría prestigio. Silvia es incapaz de continuar con un hombre mentiroso y abusivo. 

El reencuentro de la pareja, justo un año después de su veloz enamoramiento y del rápido ascenso de la carrera de Ricardo, que inevitablemente cae de su tamaña ambición, ocurre un Día de Muertos. Crevenna muestra dos calaveras de azúcar con sus nombres. Es la confirmación de la muerte de su unión anterior y también de su renacimiento como pareja, condescendencia al final feliz recurrente en el cine mexicano, pero también un guiño a la complejidad del amor.

A casi setenta años de la inauguración oficial de la Torre Latinoamericana, que ocurrió el 30 de abril de 1956, Dos mundos y un amor todavía ofrece una lectura arquitectónica singular del simbolismo de La Latino, estructura emblemática de la Ciudad de México. A partir de la película es posible discutir el contexto y la vigencia de los rascacielos, que todavía se siguen construyendo en prácticamente todo el mundo. ¿Qué hay detrás de la monumentalidad que imponen en las ciudades? ¿Cómo afectan al erigirse como íconos del imaginario urbanístico? El filme de Crevenna ensaya algunas respuestas audaces.

Artículos del mismo autor

PRODUCTOS RELACIONADOS