Gobierno situado: habitar
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16 mayo, 2015
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
Imponderabilia: en junio de 1977, Marina Abramović y Ulay (Uwe Laysiepen) permanecieron de pie, desnudos, unos noventa minutos, bajo el quicio de una puerta de unos noventa centímetros de ancho que servía de acceso a la Galería de Arte Moderno de Bolonia, Italia, donde se inauguraba una exposición. Para entrar, el público debía pasar, de lado, entre los cuerpos de los dos artistas. La mayoría de los asistentes prefirió hacerlo dándole la espalda a Ulay, como si reconocer la presencia de un hombre desnudo fuera un acto más comprometedor. Por supuesto que el problema principal era precisamente la desnudez, pero a eso se sumaba el contacto físico, la sensación de tocar directamente una piel ajena y extraña. Esa distancia o, más bien, esa abolición de la distancia que normalmente nos separa del otro, podría tolerarse bajo otras circunstancias: vestidos, evidentemente, pero en un vagón del metro a la hora de mayor afluencia o en un elevador —aunque habrá quienes prefieran en esas condiciones esperar al siguiente tren o bajar por las escaleras.
En octubre de 1963 Edward T. Hall publicó en la revista American Anthropologist un artículo en el que definía la proxémica: “el estudio de cómo el hombre inconscientemente estructura el microespacio: la distancia entre los hombres en el desarrollo de sus transacciones cotidianas, la organización del espacio en sus casas y edificios y, finalmente, la disposición de sus ciudades.” En una nota aclara que, antes de elegir el nombre proxémica, a partir de la noción de proximidad, se pensó en términos como topología humana, caología, el estudio de los límites, o coriología, el estudio del espacio organizado.
Edward Twitchell Hall Jr., nació el 16 de mayo de 1914 en Webster Groves, Missouri, pero creció en Nuevo México. Estudio antropología en las universidades de Denver y Arizona y se doctoró en la de Columbia en 1942. En 1966 publicó uno de sus libros más conocidos, La dimensión oculta, en el que, a partir de la proxémica, analizaba el espacio que ocupamos en términos biológicos, sociales y culturales. En otro texto, publicado en 1968 en Current Anthropology y titulado, simplemente, Proxemics, Hall dice que se interesó en el uso humano del espacio cuando entrenaba soldados americanos para el servicio en ultramar y descubrió que la manera como el tiempo y el espacio eran manejados “constituían una forma de comunicación a la que se respondía como si estuviera incorporada en la gente y, por tanto, fuera válida universalmente.” En el mismo artículo, Hall describe tres tipos de características proxémicas: las fijas, como las que determinan los muros y las fronteras territoriales —aunque los territorios, aclara, pueden presentar condiciones temporales, como las migraciones—; las semi-fijas, como algunos muebles y las dinámicas, como es el caso de las relaciones interpersonales. En La dimensión oculta clasificará estas dimensiones en cuatro grados: la íntima, la personal, la social y la pública. En Imponderabilia, Abramović y Ulay imponían una distancia personal íntima, acentuada por la desnudez, donde lo apropiado era cualquiera de las otras tres: personal con los amigos, social con los conocidos, pública con los desconocidos.
En 1975, Hall y su esposa Mildred Reed, publicaron The Fourth Dimension in Architecture, The Impact of Building on Behavior. El libro analizaba sólo un edificio, el Centro Administrativo de Deere & Company diseñado por Eero Saarinen y terminado en 1964. En su número de enero de 1965, la revista Domus mostraba fotos del edificio junto con algunas declaraciones del propio Sarinen: “el carácter arquitectónico del edificio se determinó en gran parte por el sitio y por el carácter de la compañía. (…) Una vez que se decidió que sería un edificio de acero, para mi fue importante que pareciera un edificio de acero, y no de vidrio. (…) La planta se determinó tanto por las necesidades del cliente como por las del sitio. (…) Al haber elegido el sitio por su belleza natural, quisimos sacar ventaja de las vistas en todas las oficinas, evitando cortinas o persianas.”
En su análisis, que realizaron a partir de entrevistas con grupos de empleados desde antes de que se ocupara el edificio hasta cinco años después de estar en uso, los Hall describen al edificio como un logro primero de William A. Hewitt, director de Deere & Company, y luego de Eero Saarinen, quien tras presentar un proyecto que fue rechazado por Hewitt, realizó uno más, que ésta vez se aprobó tras construir, como prototipo, una sección en escala real. Aclaran que hay tres prejuicios en la concepción occidental que obstaculizan la comprensión clara de la relación del hombre con el espacio: primero, que nuestro comportamiento es independiente de la influencia del ambiente; segundo, que esa relación se da a un nivel individual y no está condicionada de manera colectiva; y tercero, que los edificios son objetos singulares cuya integridad puede separarse del resto de su entorno físico.
La organización del espacio no se detuvo en entender la operación de la compañía, de las disposiciones de Hewitt y del análisis que hizo Saarinen del sitio. Los Hall dicen que había una “política del escritorio limpio,” que obligaba a los empleados a guardar cualquier objeto personal al terminar sus labores diarias. Eso hacía que algunos empleados sintieran que su “creatividad e individualidad” eran limitadas por el edificio. También pensaban que los grandes ventanales y las oficinas abiertas les negaban privacidad y los “exhibían” todo el tiempo. Pese a todo, tomaban como válido lo dicho por uno de los empleados: “es un edificio que es una bella máquina para trabajar.”
Los Hall terminaban el libro con algunos consejos para arquitectos. “La ausencia de ambigüedad es muy importante en cualquier edificio” —lo que clásicamente se conoce como el carácter de un edificio y que seguramente no hubiera suscrito Robert Venturi. “Idealmente debe haber congruencia en distintos niveles.” También “idealmente, un ambiente de trabajo debe quedarnos como un viejo zapato o un guante bien usado.”
En resumen, dicen, habría que evitar lo que algunos arquitectos hacen: “construir monumentos a sus propios egos y preocuparse poco por la manera como sus edificios afectaran a las personas que los usan,” pues “si los espacios no son correctos y no se satisfacen las necesidades sensoriales de los ocupantes, el efecto puede ser similar a la vieja tortura china de tener una gota cayendo constantemente sobre la cabeza de un prisionero” o al menos tan incómodo como tener que cruzar en público por una pequeña puerta flanqueada por dos desconocidos desnudos.
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