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Columnas

La mala arquitectura de la ciudad y los arquitectos

La mala arquitectura de la ciudad y los arquitectos

7 agosto, 2017
por Juan Palomar Verea

 

Recientemente el notable académico inglés Niall Gooch publicó un artículo particularmente destacable. Se transcriben algunos párrafos.

“El gran problema con la mala arquitectura urbana –y para el conocedor de este campo Gran Bretaña puede aportar toda una vida de cosas interesantes– es que es inescapable. Puedo evitar la poesía pretensiosa y las novelas mal escritas y las películas aburridas. Si no me gustan las tendencias prevalecientes en pintura sé cuáles galerías no visitar. Pero el agravio infligido a los habitantes de la ciudad por décadas de perversa arquitectura de la ciudad es restregado en nuestras caras todos los días.”

Más fundamentalmente, tengo una más grave preocupación acerca de las áreas urbanas en donde caminar y andar en bicicleta son peligrosos e inhibidos, y en donde los edificios son despiadadamente funcionales y carecen de cualquier asociación con una tradición significativa: ellas socavan nuestra capacidad para sentirnos en casa en el mundo. Ésta es una de las grandes necesidades humanas, resistir la alienación y la desdicha que surgen de la Caída y lograr para nosotros un lugar al que pertenecer y poder conectar con los otros.”

Y después, ante los cambios en curso en la Gran Bretaña, concluye:

“Esperemos que las señales que ahora emergen en la Gran Bretaña de una mejor arquitectura urbana –correcta infraestructura ciclista, medidas anti-auto más vigorosas, y un enfoque más intenso en espacios habitables- no sean un falso amanecer, sino un verdadero viraje hacia ciudades en donde podamos ser verdaderamente humanos.”

Adrede se tradujeron los términos “Town planning” y “Urbanism” como “arquitectura urbana”. El gremio de los arquitectos ha dejado, salvo valiosas excepciones, la suerte de las ciudades a los “urbanistas”: el resultado está a la vista a lo largo y ancho de la república. Desorden, anonimato, aridez, fealdad omnipresente (con sus debidas excepciones). El gremio arquitectónico, inexplicablemente achicopalado, se ha convertido en un gremio cuya intervención se limita a meros predios. Llevamos varias generaciones de “arquitectos de lote” que, a la fecha, frecuentemente no distinguen al COS y al CUS. Esos arquitectos –la inmensa mayoría– se dedican a rinconcitos y le dejan la suerte general de la ciudad a los “urbanistas”, supuestamente doctos en terminologías y simbologías arcanas y en curiosos planos incomprensibles para el lego. La cosa es que, para cualquier arquitecto de razonable formación es relativamente sencillo quitarse lo “lego” y entrarle de frente no ya al urbanismo, sino a la arquitectura de la ciudad, que es la herramienta que puede salvarla.

A estas alturas es necesario –pésele a quien le pesare– abandonar el obsoleto y dañino concepto de que la ciudad la hacen solamente los urbanistas y abrazar la causa urbana con toda determinación y responsabilidad: a nuestras ciudades, siguiendo a Gooch, les urge una pertinente, razonable, esplendorosa arquitectura urbana.

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