¿Un “tercer espacio”? 20 años de lugares arquitectónicos en MUTEK MX
Desde la Sala de Conciertos Tepecuícatl, en el norte de la Ciudad de México, hasta el Museo Anahuacalli, en el [...]
20 julio, 2023
por Emmanuel Islas Herrera | Instagram: @_emmanuel_islas
(Fuente: De Lacambalam - Trabajo propio, CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=35578049)
La rosa primitiva
«La historia de las religiones nos permite ver cómo en muchas ciudades de la antigüedad la división en cuatro cuadrantes está presente», leo en Eduardo Matos Moctezuma. Citando a Mircea Eliade, agrega: «La fundación de una nueva ciudad repite la creación del mundo (…) las ciudades, a semejanza del cosmos, están dividas en cuatro; dicha de otra manera, son una copia del universo.»
En un inicio, cuatro fueron los barrios en que los tenochcas dividieron la urbe, al dictado divino. El fraile Diego Durán refiere que así los instruyó Huitzilopochtli:
Di a la congregación mexicana que se dividan los señores cada uno con sus parientes, amigos y allegados en cuatro barrios principales, tomando en medio la casa que para mi descanso habéis edificado; y que cada parcialidad edifique en su barrio a su voluntad.
Los campa iniciales fueron Cuepopan (Santa María la Redonda), Teopan (San Pablo), Atzacualco (San Sebastián) y Moyotlan (San Juan).
Cuatro, los hijos de la principal divinidad Ometéotl: Tlatlauhqui, Yayauqui, Quetzalcóatl y Huitzilopochtli; cuatro, las edades —soles— del mundo. Cuatro tandas, las elementales creaciones de estos dioses: el fuego y el sol; los hombres y el maíz; los días, meses y años; el lugar de los muertos, el de las aguas y el mundo. Cuatro calzadas salieron desde el espacio sagrado hacia las cuatro regiones del universo, los cuatro puntos cardinales. Reinaban la tierra, el aire, el agua y el fuego.
Al centro de todo, en el ombligo sagrado, en la quinta parte o región (como bajo la quinta costilla), ahí el corazón, Ometéotl, dios padre y dios madre, el principio dual que puso en movimiento a los astros, a sus hijos los dioses que se mantenían en constante pugna por alzarse como el sol que rigiera la vida de los hombres y el destino del mundo. El espacio cósmico fue el campo de batalla. Cinco regiones, entonces, en el espacio horizontal. Cinco soles, la era de sus tiempos.
«Esta idea fundamental de los cuatro puntos cardinales y de la región central (…) se encuentra en todas las manifestaciones religiosas del pueblo azteca, y es uno de los conceptos que, sin duda, este pueblo recibió de las viejas culturas de Mesoamérica», sugiere Antonio Caso.
Vasijas, platos, cinerarios. A dicha imagen mexica del universo dividido en cinco puede vérsele en infinidad de objetos que datan desde el periodo preclásico hasta el postclásico. Aún permanecen en el museo del Templo (y, por supuesto, en el de Antropología e Historia). La cruz de diagonales fue su símbolo.
Dos consideraciones:
1. Si a la cruz de diagonales se le circunscribía en un cuadrilátero (tal cual fue ilustrada en la página 1 del Códice Mendocino), la intersección de los segmentos marcaba el centro desde el cual todo partía.
2. Si se le conjugaba —o conjuraba— con la cruz de ortogonales (utilizada por los sabios para señalar la orientación de las cuatro regiones del universo), entonces surgía el ordenamiento cardinal, es decir, el curso del tiempo en relación al movimiento del Sol.
Dos cruces en la base del enjambre. Tiempo y espacio sobrepuestos. Ingeniosos como Quetzalcóatl, los mexicas movilizaron a la geometría. La representación gráfica de lo anterior se despliega con singularidad belleza y complejidad en la página 1 del Códice Féjervary–Mayer, al que Miguel León–Portilla sugirió llamar Tonalámatl de los Pochtecas.
Flor salvaje de cuatro pétalos, rosa cardinal y primitiva: llegaste, quizá, como el agua al mar o la milpa al mundo. Veo en tu ecuménica estructura los signos distintivos de un largo saber maya, tolteca, teotihuacano, tenocha, tezcocano, tepaneca, acumulado a lo largo de las centurias y territorios. Cinco elementos gráficos: 1. Cuadrilátero (azul), 2. Cruz de diagonales (verde), 3. Cruz de ortogonales (amarillo), 4. Conjunción de cruces (verde y amarillo), 5. Cuadrados concéntricos (rojo).
La invisible flor bajo el entierro
Quiero pensar que esa flor antigua descansa bajo nosotros en el Centro Histórico. Hay una en Teotihuacán, quizá otra en Tula y Azcapotzalco; en la ontología china, en las tradiciones polinésicas también.
El procedimiento para visualizarla debería atender, cuando menos, cinco (¡cinco!) pre–condiciones. Norte: obviar, ante todo, el trazo irregularmente cuadricular impuesto por la tradición urbanística militar hispana, tomando en cuenta que ésta superpuso sus edificaciones sobre los importantes espacios sagrados, políticos y públicos de la antigua capital mexica, y los conquistadores, supeditados en un primer momento al asentamiento ya existente, recrearon la «república de españoles» sustituyendo lo «viejo» por lo «nuevo».
Sur: interpretar lo que permanece oculto en la piedra conforme a la lectura geométrica del Códice Féjervary–Mayer propuesta por el arquitecto Carlos Mercado:
La estructura formal contenida en el códice Fejérváry Mayer, por su precisión y profusión podría ser asumida como un tratado mesoamericano de trazo geométrico, ya que en ella es posible identificar y reconocer esquemas de conformación que no sólo fueron aplicadas en la prefiguración de la citada ilustración, sino en muchos otros objetos y artefactos.
Poniente, partir de que las relaciones sociales y económicas, la natural geografía, determinaron en última instancia la primera traza de la urbe tenochca y sus calzadas, y la ubicación exacta de sus principales templos o edificaciones.
Oriente, que el «esquema de conformación» o patrón de asentamiento no presupone de ninguna manera que éste fuese el método formal y material utilizado en campo.
Y región central: la fundamental estructura, al ser anterior al trazo del alarife extremeño Alonso García Bravo para la república de hispanos, debería ser visible ya en los primeros mapas y planos de la Ciudad.
Sólo así, avanzo con la superposición de la rosa primitiva sobre el mapa «Planta y sitio de la Ciudad de México», elaborado alrededor de 1628 por el arquitecto Juan Gómez de Trasmonte:
1. Tomando como vértices los templos que equidistan del Mayor: Santo Domingo, al noroeste; San Sebastián, al nororiente; de la Merced, al suroriente, y San Agustín, al norponiente, delimito el área mediante el cuadrilátero azul.
2. Trazo la cruz de diagonales en verde uniendo los vértices del cuadrilátero, de tal manera que la superficie queda dividida en cuatro regiones.
3. Dibujo la cruz de ortogonales en amarillo, que reorienta la división terrestre. Los segmentos de recta se corresponden aproximadamente con las cuatro calzadas que salen desde el recinto ceremonial hacia los puntos cardinales: Tacuba, al poniente; Guatemala, al oriente; Pino Suárez, hacia el sur, y República de Argentina, al norte.
4. La intersección de ambas cruces indica la «quinta región», el ombligo, el corazón que marca el punto de partida, y coincide con la antigua Casa Arzobispal, fundada en 1530, a tan sólo unos pasos del Templo Mayor.
5. Trazo un cuadrilátero más en rojo, tomando como vértices las intersecciones de la cruz de diagonales. Este cuadrado muestra que en los centros de cada intersección se localizaban dos colegios que actualmente ya no existen: Colegio Mayor de Santa María de Todos Santos (fundado en 1573), al suroeste, y Casa de Estudios de San Andrés, de los padres de la Compañía de Jesús (1624), al noroeste. Además, coincide con la sede de la Santa Inquisición (1571) al norponiente y con las Casas del Cabildo (1527) al suroriente.
Pareciera que la urbe de aquel entonces mantiene en su traza la fundamental estructura del cosmos nahua, su geometría sacra. La horizontalidad y centralidad del poder se ve en la horizontalidad del saber: la «buena palabra» (el in qualli tlahtolli que se enseñaba en el Calmécac) les llegaba a los mexicas del cielo y fluía sobre las acequias allende el islote. Quizá por eso, las normas de construcción urbana fueron dictadas por sacerdotes que preservaban la tradición nahua. ¿Qué otro tipo de ciudad, si no centralista, servía al tipo de pueblo que los aztecas deseaban ser?
Pero habría que partir de una sexta precondición que, además de descuadrar las formas y números sagrados, dejaría las cosas de cabeza: la recreación mágica de una ciudad sagrada será siempre eso: magia, fantasía, una declaración de amor. Cada paso del procedimiento presupone un acierto o, quizá, un error, en la lectura cosmogónica de un imperio extinto. Ello, tal vez, tenga un origen: los caminos de una línea recta son infinitos. Hay que salirse para volver a entrar.
Por ello regreso a la región central. Es domingo. Otra vez llueve aquí en el Centro. Al andar siento en mí la pugna de los antiguos dioses: de un lado, la sensación de sucumbir al cataclismo, y enseguida, en sentido opuesto, con misma intensidad, la de resistir. Heredé de mis antepasados mexicas la conciencia trágica, y del mestizaje la holgazanería. «¿Aquí he venido sólo a obrar en vano?» No lo sé. Otra línea recta me destantea: Paseo de la Reforma, sus alturas rutilantes, su gran vacío que absorbe múltiples capitales. Y me surgen más preguntas. Pero hoy ya no. Mañana, tal vez. Esta búsqueda se repetirá a diario, al amanecer, en el campo de batalla que es el corazón del hombre, sede del latido, lugar del movimiento, región de vida y muerte.
Desde la Sala de Conciertos Tepecuícatl, en el norte de la Ciudad de México, hasta el Museo Anahuacalli, en el [...]
Les confieso que casi lo pasé por alto. En junio de 1955, el joven ingeniero Lino González Mercado escribió en [...]