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La intimidad en tiempos de su reductibilidad técnica

La intimidad en tiempos de su reductibilidad técnica

3 abril, 2018
por Rosalba González Loyde | Twitter: LaManchaGris_

 

Quizá la casa es el primer lugar que reconocemos como nuestro. Están los objetos cotidianos con los que comenzamos a vincularnos, con el espacio que habitamos y [nos] creamos. Es en este escenario donde aparece la literatura que toma los objetos cotidianos para hablar de culturas o de fenómenos sociales, de rituales y ritos que se llevan a cabo entorno a estos. El baño (Zizek), la cama (Colomina), la puerta, la mesa (Kaufmann), la casa; se convirtieron en el centro de discursos sociológicos y etnológicos sobre la vida cotidiana para hacer una radiografía de contextos históricos, de gusto y de clases sociales.

Las diferencias de cómo habitamos estos espacios son las de procesos históricos y fenómenos de clase. La transformación de los objetos y el desplazamiento de usos en los espacios también son consecuencia de esos cambios. Como las paredes empequeñeciéndose junto con la tv, empujando al individuo a habitar consumir y ser objeto de consumo desde su propia habitación.

Luego de la Segunda Guerra Mundial y con una pérdida fuerte de población urbana de las grandes ciudades, la forma de habitar en el mundo urbano occidental tuvo prioridades distintas a las actuales; el ímpetu por promover familias más numerosas para dinamizar el mercado, aunado a una  visión distinta respecto a la urbanización, provocó que el ideal de los espacios de vivienda fueran más y de mayores dimensiones.

La multiplicidad de los espacios era más común. La sala de tv, el cuarto de estar, la mesa para el teléfono, la zona para escuchar música, la mesa para tomar té. Habitarla dentro, con todas sus reglas de diferenciación tanto como fuese posible. La calle, por su parte, estaba destinada y diseñada para el tránsito motorizado, por lo que el flâneuse no era una figura ni promovida ni bienvenida.

Décadas más tarde se integra un nuevo relato a la visión de ciudad. Diversos fenómenos entre ellos los debates sobre la contaminación que dominaron el discurso en las décadas de los ochenta y noventa; el crecimiento poblacional y la necesidad de acortar el tiempo del transporte (especialmente para las élites), incentivaron un cambio en la forma de ver y habitar la ciudad y con ello a la vivienda.

Así comienza un proceso de regreso a la ciudad central. Un proceso que comprendió muy tempranamente el mercado inmobiliario, el cual encontró una mina de oro en las zonas centrales depauperadas y bien ubicadas de las ciudades, comúnmente habitadas por clases medias y bajas(1). Esta visión temprana del mercado provocó que, en un contexto de pocas o nulas políticas públicas que frenaran o aminoraran el cambio, el costo del suelo aumentara y presionara el desplazamiento de habitantes de menores ingresos (gentrificación). Hoy el proceso continúa, pero ahora lo vemos descrito a través de formas de renovación urbana y de barrios de industria creativa.

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Una gran cocina con dos enormes refrigeradores aparecen en la imagen, una repisa con una docena de copas para vino y una reunión de adultos jóvenes pasándola bien en algo que podría ser un cumpleaños. Estas imágenes ilustran un artículo de The New York Times. Todo aparece pulcro, las personas sonríen, todo en apariencia funciona.

El texto al que hago referencia describe una “solución” al costo de la vivienda en San Francisco, a través de un proyecto inmobiliario que ha disminuido el precio(2) de renta para profesionistas (predominantemente jóvenes), al ofrecer en alquiler habitaciones de entre 12 y 20 metros cuadrados con áreas compartidas en lugar de departamentos.

Esto parecería una excelente solución sino implicara una discreta forma de segregación que parte desde las formas de habitar. La población con hijos, gente de la tercera edad y con menores ingresos quedan descartados porque no encajan con el estereotipo productivo que el sistema requiere. La gentrificación entra a la jugada y los medios, la publicidad y a veces las autoridades públicas van detrás para jugar un rol legitimador de ello.

Si transitamos a una utopía urbana, la idea sobre ocupar menos los espacios privados y más los públicos no suena tan descabellada, de esta forma los ciudadanos nos veríamos cada vez más obligados a habitar la calle y ser partícipes de los debates y conflictos que se generan en ella para hacerla más habitable para todos, de forma tal que la ciudad nos provocaría el “encuentro con los otros” del que habla Sennett y tendríamos “más ojos –humanos- en la calle” como diría Jacobs.

En la calle las cosas no han ido así. En Ciudad de México, por ejemplo, a pesar que la oferta de espacios de habitación ha ido en aumento en las zonas mejores ubicadas de la ciudad, esto no ha manifestado un aumento de población, por el contrario, las delegaciones centrales de la ciudad han perdido habitantes en las últimas décadas. Y aunque sí ha implicado una mejora en el espacio público, esta ha sido selectiva, pues parece satisfacer únicamente a los que son capaces de pagar los costos de tal privilegio.

Location, location, location”, repetido como mantra en el urbanismo y en el desarrollo inmobiliario, no sólo desplaza los metros cuadrados de vivienda por la ubicación de esta, sino que también permite la aparición de espacios donde la intimidad es reductible y lo público, en su verdadero carácter, no tiene lugar.

 


 

(1) El imperio de Trump se consolidó bajo estos principios en la ciudad de Nueva York al comprar, con participación del gobierno local –terriblemente endeudado-, edificios de vivienda en áreas centrales de esta urbe, que luego fueron intervenidos para ser vivienda de las clases altas neoyorquinas.

(2) El costo de una habitación están entre los 1400 y 2400 dólares mensuales.

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