Gobierno situado: habitar
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20 septiembre, 2015
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
Me interesaba Hans Scharoun, que hizo la Filarmónica de Berlín pero también vivienda realmente sorprendente en Siemensstadt. Fui Alemania a conocerlo. Si hubiera tenido un mentor en arquitectura —nunca lo tuve ya que llegué a la arquitectura de manera indirecta, por los búnkers— hubiera sido Scharoun.
Eso lo dijo en alguna entrevista Paul Virilio. Hans Bernhard Henry Scharoun nació en Berlín e 20 de septiembre de 1893, pero vivió su infancia y juventud en la ciudad portuaria de Bremerhaven. En su libro sobre Scharoun, Spring y Kirschenmann dicen que su vocación de arquitecto maduró pronto, “para disgusto de su padre, que consideraba la arquitectura como una profesión para morirse de hambre.” Empezó a estudiar arquitectura en 1912 en Berlín. Fue parte de la Cadena de Cristal y en 1919 ganó un concurso con un proyecto que resultó elogiado por Adolf Behne.
La cercanía entre el búnker y la arquitectura de Scharoun no es extraña: pese a sus formas orgánicas —o precisamente por eso—, hay quien ha dicho que el “funcionalismo” de la arquitectura de Scharoun resulta tal vez más estrecho que estricto. David Lewis cuenta que Mies le recomendaba a Hugo Häring —amigo de Scharoun y sobre quien ejerció gran influencia— hacer espacios más amplios, “así podrás usarlos como quieras.” Lewis cita un ensayo de Häring en el que escribió:
Debemos descubrir las cosas y dejar que desplieguen sus propias formas. Va contra la veta imponer formas, determinarlas desde fuera, forzarlas de acuerdo con leyes abstractas. Nos equivocamos tanto al usarlas como demostraciones históricas como al hacerlas expresar sensaciones individuales. Y también nos equivocamos al reducirlas a formas geométricas o cristalinas básicas pues ejercemos una fuerza sobre ellas (como hace Le Corbusier). Las figuras geométricas básicas no son formas naturales, son abstractas y derivadas de leyes intelectuales. El tipo de unidad que construimos sobre la base de figuras geométricas es para muchas cosas simplemente una unidad de forma y no una unidad vital, y deseamos unidad con la vida y en la vida.
Lewis dice que mientras Mies entendía la función de manera diacrónica —es decir, como algo que podía cambiar a lo largo del tiempo—, Häring, como Scharoun también, la entendían sincrónicamente, como algo fijo y estable a lo que debía ajustarse la forma del edificio de manera casi milimétrica. Peter Blundell Jones, uno de los más reconocidos especialistas en Scharoun y Häring, dice que para este último “el arquitecto tenía un papel más bien de intérprete que de creador, dejando que el edificio se convirtiera en lo que necesitaba ser sin someterlo a sus propias nociones de gusto y belleza. La filosofía de Häring —agrega— era anti-estética y atacaba a los arquitectos del Estilo Internacional, especialmente a Le Corbusier, por imponer camisas de fuerza geométricas por mera armonía estética en detrimento de la «esencia» del edificio y de su carácter natural.” En cambio, el mismo Adolf Behne terminaría criticando esa concepción fija de la función.
Un texto de Detlef Mertins titulado La misma diferencia, y que se publicó en el libro de Farshid Moussavi y Alejandro Zaera-Polo, replantea ese debate acerca de la función y la forma que le corresponde. Dice que Demitri Porphyrios describía al Crown Hall de Mies van der Rohe “como una arquitectura de control y disciplina total” y que la denominaba como homotópica, pues “exigía que cualquier cosa o persona se adecuara al esquema de racionalidad universal, a la geometría que organizaba el edificio como un todo unificado.” Contra Mies, Porphyrios proponía a Alvar Aalto y su “sensibilidad ordenadora heterotópica.” Mertins le da la vuelta al argumento, del mismo modo que Behne o el mismo Mies lo habían hecho con el funcionalismo orgánico de Häring o Scharoun. Mertins dice que “lo verdaderamente universal del espacio universal de Mies no es, al fin y al cabo, la trama, que es simplemente uno de los múltiples recursos de ordenación” sino “el vacío emparedado entre dos planos horizontales ininterrumpidos en donde todo o nada puede ocurrir.” Su relativa vacuidad —agrega Mertis— “transforma la jaula de hierro de la racionalidad industrial en un instrumento que permite configuraciones sociales emergentes y acontecimientos no previstos.”
A fin de cuentas, tal vez no haya manera de construir arquitectura sin que algo tenga de dispositivo de control. La pregunta quizás sea si se prefiere la amplitud de la celda o la singularidad de la camisa de fuerza bien ceñida, la jaula con vistas o el búnker cerrado. O, quizás, mas que de preferencias se trate de saber de cuál es más fácil lograr escapar.
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