Hugo González Jiménez (1957–2021)
Hugo González Jiménez nació en Guadalajara en 1957. Se inscribió en la Escuela de Arquitectura del Iteso hacia 1975 y [...]
9 julio, 2016
por Juan Palomar Verea
Desde hace algunos años es usual encontrar, de vez en cuando, notas periodísticas que vaticinan el final de los mercados tal como los conocemos. La competencia de supermercados medianos y enormes, de sistemas de comercialización despiadados y frecuentemente desleales, de prácticas y costumbres distintas de los consumidores parecieran ser los factores que apuntan a esa extinción. Cada vez más puestos, se dice, se vacían de marchantes, cada vez más gente prefiere otros centros de abastecimiento.
Los mercados populares son uno de los elementos urbanos más antiguos y característicos, son una de las materializaciones físicas más contundentes de una manera de habitar la ciudad. Contienen en ellos algunas de las claves genéticas esenciales para la vida comunitaria. Porque un mercado va mucho más allá del simple intercambio de mercancías, generalmente perecederas, y otras muchas veces también durables.
Un mercado, enclavado en un determinado contexto urbano, es un denso nudo de relaciones sociales. Es un ancla, una referencia, una herramienta fundamental para el funcionamiento de la comunidad. Fuente de amistades y conocencias, de todo tipo de intercambios extra mercantiles, de chismes, rumores y noticias, asiento de personajes idiosincráticos, lugar de encuentro, reconocimiento, identificación.
Su misma presencia física hace de los mercados vigorosos hitos urbanos. Frecuentemente, su arquitectura descuella y su personalidad marca sus entornos. Numerosos son los mercados de notable, a veces extraordinaria, arquitectura. Autores como Pedro Castellanos, Rafael Urzúa, Julio de la Peña, Alejandro Zohn, Horst Hartung, Federico y Fernando González Gortázar o Gabriel Casillas Moreno han dejado muestras ejemplares de este género. Vale la pena, como ejemplo arquetípico, detenerse brevemente en el célebre Mercado de San Juan de Dios, de Alejandro Zohn.
Este mercado es un ejemplo nacional –y aun mundial- de la excelencia y el vigor que, a pesar de todos sus conocidos problemas, puede tener un recinto de este género. Su increíble potencia humana se renueva a diario. Tiene plena vigencia y es difícil imaginar a Guadalajara sin este absoluto hito urbano. A esto, la arquitectura le hace plena justicia, muy digno marco. Es audaz, alegre, rigurosa, recia. Es un ejemplo paradigmático no solamente de un espacio apropiado y enriquecedor del patrimonio, sino de la vitalidad siempre vigente de los mercados.
Habría que encontrar los caminos para asegurar también la vigencia de los mercados tapatíos (algunos, conste, enfrentan riesgos, otros gozan de plena salud). Todo parte del convencimiento de los usuarios acerca de la conveniencia de preferir el comercio local, el trato cordial y humano, la belleza y el sabor de los mercados por sobre la despersonalización y la vulgar voracidad de los anónimos y monstruosos supermercados de cadena. Todo parte de defender una manera de vivir que conlleva el progreso y la durabilidad de una forma de vida más solidaria y cercana, de promover la salud urbana de barrios y colonias.
Y también depende esta permanencia de los marchantes que ocupan los mercados. Son perfectamente capaces de organizarse mejor, de modernizarse adecuadamente, de cuidar la limpieza y la buena presentación de los mercados que les hacen ganarse la vida. Y, por supuesto, la autoridad tiene gran responsabilidad: mantener, conjuntamente con los locatarios, en estado óptimo las instalaciones, fomentar y apoyar las actividades comerciales de los mercados, rehabilitarlos si es el caso. Algunos ejemplos internacionales en este sentido son muy útiles: muestran la adaptación inteligente y exitosa. Además, las nuevas generaciones comienzan a regresar a los mercados como lugares deseables.
Los mercados, seguramente, encontrarán la manera de seguir ganándose la vida, y la población podrá reconocer en ellos a uno de sus valores comunitarios más importantes y necesarios. Pero es indispensable tener conciencia de su significación, de su valía.
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