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Columnas

La Edad del Barro

La Edad del Barro

23 noviembre, 2013
por Wonne Ickx

Últimamente han aparecido en el medio de la arquitectura gran cantidad de materiales y texturas que difieren radicalmente de los componentes innovadores que apenas hace una décadas inundaban el mercado. En las fotografías en las revistas del gremio, la madera natural, barro, adobe, bloques de cemento, terracota y teja han ido reemplazando paulatinamente al corian, al piso epóxico o las sofisticadas láminas multi-perforadas, tan flamantes el día de ayer. Los tejidos, los ensamblajes rústicos, las técnicas de antaño y una ética de hacer-más-con-menos sustituyen los cortes láser, las perforaciones CNC y las complejas producciones digitales, desplazando la mirada de la tecnología hacia el craft. Las descripciones de los proyectos contemporáneos se ilustran humildemente con una serie de especificaciones originales que parecen salir de libros de arqueología o de la propia tradición oral; los arquitectos mexicanos describen con orgullo sus encalados con baba de nopal, el uso las vigas de mezquite o las enramadas de palma con las  que “adornan” sus proyectos. Nada más noble que trabajar con una comunidad indígena en los altos de la sierra para mimetizar sus tradiciones, las técnicas sencillas y la simpleza constructiva con las que levantan sus edificaciones.

Este interés en una estética local y low-tech no solamente ha generado una arquitectura diferente sino que  ha cambiado también el enfoque geográfico de nuestro oficio. Los paisajes más remotos parecen ser ahora los escenarios perfectos de la arquitectura contemporánea. Dejando de lado Londres, Nueva York, Tokio o Singapur, ningún lugar parece demasiado lejano como para escaparse con la cámara e ilustrar nuestras revistas especializadas. La última edición de la revista Arquine, por ejemplo, contiene proyectos en lugares como Temascaltepec, San Luis Potosí, Kigali (Ruanda), Tampico y Curicó (Chile). Lo que parece sugerir que el enfoque se esta desplazando de los grandes centros urbanos hacia el campo y las zonas rurales.  Mientras antes las palabras ‘urbano’ o ‘metropolitano’ eran los adjetivos de moda y todo giraba alrededor de la rápida urbanización que vivía el planeta, ahora definitivamente es lo rural y lo periférico lo que esta en vogue.

Lo básico, lo elemental, lo esencial, lo honesto, lo vernáculo, lo primitivo, lo tradicional o hasta lo precario son  conceptos cruciales que se han convertido en la palapa protectora para librar a los arquitectos del legado de acusaciones a las que han sido sometidos en los últimos años: individuos egocéntricos y  amigos del espectáculo visual. Las tendencias optimistas y festivas de la arquitectura global de las décadas pasadas, se obscurecen lentamente invadidas por una melancolía mediática de un pasado construido. Esta vez no surge como un deseo de recuperar una época histórica y urbana como la citta de Aldo Rossi —invocando una reinterpretación de tipologías históricas. El anhelo es todavía más difuso, inspirado en un pasado bucólico, rural y primitivo: una búsqueda de una arquitectura sencilla y directa que pertenece a los territorios y paisajes olvidados por la globalización.

“All those unsanded wood floors, all that good design, the furniture with integrity, the fair trade coffee…” escribe el artista británico-argentino Pablo Bronstein para reseñar nuestra situación actual. Después de que mandamos a volar al posmodernismo nos dimos cuenta de que nos quedamos con las manos vacías; la crítica desmesurada nos hizo botar al bebé con el agua del baño. Después de un sucinto revival del modernismo impregnado por vacías tendencias minimalistas y el breve momento de esperanza que nos ofreció la cultura digital, no nos queda otra opción que regresar al inicio del juego: de empacar nuestras maletas y regresar a la aldea de donde salimos. En un intento de darle la espalda a un pasado lleno de excesos formales y extravagancias costosas, la arquitectura se satisface con una celebración de lo sencillo, llenando las revistas y blogs con pragmáticas estructuras de madera, muros de adobe y celosías de ladrillo. Dejando atrás el híper-sofisticado concreto transparente a favor de muros de tierra compactada, celebramos ahora la elegancia de lo-que-siempre-fue.

¿Acaso hay algo más que decir? Este señor arquitecto que nos prometía un futuro mejor, se marchó hace  tiempo. Estos colegas arquitectos o urbanistas que miraban con destreza y seguridad hacia adelante y que estaban dispuestos a dejar todo su pasado atrás para adentrase en prometedores terrenos desconocidos, ya se perdieron en el camino o ya regresaron —un tanto avergonzados— a la seguridad de sus casas. Así, sin mucho más que que decir, con poco menos que ofrecer, les doy la bienvenida a la nueva Edad del Barro.

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