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La ciudad y sus afectos

La ciudad y sus afectos

25 marzo, 2015
por Pedro Hernández Martínez | Twitter: laperiferia | Instagram: laperiferia

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Hace ya algunas semanas se publicaba en el blog de Aprendizajes comunes, extensión digital de La aventura de aprender, un proyecto del Ministerio de cultura de España y un programa de la televisión pública de aquel país, un texto llamado Hacer el amor a la ciudad. En él, Antonio Lafuente y Aurora Adalid entonaban un breve manifiesto sobre la reivindicación de lo afectivo en el hecho urbano.

Tenemos que enredarnos con la urbe, como quien la baila. Que los poetas le canten, mientras ensayamos con nuestras pisadas otros fraseos, distintos atajos, diferentes roces, y así ensayar otras maneras de sentirla, recorrerla y poseerla. Hacerle el amor a la ciudad no tiene por qué ser una tarea continua, puede ser un flirteo, un rato de seducción o una noche de pasión.

Permítanme ponerme romántico, pero para querer a una ciudad hay que trabajar(se)la. El amor y el afecto por algo -o alguien- son así, puede surgir de repente o aparecer a primera vista mágicamente como ocurre en el cine pero sólo es el esfuerzo continuado y el trabajo por conservar aquel primer sentimiento el que permite establecer una relación duradera. Las ciudades, imperfectas, descuidadas y hasta invivibles, son, para muchos de nosotros, el entorno donde sucede nuestro día a día ¿No tendría sentido entonces cuidar de aquello que nos permite relacionarnos con los demás? La ciudad es un hecho colectivo trazado a lo largo de muchos años. No hay autor en la ciudad, puede que haya arquitectos, urbanistas o políticos detrás de un plan urbano, pero eso es sólo una mínima parte de lo que la ciudad es. La ciudad se conforma por la gente que la habita, por las relaciones que produce, impide o posibilita. Establecer unas u otras nos corresponde a todos, independientemente del lugar donde proceda. Esto significa, naturalmente, abarcar la posibilidad del conflicto, que los que unos quieran no es necesariamente lo que yo deseo. Pero es que la ciudad se discute, se pone a debate, y de ese mismo hecho la ciudad cambia, crece y se expande.

El afecto hacia la ciudad -o lo que es lo mismo, ser afectado por ella- aparece como necesario. Necesitamos volver a recorrerla y cartografiarla, pensándola más allá de calles y plazas. ¿Qué me gusta de la ciudad?, ¿qué me disgusta? podrían ser una nueva manera para enfrentarse a ella. Así al menos lo ha supuesto Vivero de Iniciativas Ciudadanas con el Seminario Abierto Urbanismo Afectivo desarrollado en Matadero Madrid el pasado mes de febrero.

Los afectos son hoy una ingeniería que funciona como una infraestructura total. Y el espacio es un recurso involucrado en todos los puntos de la generación de los afectos: ansiedad, obsesión y lo compulsivo forman parte del espacio público. También los media como escena privilegiada de la manipulación de nuestros  afectos. Con sus pantallas ubicuas, que configuran y organizan nuestros modos de percepción que ayudan a configurar y consolidar nuestros hábitos urbanos. En estos procesos los cuerpos son el medio para la transmisión de  estas políticas manipuladoras de los afectos.  Hablamos de afectos como la emoción, la alegría, la esperanza, el amor, la sorpresa, la angustia, el miedo, el terror, la ansiedad, la obsesión, la compulsión, la vergüenza, el odio, la humillación, el desprecio, el asco, la ira o la rabia que no tienen a priori validez en la política.
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Lo afectivo aparece entonces como una posibilidad real y concreta de enfrentarse a la ciudad. Si algo nos gusta nos moviliza, nos atrae, vamos a esa plaza cada día porque a las 5 de la tarde el sol calienta, recorremos una determinada calle de camino a casa porque podemos oír el cantar de los pájaros o tomamos un determinado medio de transporte porque puede ser más cómodo que otro. Pero, ¿qué pasa cuando algo se sale de nuestra noción de gusto? En ese caso podemos hacer dos cosas: apartarnos y quejarnos a las autoridades para que cambien la situación o simplemente, tomar medidas. Es aquí donde Madrid, más que muchas otras ciudades, ha sabido visibilizar otras prácticas urbanas, otros modos de hacer ciudad. Desde el más que conocido Campo de cebada a los Autobarrios, de Paisaje Tetúan a Esto es Una Plaza, la capital española se llenó de distintas propuestas que, cansadas de esperar a que los políticos de aquella ciudad cambiaran las cosas, decidieron tomar la iniciativa para producir nuevos espacios colectivos, generados desde estrategias colaborativas y con materiales reciclados que permiten construir y reconstruir las posibilidades de lo urbano.

Propuestas que no niegan ni interrumpen las formas y modos del urbanismo más tradicional, pensado más a largo plazo y no de forma tan directa y espontanea. Pero es que, mientras esperamos, siempre habrá alguien que decida cambiar las cosas. Y es que la ciudad planeada convive siempre con estas otras formas de hacer ciudad.

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