Gobierno situado: habitar
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6 abril, 2020
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
Progreso del cólera espasmódico. Amariah Brigham, 1832. David Rumsey Map Collection, Stanford University Libraries.
«En 1830, en la primavera, el cólera irrumpió por segunda vez en Rusia; en 1831, con los primeros calores, ganó San Petersburgo y Polonia, en julio, Hungría y Prusia. El 31 de agosto, reventó en Berlín, el 14 de septiembre en Viena y, en fin, en febrero, en Londres. Era poco probable que el azote perdonara a Francia. Era prudente, por tanto, no esperar hasta que se declarara la epidemia en París para tomar precauciones y medidas. “En secreto, la autoridad municipal había creado comisiones sanitarias por distrito y por barrio; previendo la organización de un gran número de puestos médicos, pero el servicio hospitalario no podía prestarse a un desarrollo considerable sin que la opinión pública lo supiera y se alarmara, sin tener que disponer de créditos importantes que tan sólo votarlos hubiera causado temor. Tras muchas negociaciones, el Consejo General decidió, el 22 de febrero, que la administración consagraría cien camas disponibles en el hospital de Beaujon y otras tantas en Saint-Antoine, y que prepararía en otros establecimientos, ahí donde fuera posible, salas con camas suplementarias.” No se previó que pronto serían desbordadas.»
Ese es el recuento que el historiador Gabriel Vauthier publicó en la Revue d´Hisoire du XIX sìecle en 1929. La pandemia de cólera había iniciado en la India a mediados de la segunda década del siglo XIX y tardaría diez años en llegar a China. De ahí el avance fue más rápido, hacia Japón, Irán y Rusia en 1830. El 27 de marzo murió el primer infectado por cólera en París. El 18 de abril los infectados rebasaban los veinte mil y 700 muertos. Entre marzo y octubre, murieron 18,402 personas tan sólo en París. Vauthier apunta que los más golpeados por la enfermedad eran los pobres y, en general, las partes más insalubres de la ciudad. Mucha gente, incluidos médicos, pensaban que el mal se propagaba por el aire. Vauthier cita archivos de la época: “No se puede tener idea del olor desagradable que se experimenta al entrar en esas recámaras de apenas unos cuantos pies cuadrados, selladas y que no reciben más que un aire impuro.” François Delaporte cuenta en su libro Enfermedad y civilización: el cólera en París, 1832, que “a diferencia de las clases trabajadoras, las clases privilegiadas no dudaban de que la epidemia fuera real. Mejor informados que la gente del pueblo, los ricos habían seguido el progreso de la enfermedad por un tiempo.” Delaporte dice que el primer reflejo de la burguesía fue abandonar la ciudad. Tenían un doble temor: a la enfermedad y a las revueltas populares.
Ese mismo año, 1832, el cólera cruzó el Atlántico. Llegó de Irlanda a Canadá y de ahí pasó a Nueva York y otras ciudades del noreste de los Estados Unidos. John B. Osborne cuenta cómo las ciudades de Montreal, Filadelfia y Nueva York se prepararon para evitar o controlar la pandemia. Explica que en ambos lados del Atlántico, la comunidad científica se dividía entre quienes pensaban que el cólera se extendía por contagio o si era producto de condiciones ambientales como la suciedad y el aire contaminado. Los partidarios de la teoría del contagio estudiaban la cronología y las rutas como se había extendido el mal. Sus contrincantes apuntaban a la manera como la enfermedad surgía de golpe en un barrio entero y al hecho de que el personal médico que atendía a los enfermos raramente enfermaba. Osborne cita al historiador Erwin H. Ackernecht quien “sugería que los regímenes autoritarios que ponían énfasis en el interés de la comunidad y el Estado suscribían la tesis del contagio, con el corolario de la cuarentena, mientras los regímenes más liberales, con su énfasis en la primacía de la libertad individual, eran contrarios a la idea del contagio y se enfocaban en la importancia de una reforma sanitaria.” El comité médico que lideraba las acciones contra la epidemia en Filadelfia apostó por la idea de que la enfermedad era producto del entorno, basándose, dice Osborne, en una “lectura selectiva de las opiniones médicas en Europa y en los antiguos textos hipocráticos.” Entre otras cosas recomendaban excluir de la dieta diaria ciertos alimentos provenientes del mar, carne de puerco poco cocida, y no excederse en el uso de cebollas, melones y pepinos. Suponían que la pobreza, el miedo y una predisposición general eran las causas principales para enfermar de cólera.
En Montreal la lucha contra el cólera fue parte de otra lucha, entre los partidos inglés y francés. La idea de implementar una cuarentena resonaba con tintes políticos y era vistos por unos como una forma de represión. Limitar la entrada de irlandeses —quienes sí eran el vector de transmisión— era visto como una estrategia política, pues éstos eran aliados de los franceses en su oposición a los ingleses. A Nueva York el cólera llegó el 24 de junio de 1832. Un mes después, “el 28 de julio, en tanto la enfermedad se extendía por la ciudad y el número de víctimas aumentaba, la Junta de Salud autorizó la remoción de individuos de distritos densamente poblados o infectados, a expensas del erario.” Cada día la Junta anunciaba el creciente número de muertos ante un auditorio también cada día mayor. Para septiembre, en Nueva York se contaban 2,782 muertos, contra sólo 935 en Filadelfia y 1,904 en Montreal —aunque estimados extraoficiales contaban más de cuatro mil muertos en esta última ciudad. Sin dejar de pensar en la suciedad del ambiente como causa de la enfermedad, la Junta Médica de Filadelfia presumía la abundancia de agua limpia —bombeada desde el ríoi Schuylkill— para beber y lavar las calles. Hoy sabemos que la abundancia de agua limpia para beber era la causa de la diferencia de casos entre las tres ciudades.
A la Ciudad de México el cólera llegó un año después, en 1833. Entró por Tampico, proveniente de Nueva Orleans y Nueva York, y por Yucatán, desde la Habana. Mucho se ha citado la descripción que hizo Guillermo Prieto años después:
«Lo que dejó imborrable impresión en mi espíritu fue la terrible invasión del cólera en aquel año. Las calles silenciosas y desiertas en que resonaban a distancia los pasos precipitados de alguno que corría en pos de auxilios; las banderolas amarillas, negras y blancas que servían de aviso de la enfermedad, de médicos, sacerdotes y casas de caridad; las boticas apretadas de gente; los templos con las puertas abiertas de par en par con ml luces en los altares, la gente arrodillada con los brazos en cruz y derramando lágrimas.»
Prieto dice que “el pánico había invadido los ánimos”, que se habían prohibido algunos alimentos —incluyendo los chiles rellenos—, que las casas se fumigaban y se regaban con vinagre y cloruro. Víctor Tovar y Patricia Bustamante cuentan que en ese entonces se estableció una Junta Municipal de Sanidad y en cada una de las 244 manzanas de la ciudad se nombró un encargado de atender enfermos, reportar defunciones y autorizar medicamentos. Según ha estudiado Maria del Pilar Velasco, en 1833 se registraron 6,165 defunciones a causa del cólera en la Ciudad de México —que contaba entonces con unos 130 mil habitantes, contra 250 mil en Nueva York. Velasco apunta que “a partir de la epidemia de cólera de 1833 comenzaron a implementarse medidas sanitarias (introducción de drenaje, alcantarillado y agua potable, construcción de cañerías e instrumentación de un sistema de recolección de los excrementos que se arrojaban en las acequias), pero con diferencias, es decir, preponderantemente en aquellos barrios en los que los habitantes contaban con medios económicos suficientes para subsidiarlos. El resultado previsible fue una diferencia social más clara y más marcada. Se hacen evidentes las disparidades económicas entre barrios.”
La expansión del cólera por el mundo y en diversas ciudades fue registrada minuciosamente en varios mapas. En su libro Mapping Society, The Spatial Dimensions of Social Cartography, Laura Vaughan explica que “el uso de mapas para registrar la enfermedad era particularmente común en la ciencia médica temprana, cuando, antes de los trabajos de Pasteur en 1850 —que encontraría las causas biológicas de la enfermedad— las causas ambientales eran el foco de la investigación. Un estudio ha encontrado al menos 53 mapas del cólera publicados hasta 1832.” En un mapa de la ciudad de Leeds, publicado en el Report on the Sanitary Conditions of the Labouring Population of Great Britain, de 1842, Edwin Chadwick incluía datos sobre casos individuales de enfermedad (cólera con puntos rojos y enfermedades respiratorias en negro); datos sobre niveles de pobreza, en gradaciones de color, y las calles con falta de limpieza. Y aunque fallaban al determinar la causa precisa de la enfermedad, ese tipo de mapas sirvieron para tomar decisiones que afectarían la conformación social, urbana y arquitectónica de las ciudades en la segunda mitad del siglo XIX.
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