Gobierno situado: habitar
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¡Felices fiestas!
3 enero, 2021
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
I really don’t care. Do U?
El abrigo de Melania
“Nuestro mundo es uno en el que reina la falta de cuidados”, dice la primera línea de The Care Manifesto, The Politics of Interdependence, firmado por The Care Collective —Andreas Chatzidakis, Jamie Hakim, Jo Littler, Catherine Rottenberg y Lynne Segal— y publicado por la editorial Verso este año en el que el cuidado o su carencia y las desigualdades en la manera como se dispensa, han sido asunto vital.
“Durante las pasadas cinco décadas, las ideas del bienestar —welfare— social y de la comunidad, han sido hechas a un lado por nociones indivudualizadas de resiliencia, estar bien —wellness— y superación personal”, siguiendo la ideología que resumía Margaret Tatcher en su conocida frase: “No hay algo así como la sociedad. Hay hombres y mujeres individuales y hay familias.” El cuidado, añade el manifiesto, “ha sido devaluado por mucho tiempo, en buena medida dada su asociación con las mujeres, lo femenino y con aquello que es visto como ‘improductivas’ profesiones del cuidado.” Así, los quehaceres que implican hacerse cargo de otras personas y mantener en orden y funcionando todo —los espacios que ocupamos, las cosas que usamos, los alimentos que consumimos, la ropa que vestimos, etc.— se dejan en manos de personas cuyo esfuerzo es apenas reconocido: mujeres, como ya se dijo, y personas racializadas y marginadas económicamente. El ciudadano ideal bajo el neoliberalismo, explica The Care Collective, “es autónomo, emprendedor, resiliente sin fatiga, auto-suficiente”. O al menos esa es la ficción que ha construido el sistema, borrando a todas aquellas personas que se hacen cargo de lo que aquel ciudadano ideal necesita para mantener la ficción en marcha —algo que la división durante la pandemia entre quienes podemos trabajar desde casa y los trabajadores esenciales ha hecho más que evidente.
Por supuesto esta forma de actuar de la sociedad que descuida los cuidados tiene manifestaciones espaciales:
La aniquilación de los espacios públicos dificulta cada vez más lograr un sentido de vida comunal. Hay menos lugares donde la gente pueda congregarse, sea para relajarse y disfrutar o para discutir asuntos de interés común o participar en proyectos colaborativos. Esto acentúa el individualismo competitivo que generalmente conduce a la soledad y el aislamiento, al tiempo que tiene repercusiones devastadoras en nuestra habilidad de participar en la toma de decisiones democráticas.
En el apartado que dedica expresamente a los espacios del cuidado, el Manifiesto apunta que hace falta reclamar y extender la construcción de lugares públicos y de arquitectura e infraestructura que priorice el acto de compartir: jardines productivos, cooperativas, espacios y programas comunitarios.
Izaskun Chinchilla, Knitting Squares, 2013
En su libro La ciudad de los cuidados, también recién publicado, la arquitecta Izaskun Chinchilla (Madrid, 1975) se pregunta cómo pueden ser las ciudades y las arquitecturas cuidadoras. Para empezar, hay que reconocer que por mucho tiempo “nuestras ciudades, en sus dimensiones física y legislativa,” han sido pensadas como “lugares orientados a la productividad.” Por tanto, cuando muchas actividades, incluyendo las de cuidado, han sido clasificadas —debido a una errónea y limitada noción de productividad— como no productivas, nuestras ciudades se han vuelto “un medio hostil para las actividades no vinculadas a lo productivo.”
“El privilegio del que han gozado las actividades productivas —escribe Chinchilla— ha forzado a definir a las y los ciudadanos como individuos que contribuyen a la productividad.” Así, “se priorizan las actividades productivas y, al hacerlo, se le otorgan más derechos a quienes históricamente han ostentado dichas ocupaciones.” Se trabaja así, afirma Chinchilla, mediante “una representación sesgada del ciudadano” —ese ciudadano autónomo, emprendedor, resiliente y auto-suficiente del que habla The Care Collective.
En ciudad mediana o grande actual, las calles han sido tomadas casi por completo para el uso de vehículos motorizados privados. Las banquetas son casi zonas residuales donde, además, la función privilegiada es también de transporte: el peatón como vehículo de sí mismo que va de un lugar a otro, sin parar. Si hay dónde detenerse y sentarse en las banquetas de nuestras ciudades, se trata de terrazas de cafés o restaurantes, espacios privatizados donde la condición para poder estar es consumir. Los parques son escasos o fingen ser públicos cuando no lo son —como los pops: privately owned public space. Las bancas en los parques, si existen, están diseñadas para ser incómodas e impedir que alguien se recueste. La sombra en las plazas es escasa y ya no se diga los servicios y el equipamiento resuelto con accesibilidad universal.
Izaskun Chinchilla, Knitting Squares, 2015
“Construir la ciudad de los cuidados —afirma Chinchilla— pasa por discutir la rentabilidad de las actividades productivas y no productivas, considerando marcos temporales más amplios.” Pasa por escuchar otras voces distintas a las que normalmente las profesiones dedicadas a diseñar la ciudad y sus edificios atienden. Escuchar a las y los jóvenes que, explica, “no se fijan en la forma de un elemento sino que interiorizan un patrón y perciben que hay un edificio que supone una irregularidad en este.” Escuchar a las mujeres, por supuesto, que viven en ciudades pensadas la mayor de las veces por hombres que ignoran otras formas de ser y estar en la ciudad. Y escuchar y trabajar junto a todas las personas que habitan la ciudad, evitando el sesgo del “ciudadano ideal” y, sobre todo, “suplantar la soberanía de las y los habitantes tomando las decisiones que sólo les corresponden a ellos.”
Chinchilla señala que “la arquitectura y la planificación urbana se han hecho, con recalcitrante frecuencia, desde el despotismo de los que creen tener una información y unas capacidades que los demás no poseen,” y afirma que “el cambio a la ciudad de los cuidados sólo puede tener un actor fundamental: las y los habitantes,” diseñando desde y para la diversidad y con una visión de múltiples dimensiones que no sólo atienda a lo que pasa en la calle sino a todas aquellas personas que hacen posible que eso pase.
The Care Manifesto: The Politics of Interdependence. The Care Collective (Andreas Chatzidakis, Jamie Hakim, Jo Littler, Catherine Rottenberg y Lynne Segal), Verso, 2020
La ciudad de los cuidados. Izaskun Chinchilla, Los libros de la catarata, 2020
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