Hugo González Jiménez (1957–2021)
Hugo González Jiménez nació en Guadalajara en 1957. Se inscribió en la Escuela de Arquitectura del Iteso hacia 1975 y [...]
16 abril, 2018
por Juan Palomar Verea
Perdurar, progresar sólidamente, ser un lugar propicio a la vida. En Guadalajara, durante siglos, la comunidad recibía naturalmente estas disposiciones firmemente arraigadas en la conciencia colectiva, procuraba acatarlas, siempre con mayor o menor fortuna. Pero, al final, la ciudad consiguió pasar de un caserío para unas cuantas familias a una capital clave en el desarrollo de una extensa región. Hubo premuras y eventuales calamidades, largas temporadas de tranquila bonanza, a veces sobresaltos: la vida urbana logró persistir y salir cada vez fortificada.
En los días que corren, en una metrópoli de más de cinco millones de habitantes, los mecanismos que hicieron posible lo anterior se ven frecuentemente nublados. La ciudad, para grandes contingentes de la población resulta un medio dificultoso y a menudo hostil para desarrollar sus actividades. Las principales funciones urbanas conforman así un conjunto de acciones inconexas y confusas que transmiten, antes que un orden racional, un campo de desaliento y falto de una clara organización.
El desplazamiento a través del tejido citadino significa uno de los motivos para esta desorientación. Un transporte urbano deficiente reside en el núcleo de la situación general. Para el habitante medio de la comunidad la pérdida de tiempo y el malestar general causado por sus desplazamientos cotidianos forma una parte central en la sensación de una urbe lejana a sus deseos y requerimientos. La inseguridad, cada vez más acentuada, fomenta agudamente la idea de vivir en un contexto hostil y agresivo. Otro factor reside en la demasiado frecuente falta de servicios urbanos adecuados.
Es preciso asumir la gravedad de los retos. El extravío en la mentalidad colectiva en algunos sectores sobre la esencia e integralidad de la ciudad como una herramienta eficaz para la convivencia y el desarrollo personal y comunitario debe ser combatida. Las ciudades tienen una cuenta larga, dentro de la que, a pesar de múltiples reveses y escollos, han sabido superar la eventual adversidad y llegar, al día de hoy, a ser vigentes y funcionales para albergar la vida citadina.
Es allí en donde la presencia del patrimonio histórico subsistente ofrece un testimonio claro de reciedumbre y pertinencia. Y no es exclusivamente de ejemplares edificatorios aislados de lo que se habla. Es también de tejidos urbanos completos, de barrios y vecindarios que albergan en general una vida comunitaria rica, solidaria, estimulante. Es de desarrollos periféricos que a fuerza de tesón y voluntad de sus pobladores han sabido superar sus anteriores adversas condiciones. Es el testimonio de las generaciones mayores que conservan la memoria histórica de la evolución positiva de la ciudad.
La ciudad, considerada en su integralidad, es un organismo vivo y actuante, y que a pesar de los pesares sostiene la vida de sus millones de habitantes. Es una lección que no debiera perderse nunca de vista. Es un magisterio esencial, inmediato si se mantiene la lucidez.
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