Gobierno situado: habitar
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¡Felices fiestas!
14 junio, 2018
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
“Batalla campal en pleno centro de Barcelona: diecisiete heridos y 55 detenidos tras un desalojo de «okupas»”, dice el encabezado de algún periódico publicado el martes 29 de octubre de 1996. El día anterior varios cientos de policías —unas notas dicen que 200, otra que varios cientos más— tomaron por asalto el Cine Princesa, en la Via Laietana de aquella ciudad. Desde el 10 de marzo de ese año lo habían tomado unos 40 miembros de la Asamblea de Okupas de Barcelona. Con ese momento del desalojo empieza el más reciente libro de la filósofa Marina Garcés, Ciudad Princesa. Un libro que es, al mismo tiempo, una historia —cierta historia— de la ciudad en los últimos veinte años y una biografía intelectual y política de Garcés. “Nací por segunda vez el 28 de octubre de 1966 en la Via Laietana de Barcelona”, dice en la primera línea del primer capítulo. “Esa tarde estuve allí. Estuvimos allí. Un nosotros sin nombre se sintió y se hizo sentir”. Ese nosotros es quizá el tema central del libro, pues aunque la voz que cuenta es la de Garcés nos deja claro que el yo no se cuenta ni cuenta más que desde el nosotros. “Aunque estemos solos —dirá más adelante—, siempre pensamos juntos”. Y pensar juntos es, aclara, un problema político —y por tanto un problema de la ciudad.
El nosotros del que trata la ciudad no es, con todo, un tema de identidad cerrada, definida en avance. Para Garcés, “no hay ciudad antes de quienes llegan a ella”, pues “la ciudad es el lugar común de los arribantes, de los que llegan”. O como ha dicho Richard Sennett: el espacio común de quienes no tienen nada en común. Ese problema del nosotros y de lo común que supone, ya lo había tratado antes Garcés en su libro Un mundo común (2013), pero ahora la reflexión filosófica toma cuerpo y, como dice ella, se pone el cuerpo en la calle, en la plaza, en los barrios y en los espacios que ocupamos o, para no perder la necesaria carga política del hecho de estar juntos en el espacio común de la ciudad, los espacios que okupamos. Garcés explica que al “abrir y liberar un espacio colectivamente”, se altera el código básico que separa al espacio público del espacio privado y reduce al primero a un espacio de circulación de un punto a otro. Contra el espacio concebido sólo como condición para la movilidad urbana, Garcés hace la crónica de otros espacios de la ciudad: espacios para estar y para estar juntos. Múltiples, diversos, a veces efímeros e incluso precarios. Espacios de encuentros y de resistencia donde lo colectivo pueda tener lugar. “Lo colectivo —escribe— no es solamente aquello que directamente hacemos con otros, sino la posibilidad de que lo que otros hacen y deciden sea expresión de un nosotros capaz de acoger nuestras ausencias.” Lo colectivo en esos espacios y, sobre todo, a través de diversas acciones tiene como objetivo “hacer hoy verdaderamente público lo público, independientemente de su titularidad”.
La apuesta por lo colectivo y por la construcción de un nosotros que propone Garcés no tiene nada de ingenuidad ni de utopismo romántico. Parte de reconocer que las ciudades “exitosas” se han vuelto hoy una marca, un espectáculo de sí mismas. Parques temáticos cuyas calles y plazas, así como sus monumentos y sus casas se desgastan bajo los pies de hordas de turistas que no sienten ningún afecto por las ciudades que visitan ni se dejan afectar por ellas, porque sólo van de paso. Ciudades que excluyen y marginan a miles de refugiados locales y globales que no encuentran la manera de ser parte de un nosotros posible y donde “el ejercicio democrático también se convierte en un ejercicio de consumo dentro de un gran espectáculo.” Garcés no habla de construir un futuro, porque el futuro es algo que ya nos gastamos. Es eso a lo que ha llamado nuestra condición póstuma. Garcés habla de recuperar el presente o de abrirlo, para distinguir “entre el ahora potencial y el ahora real, entre el presente que es y el que podría ser”.
En esta historia de una ciudad que es, al mismo tiempo, una biografía intelectual y política, Garcés nos invita finalmente a imaginar el presente de nosotros, a pensar juntos —que no hay de otra— lo que podemos ser y hacer así: juntos. Entendiendo que, como dijo en el Pregón de las Fiestas de la Mercè del 2017 —que cierra su libro como epílogo—, “imaginar no es dejar volar la fantasía de cualquier forma, sino generar ideas y sensaciones que abran el mapa de lo que es posible”.
Marina Garcés, Ciudad Princesa, Galaxia de Gutenberg, Barcelona, 2018.
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