Serie Juárez (I): inmovilidad integrada
No todo se trata de dinero. Algunas cosas se tratan de dignidad. Por eso, desde el momento en que me [...]
28 marzo, 2017
por Pablo Emilio Aguilar Reyes | Twitter: pabloemilio
Un tormento o una repentina sobredosis de realidad conduce a las personas a cometer atrocidades. Un ejemplo de ello es la fotografía tomada en 1971 por Enrique Metinides. La imagen muestra el cuerpo de un hombre que tras aventarse del mirador de la Torre Latinoamericana, queda desparramado sobre el noveno piso. Mientras que el sujeto sufre un fin cruel, el fondo de la foto parece mostrar un día más en la Ciudad de México. Tenemos aquí un suicida que padecía de su circunstancia, pero también un sujeto víctima de la ciudad.
Como si la rutina diaria no fuese ya lo suficientemente desgastante para el cuerpo y el alma, a menudo parece que la Ciudad de México conspira en contra de sus habitantes. No solo tiende cada vez más a la disfuncionalidad, sino que también es estéticamente pobre. En términos generales, se puede decir que gran parte de la ciudad va depurando cada vez más hacia una versión antiestética de sí misma. ¿Por qué es esto? ¿Qué dirá eso de sus habitantes y cuáles son las consecuencias?
A pesar de que hay potencial humano y recursos suficientes para poder embellecer paulatinamente las calles y los lugares públicos; y a pesar de que se sabe con exactitud casi científica que es lo que hace que una ciudad sea atractiva, la ciudad sigue siendo horrible. Hablo de la ciudad de verdad, en donde se transita y donde se deambula diariamente, no la que se vende en los carteles de la reciente campaña fetichista de la “CDMX”, con imágenes de cielos despejados con letras sobre un fondo rosa burlón. Extranjeros: no se dejen engañar, aquí el cielo rara vez está limpio y en la explanada del Palacio de Bellas Artes siempre hay una gran multitud, pues para eso es, para ser habitada.
La ciudad no sólo es Polanco, ni Paseo de la Reforma, ni el hemisferio glamoroso del Centro Histórico. Reconocer que la ciudad es demasiado plural y grande como para ser identificada con una sola imagen de sus lugares turísticos, es reconocer su fealdad multifacética. Una vez reconocida su repugnancia se puede tomar conciencia de cómo nos afecta a nivel existencial. He aquí una advertencia: hacernos consientes de cómo influye la estética (o falta de) de la ciudad sobre los capitalinos que la habitamos es un autentico acto de valentía. Lo que algún día fue la región más transparente del aire, hoy es una masa amorfa monstruosa, demasiado enorme como para ser concebida en su totalidad con una imagen mental, y pienso que es nuestra culpa por permitirnos que así sea. Es desagradable en todas sus escalas, desde las banquetas cuarteadas, hasta las avenidas coaguladas.
Tras reconocer el impacto profundo que la ciudad tiene sobre nosotros podemos comenzar a reparar el daño, esto con el objetivo de que sus habitantes no tengamos que enfrentar el mismo ocaso que padeció el sujeto de la foto de Enrique Metinides. Y si lo hacemos, que al menos no sea culpa de la metrópoli que nos da morada. En realidad, este texto es un manifiesto en defensa de la ciudad, para que sobre esta no caiga toda la culpa de la amargura que nos imponemos a nosotros mismos, por mas repugnante que nos parezca que es. Al final de cuentas, nuestra ciudad solo es así porque así somos nosotros, la ciudad es un gran selfie colectivo y su fealdad es nuestra fealdad.
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