5 julio, 2024
por Josep Melo i Valls
Fragmento del libro La Casa Yoshijima (página 9)
Conocí a Tadao Yoshijima una tarde de primavera de 2012.
Yo estaba visitando su casa, recorriendo una y otra vez sus espacios, sus estancias, sus patios y sus jardines y algo contrariado por no poder acceder a sus almacenes cerrados. Cada rincón, cada detalle, cada nuevo punto de vista, cada nueva perspectiva era un nuevo motivo de interés para mí. A cada nuevo recorrido, encontraba un nuevo detalle o una nueva visión que se me había escapado. La solución de utilizar el color rojo para los elementos modernos sobrepuestos a los antiguos, especialmente en la zona del límite de la vivienda con los almacenes de la parte posterior, me pareció inteligente y adecuada.
Cuando llevaba más de dos horas de visita, sin yo saberlo, el señor Yoshijima al que yo no había visto en ningún momento, preguntó a una de sus asistentas quien era aquel occidental que no dejaba de dar vueltas y más vueltas por toda la casa haciendo centenares de fotos de todos los lugares y de todos los detalles desde mil puntos de vista distintos. Finalmente, supongo, el señor Yoshijima no pudo resistir mas y le pidió a su asistenta que me comunicara que el dueño de la casa tenia el deseo de conocerme. Yo, naturalmente, accedí a su petición.
El señor Yoshijima, después de una muy amable salutación, me hizo saber que era arquitecto y a continuación me preguntó a qué obedecía mi visita tan larga, tan pormenorizada y tan exhaustiva. Me hizo saber que, por lo general, las visitas a la casa duraban de quince a veinte minutos. Yo le expliqué que era un diseńador catalán y profesor de esta misma disciplina y un enamorado de la arquitectura vernácula japonesa, a la que habia destinado cinco semanas de mi segunda visita a su país y que mi objetivo fundamental del viaje era la visita a su casa y que ésta había superado, de forma formidable, todas mis expectativas. Le expliqué que a mi entender no solo la casa Yoshijima era la mejor obra de arquitectura doméstica vernácular japonesa, sino que sin lugar a ninguna duda era una de las mejores del mundo.
Su calidad espacial, sus proporciones y su extrema elegancia no tenían rival. Me preguntó si había visitado la casa vecina, la Kusakabe, y le contesté afirmativamente señalándole que su conversión en casa museo no era de mi agrado, puesto que su arquitectura destinada a uso doméstico quedaba escondida o distraída por centenares de objetos. De todas maneras aún que la casa Kusakabe recuperara su condición original, en ningún caso podrían superar las proporciones y la elegancia de su vecina, la Yoshijima. Continuamos hablando de su casa, de su ciudad Takayama y del Japón y como no de Barcelona, de Antoni Gaudí y del modernismo por toda su explosión de colorido, que le entusiasmaba. Tuve el atrevimiento de preguntarle cómo podía conseguir un ejemplar del magnífico libro sobre la casa que tenían expuesto sobre una mesa en una estancia junto al jardín interior. Me contestó que era prácticamente imposible obtenerlo puesto que la mayor parte de la edición tuvo que ser destruida por algún imperativo legal, que yo no fui capaz de entender. Pocos días después de una librería anticuaria de Kyoto hice gestiones para que me lo consiguieran, su respuesta fue: no cuente usted con ello.
Finalmente, ya caída la tarde, me despedí del señor Yoshijima deseándonos mutuamente buena fortuna y expresándonos el deseo de volver a vernos. Hice un último recorrido por la casa que se cerró detrás mío, el sol ya había desaparecido en el horizonte. Durante más de diez años intenté conseguir el libro de la casa Yoshijima y no lo logré. A la vez que lo intentaba iba madurando la idea de editar uno, hasta que finalmente decidí hacerlo. Comunique mi intención al señor Yoshijima y éste me hizo saber que, en primer lugar guardaba muy buenos recuerdos de mi visita y que, en segundo lugar, con esta noticia le había hecho el mejor regalo posible por su ochenta cumpleaños, era el día 24 de diciembre del año 2019.
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