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La casa, el bosque

La casa, el bosque

13 agosto, 2013
por Pedro Hernández Martínez | Twitter: laperiferia | Instagram: laperiferia

Ver, ver y ver: Pintura. Ver y tocar: Escultura. Ver, palpar, penetrar, aún más que con la mano con el filo tajante de la retina: Arquitectura.

Escribir, sobre todo para un arquitecto, no es realizar. Y hay que realizarse construyendo, robándole al espacio, al aire y a la luz, aprisionándolo dentro del cuerpo de la obra”.

Rafael Alberti

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Antonio Bonet Castellana (1913-1989), murió el 12 de septiembre de 1989 a los 79 años. Este documento, que podría servir de cierto repaso a su figura, se detiene parcialmente en algunas ideas expuestas en un texto del poeta Rafael Alberti, mucho más extenso e intenso, sobre la figura y el trabajo del arquitecto, quien fuera además constructor de “La Gallarda”, la casa que tenía el escritor en Punta del Este, Uruguay.

Antonio Bonet pertenece también a esa generación de jóvenes intelectuales españoles que se ha visto lanzada a formarse lejos de la patria. ¿Cuántos de su misma edad, arrancados de sus estudios hace más de diez años, interrumpidos, desgajados de su raíz han tenido la suerte de soportar tan dramática prueba?”

Emigrante

Empezar con este fragmento no es una cuestión menor. Decir que hay cierta identificación personal, ya que como Bonet o Alberti albergo la condición de emigrante. Si bien es cierto que el caso al que se refiere el escritor español es diferente y más dramático. Tanto él como Bonet se verían forzados a abandonar su tierra con motivo del estallido de la guerra civil española. Es aquí importante insistir en ese carácter viajero (y migrante) ya que será definitorio para entender el contexto en el que se formaliza la obra de Bonet.

Con sólo 20 años y siendo aun estudiante, se apunta al crucero por el Mediterráneo que acogió el IV Congreso Internacional de Arquitectura Moderna (CIAM) en su trayecto entre Marsella y Atenas. Tras eso, Bonet inicia su carrera profesional junto a los arquitectos Josep Lluís Sert y Torres Clavé, siendo miembro del Grupo de Artistas y Técnicos Catalanes para el Progreso de la Arquitectura Contemporánea (GATCPAC) Posteriormente, se exilia a París, donde trabaja junto a Le Corbusier, y, en 1938, a Argentina, donde fundó el grupo Austral junto a Jorge Ferrari Hardoy y Juan Kurchan, que seguía las directrices del movimiento moderno promulgando sus ideas –no casualmente– en forma de  revista. De este grupo nacerían obras tan destacadas como la Casa de Estudios para Artistas entre las calles Paraguay y Suipacha de Buenos Aires. Desde argentina arribaría a Uruguay hasta 1963, cuando regresa a Barcelona, de la que quedarán realizaciones como el canódromo Meridiana o la torre Urquinaona.

La vida de Bonet parece marcada entonces por la noción de travesía. El mismo Alberti parece insistir sobre ella, contándonos como en su maleta siempre llevaría ese paisaje mediterráneo cuya obra nunca abandonará del todo. Quizás, a su vuelta, portaría consigo algunas lecciones aprendidas donde las idas y venidas entre los distintos paisaje mediterráneo y el atlántico establezcan un diálogo continuo a lo largo del tiempo entre dos puntos diferentes del lugar, el espacio y el tiempo.

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Llego a un bosque. Lo penetro, me sumerjo, abro los ojos y respiro dentro de sus pulmones. (…) ¿Cómo meterme en ese bosque, cómo penetrarlo, tocarlo sin dañarlo, sin herirlo en su maravilla?”

Bosque y casa

Dos obras, alejadas en el tiempo por varios años, podrían suscribirse a esta construcción en un paisaje de condición natural. Ambas podrían ser muestra de ese posible mezcla de la figura de Bonet. Una mezcla, en el tiempo y el espacio, profunda hasta disolverse.

Detengámonos primero en el proyecto para la urbanización de Punta Ballena en Uruguay, un espacio aparentemente natural pero creado artificalmente bajo la dirección de Antonio D. Lussich, Bonet “hará talar después de un concienzudo estudio, el justo número de árboles, logrando así el que un nuevo elemento, la luz marina, penetre y se fusione con el bosque”. Bonet se esfuerza por comprender el lugar y situar la arquitectura como parte de él, al tiempo, lo amplia y le da un nuevo carácter. Crea una arquitectura, “un nuevo elemento”, capaz de moverse entre interior y exterior, objeto y paisaje.

Años después la acción se repite y, de nuevo, Bonet desarrollará una arquitectura ambigua, capaz de estar dentro y fuera al mismo tiempo. En 1949, bajo petición de Ricardo Gomis e Inés Bertrand Mata, el arquitecto catalán diseña ‘La Ricarda’, que completa en 1963. Bonet, como ya había usado en obras latinoamericanas, combina nuevos elementos junto a otros tradicionales como la bóveda catalana –que descansa sobre unos aleros que sirven tanto de recogida de agua como para generar los espacios de circulación. Este sistema constructivo permite reducir la sección de los pilares, que se presentan con sección mínima, con lo que la casa se configura como una cubierta bajo cuya sombra se desarrollaba la vida. El uso de la geometría, a través de una retícula ortogonal, ofrece una doble función: la industrialización de los materiales reduciendo el número de detalles y encuentros, y generar un sistema espacial sin restar por ello complejidad espacial. Al contrario, el sistema permite a la casa disolverse entre la pinada, adaptando sus espacios a la vegetación existente e integrándola en su interior. La reducida aparición de elementos verticales contribuye a esa idea, los límites finalmente se desdibujan y la obra se abre hasta su límite. Arquitectura y naturaleza acaban por envolverse mutuamente.

Las dos obras pueden ser descritas con las mismas palabras de Alberti: “descubrimos que todo el paisaje ha entrado con nosotros o, más exactamente, que se encontraba dentro ya, esperándonos. (…) Si uno de los problemas de la moderna arquitectura era el de aprisionar la luz y el aire en el interior de la obra, aquí nos hallamos con que el mar y la playa pueden sentarse en nuestra mesa”.

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Todo, tanto en el interior como afuera, obedece a una nueva armonía, a un nuevo orden, tocados de gracia y de humana temperatura, distantes de esas heladas y pobres rigideces que para muchos es hoy el ‘estilo moderno’”

Orden y desorden

La definición de armonía alude a la “Conveniente proporción y correspondencia de unas cosas con otras”, que referida a la obra de Bonet no sólo nos estaría hablando de ese ir y venir entre exterior-interior o entre la repetición de la geometría y la construcción y las posibilidades espaciales que le otorgaba. También entre todos los aspectos del diseño. Bonet fue un arquitecto capaz de trabajar desde el diseño de muebles al planeamiento urbano, desde el sillón BKF al proyecto no realizado para la remodelación del sur de Buenos Aires, integrando las distintas escalas que afectan a la vida humana. En sus interiores, comenta Alberti, “todo ha de ser diseñado o dirigido por él: el menor mueble, la tela o el objeto más insignificante”.

 No significa este nivel de detalle imposición. Al contrario, la apertura podría verse más allá de la forma física. Al menos en el caso de ‘La Ricarda’, que fue espacio de expresión de la vanguardia artística de aquel momento. Entre sus (disueltos) muros se establecían actuaciones y reuniones del CLUB49, una asociación de artistas que buscaba revitalizar la cultura catalana y difundir las corrientes vanguardistas. A través de este grupo músicos y bailarines aprovecharon la propia estructura formal de la casa para innovar en sus conciertos y crear otras armonías – esta vez referidas al sonido. El orden geométrico de ‘La Ricarda’ se contrapone a la puesta en escena, donde los músicos que salían y entraban constantemente de sus interiores. Al tiempo, la casa (abierta) se convertiría en refugio de distintos artistas –Antoni Tàpies, Joan Miró, Merce Cunningham, John Cage o David Tudor serían algunos nombres– a fin de innovar un diálogo teatral, que en el contexto del Franquismo, no podía ser dicho.

Más información del arquitecto aquí y aquí.

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