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La arquitectura del pueblo

La arquitectura del pueblo

16 febrero, 2016
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog

El 16 de febrero de 1941 nació en Vyatskoye, en la Unión Soviética, Yuri Irsenovich Kim. Hijo de coreanos emigrados, Yuri regresó a Corea al terminar la Segunda Guerra. Su padre, Kim Il-sung, fue el líder supremo de la República Popular Democrática de Corea desde su fundación, en 1948, hasta su muerte en 1994. Yuri, desde entonces conocido como Kim Jong-il, quien ya ejercía un gran poder, tomó entonces el mando absoluto hasta su muerte el 17 de diciembre del 2011 —aunque el 16 de febrero del 2012, cuando hubiera cumplido 71 años, recibió el título de Gran General por la eternidad. Entre los 15 tomos de las obras completas escritas por Kim Jong-il, hay un tratado publicado originalmente en 1991 con el título Sobre la arquitectura, en el que establece las características de la arquitectura y los arquitectos que responden al Juche, la ideología oficial de la revolución norcoreana. El tratado se divide en cuatro partes: arquitectura y sociedad, arquitectura y creación, arquitectura y formación y arquitectura y autoridad.

En la primera parte se dice que “la arquitectura es un medio de asegurar las condiciones espirituales y materiales necesarias a la existencia y a las actividades del hombre.” Si en la sociedad capitalista “el dominio de la construcción está en manos de un puñado de ricos,” en el régimen socialista toda la arquitectura debe responder a los intereses de las masas. En esa sociedad, “la arquitectura tiene un papel a la vez utilitario, cognitivo y educativo,” lo que la distingue de “las ciencias, las técnicas y las otras artes.” Si la arquitectura no responde a las necesidades materiales tanto como a las espirituales y estéticas, corre el riesgo de caer en “errores burgueses,” como el funcionalismo, que no ve en los edificios “más que máquinas de habitar y maneras de sacar provecho.” El otro extremo también es un peligro: el “formalismo burgués” que conduce a los errores propios del “arte por el arte.” Para no cometer esos errores, arquitectos y constructores deberán “mostrarse fieles al Líder en su tarea.”

En la segunda parte, sobre la creación, se dice que la arquitectura Juche es un “producto socio-histórico” que “expresa las ideas dominantes de una sociedad determinada y traduce las aspiraciones de quienes en ella viven.” Se trata de una arquitectura que sigue la tradición local y fortalece la identidad. Sin olvidar lo anterior, la arquitectura debe responder a su tiempo: ser moderna, pues, sin descuidar el patrimonio. Los materiales deben ser sólidos, durables. Además, “la imagen del Líder deberá dominar todo el espacio, del que cada detalle servirá para destacarlo.” En términos de urbanismo, “erigir estatuas del Líder es un punto importante.”

Arquitectura y formación: “la arquitectura es un arte compuesto: reúne a la escultura, la pintura mural, las artes decorativas e industriales y muchas otras.” Es un arte simbólico: da forma y también informa. En cuanto a la “formación arquitectónica de una ciudad, todos los elementos y todas las unidades de la composición deberán estar subordinadas a un tema central.” Sin embargo, todos esos elementos deben, también, “ser movilizados para poder procurar cada vez experiencias nuevas.”

En cuanto a la autoridad, el tratado de arquitectura de Kim Jong-il dice que “el arquitecto es un creador y un coordinador,” cuya actividad creadora “interviene en cada etapa desde la idea, la concepción , el dibujo y la obra” Su creación “supone la independencia, sin la que el arquitecto no puede descubrir novedades.” Para eso, “lo esencial en la formación de un arquitecto se basa en su conocimiento a profundidad de la política del Partido.” Para asegurar, pues, la calidad de la arquitectura y que satisfaga las necesidades y los gustos del pueblo, debe entenderse como una creación “colegiada,” resultado de la “deliberación colectiva.” Así como la autoridad es colectiva, el Partido, también lo será el autor.

Tomadas por separado, varias de las afirmaciones del gran líder Kim Jong-il en su tratado de arquitectura pueden parecer lógicas o prácticas, incluso describen la manera como los arquitectos han operado en otros momentos y otras sociedades, algunas hasta podrían haber sido suscritas por arquitectos reconocidos, si no es que ya son parte de sus escritos y teorías. El conjunto, sin embargo, exhibe un aparato que no quiere dejar ningún cabo suelto, ninguna salida posible, ningún campo abierto para la experimentación que supuestamente invoca. Con todo, habrá que pensar que aunque una colección de burbujas ideológicas tal vez no gane ni en peso ni en sustancia, cada una por separado tampoco es garantía de mayor consistencia. Que la arquitectura debe servir y emocionar, ser útil y bella, eficiente y simbólica, moderna y respetuosa, innovadora y tradicional y el arquitecto creativo y responsable, independiente y comprometido, libre y obediente, sí, tal vez, lo dicen los arquitectos y lo repitió el Gran Líder, ¿y luego?

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