Gobierno situado: habitar
Un gobierno situado, un gobierno en el que quienes gobiernan se sitúan, que abierta y explícitamente declaran su posición y [...]
7 abril, 2015
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
“Lo nuevo empieza a ser una exigencia, sobre todo, siempre que los valores antiguos se archivan y, en esa medida, se los protege del paso del tiempo.” Eso plantea Borys Groys en su libro Sobre lo nuevo: ensayo de una economía cultural. Sin archivo, dice, no hay novedad. La posibilidad e incluso la necesidad de innovar sólo se entiende, según Groys, si la tradición no está en riesgo, si tenemos la capacidad técnica de preservarla. Sin esa capacidad, la exigencia no es producir algo nuevo, algo nunca antes visto, sino al contrario: producir o, más bien, reproducir lo que ya se conoce. Si no podemos preservar la tradición, entonces cualquier innovación no accidental, afirma Groys, se ve como una traición que la pone en riesgo.
La novedad o, de menos, la actualidad es algo que también se le puede exigir a lo que ya existe. Alois Riegl escribió en El culto moderno a los monumentos —que presentó como informe al asumir el cargo de Presidente de la Comisión Central Imperial y Real de Monumentos Históricos y Artísticos del Imperio Austrohúngaro— que, “desde el punto de vista del valor de la contemporaneidad, se tenderá desde un principio a no considerar al monumento como tal, sino como una obra contemporánea recién creada, y a exigir por tanto también del monumento (viejo) la apariencia externa de toda obra humana (nueva) en estado de génesis, es decir, la impresión de algo perfectamente cerrado y no afectado por las destructoras influencias de la naturaleza.” Incluso a lo antiguo, pues, se le exige esa aparente novedad que no es sino otra cara de la obligación de mantenerlo fuera de riesgo.
“No hay más novedad.” Según Leon Krier, ese graffiti apareció en el sitio de construcción del Centro Pompidou, en París y, dice, “puede documentar el final de una era.” Curioso que ese graffiti apareciera en el sitio donde se construía un edificio que en su momento a muchos chocó por su aparente novedad radical —aparente tanto en el sentido de hacerse extremadamente visible como de no surgir realmente de la nada, como algunos suponían, sino ser parte y, finalmente, culminación de cierta tradición de la arquitectura. No hay más novedad no es el no future punk ni el fin de [cualquier cosa] —la historia, el sujeto, el arte. Tampoco es el eterno retorno nietzscheano —al menos en la interpretación de la eterna repetición de la diferencia. No hay más novedad implica que las coas siguen, pero siguen igual.
Leon Krier nació en el Gran Ducado de Luxemburgo el 7 de abril de 1946. Junto con su hermano mayor, Rob, también arquitecto y diseñador, son dos de los más importantes y de cierta manera consistentes representantes de eso que se llama nuevo urbanismo —cuya ideología, paradójicamente, podría resumirse con la frase del graffiti que comenta Leon Krier: no hay más novedad. Krier puede verse de cierta manera como un arquitecto póstumo: nació después de su tiempo.
Krier ha llegado a escribir que “si un día, por alguna misteriosa razón, todos los edificios, asentamientos, suburbios y estructuras construidas después de 1945 —especialmente aquellas llamadas «modernas»— se desvanecieran de la faz de la tierra, ¿habría alguna pérdida? ¿La desaparición de bloques prefabricados de torres de oficinas, vivienda construida en masa, calles comerciales, parques industriales, campus universitarios, escuelas y nuevas ciudades, dañaría la identidad de nuestras ciudades y nuestros paisajes favoritos?” La respuesta de Krier es obviamente que no. Supongo que esa es la respuesta de la mayoría de los habitantes del mundo, así que estadísticamente puede que tenga razón. Lo más curioso es que, viendo la manera como muchos arquitectos que se reclaman modernos, a la menor provocación del mercado disfrazada de evidente obsolescencia de lo construido, son capaces de actuar como si también pensaran así: que no hay más novedad… que la mía.
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