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Juventud, divino tesoro

Juventud, divino tesoro

21 febrero, 2015
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog

Rimbaud publicó Una temporada en el Infierno a los 19 años, Baryshnikov entró al Kírov a los 18, Comăneci sacó su primer y perfecto diez a los 15. Pero en arquitectura, nos dicen, en arquitectura no hay Mozarts. Cuando los New York Five —Hejduk, Eisenman, Graves, Gwathmey y Meier— expusieron en el MoMA, el menor tenía 43 años; cuando ganaron el concurso del Centro Pompidou, en 1970, Rogers tenía 37 y Piano 33; Terragni tenía 32 cuando hizo la Casa del Fascio y O’Gorman apenas había salido de la adolescencia, a los 25, cuando terminó las casas de Diego y Frida.

Este jueves 19 de febrero se inauguró, en ese angosto pasillo en la base de la cúpula de Bellas Artes que se ha consagrado como el Museo Nacional de Arquitectura, una exposición titulada 21 jóvenes arquitectos mexicanos: relevo generacional —que ayer comentó aquí mismo Selene Patlán. La muestra, cuya curaduría estuvo a cargo de Gustavo López Padilla, Honorato Carrasco Marh y Lucía Zesati Farías, ya se había presentado a finales del 2013 en la Facultad de Arquitectura de la UNAM.

En el catálogo de aquélla muestra, López Padilla abre su introducción con una cita de Octavio Paz: “para nosotros el valor de una obra reside en su novedad: invención de formas o combinación de las antiguas de una manera insólita, descubrimiento de mundos desconocidos o exploración de zonas ignoradas en los conocidos.” Habría que preguntarse, por supuesto, a quiénes se refiere el nosotros de Paz y me parece que no es muy difícil saberlo: nosotros, los modernos. En su libro Lo nuevo, el filósofo Boris Groys, quien cita también a Paz, dice que, en la modernidad, “lo nuevo ya no es el resultado de una dependencia pasiva o involuntaria del cambio temporal, sino producto de una exigencia determinante y de una estrategia consciente” y que “de un pensador, de un artista o de un literato, se exige que produzca lo nuevo, de la misma manera que antes se le exigía que se atuviera a la tradición.” Por supuesto que esta idea de lo nuevo como una exigencia determinante nos lleva a pensar si aun somos modernos, posmodernos o, como cantó alguna vez Devo, postpostpostmodernos. Eso no es algo que se cuestione en esta muestra.

21 jóvenes arquitectos mexicanos incluye a notables y reconocidas figuras como Mauricio Rocha —que este año cumplirá 50—, Javier Muñoz —47— o Javier Sánchez —44. Baryshnikov y Comăneci los verían, tal vez, más cercanos a sus padres que a sus compañeros y amigos. Pancho Pardo y Julio  Amezcua, de at103, cumplieron recién los 40 y hay otros también reconocidos y menores de esa edad: Esteban Suárez, de BNKR, Manuel Cervantes o Jorge Ambrosi. Faltan muchos con menos años e igual reconocimiento, pero ni en la muestra ni en el catálogo se cuestiona, tampoco, si el que la juventud acabe más tarde para los arquitectos es característica de la disciplina —¿se requiere mayor madurez, digamos, para ser buen arquitecto que buen poeta?— o de los sistemas de producción en los que es raro que alguien confíe un costoso edificio a un joven inexperto —mientras que el joven poeta puede editarse el mismo su plaqueta de poemas a los 15.

De las 21 oficinas incluidas en la muestra —una de las cuales es “vinculación universitaria” de la Facultad de Arquitectura: más un programa escolar que hace proyectos para la UNAM que un arquitecto o despacho, propiamente—, sólo una está a cargo de una mujer: Fernanda Canales —aunque también aparecen Gabriela Carrillo, socia de Mauricio Rocha, y Laura Sánchez Penichet, socia de Carlos Rodríguez Bernal. No están, por ejemplo, Tatiana Bilbao, Rozana Montiel o Frida Escobedo. Hay un tema de género, pues, en el que tampoco se reflexiona en la exposición.

De las 40 obras mostradas —dos por oficina con dos excepciones— 13 son casas y 3 vivienda colectiva. La mayoría vivienda de lujo, algunas de nivel medio alto y ninguna vivienda social; 10 son proyectos de uso privado, 3 capillas y dos escuelas. Lo que nos deja con sólo 9 edificios de uso público, de los cuales uno se hizo con financiamiento privado. De todos los proyectos —en especial los públicos— que yo recuerde sólo dos fueron resultado de un concurso —uno de ellos privado y por invitación. Sobre eso, sobre si hay nuevas formas de hacer arquitectura, de enfrentarse a la obra pública, a la arquitectura social, si hay otras ideas de prácticas arquitectónicas, de la autoría y la colaboración, etc., sobre eso, pues, no se dice nada.

El subtítulo de la exposición habla de un relevo generacional pero no hay ninguna exploración sobre rupturas o continuidades, sobre influencias o transgresiones. La arquitectura queda reducida a edificios —presentados en láminas de las que algunas desmerecerían en una buena exhibición escolar y maquetas que ni sorprenden ni revelan. Algunos textos, bastante disparejos —encargados a cada autor o grupo— no alcanzan a explicar por qué estos arquitectos hacen lo que hacen como lo hacen ni qué piensan de la arquitectura o por qué fueron seleccionados para esta muestra. No se qué conclusiones podrían sacar los más jóvenes, arquitectos y estudiantes, de todo esto.

Por supuesto no se le puede pedir a una exposición incluirlo todo y a todos. Una exhibición es eso: una selección que habla tanto por lo que incluye como por lo que excluye, por lo que dice como por lo que calla. Pero si algo esperamos nosotros, los modernos y posmodernos, de una exhibición, es que haga explícitos los criterios con los que opera, las definiciones que pone en juego, los grupos y afiliaciones que establece.

Al final del catálogo de la exhibición del 2013 en la Facultad de Arquitectura de la UNAM, López Padilla escribe: “no podemos dejar de lado que lo más importante en arquitectura es, en principio, construir las ideas que le van a dar sentido a las realizaciones proyectuales, y los arquitectos, de manera aislada, difícilmente lograrán conformar los movimientos necesarios para encontrar nuevas expresiones arquitectónicas. Así pues, la trascendencia de estas nuevas generaciones de arquitectos mexicanos dependerá de sus capacidades para construir ideas, arriesgar nuevas alternativas proyectuales, congruentes con estos tiempos de crisis.” Muy cierto, pero, al menos por lo que se deja ver en la exposición y por el promedio de edad de los participantes, parece que, en esto de construir y discutir ideas de manera pública y colectiva, nos estamos tardando mucho.

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