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Juego | Mauro Gilfournier. Arquitecturas Afectivas

Juego | Mauro Gilfournier. Arquitecturas Afectivas

1 septiembre, 2020
por Arquine

 

Hablar hoy de juego y ciudad es hablar de las relaciones adultocéntricas en torno a la imaginación y la creatividad. ¿Qué vemos si imaginamos a unos niños jugar en la ciudad? Quizás lo primero que se nos venga a la cabeza es ruido, ajetreo, piernas corriendo, colores y…, una valla. Parece que los niños necesitan estar controlados bajo la mirada atenta del adulto. Pero, ¿de qué mirada se trata? ¿Bajo qué imaginario adulto construimos el juego infantil? El juego es aquello que puede darse cuando confluyen creatividad e imaginación. Y el juego, en su práctica más libre, se da en un periodo de la infancia entre los 3–4 y los 7–8 años, principalmente. Si observamos que esto ocurre así, ¿qué sucede cuando nos alejamos de esta edad y comenzamos a pensar que no somos suficientemente creativos, que no jugamos de manera tan libre, que tenemos que responder a reglas y estándares ya dados? La creatividad es una fuerza que deja de actuar conforme nos alejamos de estos primeros momentos de nuestra vida. La creatividad, motor del juego, es como una fuerza gravitacional que se desvanece según nos alejamos de ese período vital. Llega un momento donde la sociedad deja de jugar e impone modos de juego en la ciudad.

Desde Arquitecturas Afectivas hemos diseñado, en colaboración con Adriana Esperalba, fundadora de Bobochoses, un espacio donde mantener la fuerza gravitacional que nos permite crear en libertad, sin prejuicios, sin estándares, sin el adulto que no nos deja crear. Un espacio donde son los niños los que llevan al adulto. Y donde hay un adulto que se deja guiar por los niños. El juego es la práctica donde la creación espontánea, intuitiva y libre nos lleva a poder imaginar radicalmente otros futuros, otros espacios, otra ciudad. Todo esto desde otros afectos que son normativos y estandarizados. Si no somos capaces de jugar con nosotros mismos, estaremos limitados a observar el juego de otros. Hoy, en las ciudades contemporáneas, los niños viven la ansiedad de los mayores. Necesitan respuestas rápidas, tienen actividades constantemente producidas y diseñadas, sean estas digitales o materiales. Los niños van con agendas completas con las que les hacemos mayores antes de que puedan disfrutarse sin las responsabilidades adultas.

Por eso, la Creatividad Gravitacional se plantea como un lugar previo al juego que busca relajar el atronador bombardeo de actividad incesante. Un lugar donde poder desprendernos de los prejuicios, la ansiedad, el sentido del ridículo para poder comenzar a jugar desde un lugar verdaderamente libre. Es un lugar donde el cuerpo se relaja muscularmente y la mente descansa. Un lugar blando y suave donde dejar llevar la imaginación a través del tacto, el color y el sonido en un umbral de la materialidad más afectiva: el vientre materno. Un lugar de seguridad y confianza para poder expresar algo ya libres de nuestras propias reglas y de nuestros modos habituales de expresión. El juego se da, entonces, cuando somos capaces de ser nosotros mismos, de una manera genuina. Es ese momento en que los niños libres de todo prejuicio son capaces de imaginar mundos radicalmente distintos a los que hoy conocemos. Creamos entonces un lugar de juegos donde sean los niños los que supervisen a los adultos. Los que nos muestren otra vez las prácticas de juego para que la fuerza de la gravedad creativa no se debilite porque nos hacemos mayores, porque tenemos vergüenzas, porque no nos atrevemos, porque no nos parece legítimo expresar con todas nuestras capacidades. Creatividad gravitacional es un espacio y un concepto. Un lugar donde sentirnos tranquilos para, desde ahí, poder construir imaginarios del juego radicalmente diferentes a los que tenemos hoy como sociedad urbana. Los niños también podemos ser nosotros, los adultos.