Sobre Antonin Raymond y su paso por México
En México, el arquitecto checo Antonin Raymond es prácticamente desconocido. Raymond visitó Mexico, como lo hicieron otras figuras extranjeras (por [...]
20 marzo, 2015
por Juan Manuel Heredia | Twitter: guk_camello
Juan y Edmundo O’Gorman (izquierda y derecha respectivamente) pintados por su padre Cecil Crawford O’Gorman (c.1938).
Juan y Edmundo O’Gorman (izquierda y derecha respectivamente) pintados por su padre Cecil Crawford O’Gorman (c.1938).
Nacidos con poco más de un año de diferencia, Juan y Edmundo O’Gorman tuvieron ideologías contrastadas, sin embargo sus carreras tuvieron curiosos paralelos y algunas veces estuvieron peculiarmente entrecruzadas. El antagonismo de los hermanos O’Gorman es conocido y sale a relucir en varios escritos y testimonios publicados.[1] Juan, más allegado a la familia materna y con un orgullo especial por sus antepasados liberales e independentistas, era no solo un socialista sino un nacionalista convencido. Edmundo, al parecer hijo predilecto de su padre, no era muy afecto a las inclinaciones ideológicas de su hermano, además de que heredó la anglofilia paterna. No lo recuerdo bien ahora pero alguien dijo que sus nombres encarnaban a la perfección sus respectivas personalidades:[2] Juan, el del nombre más común de México -típico de los trabajadores de la construcción- profesaba un cariño especial hacia los pueblos indígenas y las clases más humildes y marginadas. Edmundo por su lado le hacía honor a su nombre a través su cosmopolitanismo y refinada personalidad, por no mencionar que sus escritos podían expresar un gran eurocentrismo y cierto desprecio hacia el componente indígena de México y América.[3]
Inicios y retiros paralelos
Después de terminar la preparatoria Juan y Edmundo ingresaron respectivamente a dos de las carreras más respetables de la época. Mientras el primogénito entró a la Escuela Nacional de Arquitectura, el segundo hizo lo propio en la Escuela Libre de Derecho. Graduándose a finales de los años veinte, ambos se dedicaron inmediatamente y por entero a sus profesiones. Juan llegó a ser en poco tiempo el más prolífico y ciertamente más polémico arquitecto del país; de gran talento y determinación, fue él y no José Villagrán García (como se dice comúnmente) el verdadero iniciador de la modernidad arquitectónica mexicana. Edmundo por su parte eligió un camino más conservador, abriendo un bufete de abogados que rápidamente alcanzó éxito y una sólida reputación; no por eso sin embargo dejó de estar interesado en cosas del espíritu y en 1932 fundó junto con Justino Fernández (amigo de ambos hermanos) una importante empresa editorial de corte cultural, editorial Alcancía.
No obstante sus meteóricas carreras –o precisamente debido a ello- para finales de los años treinta los dos hermanos entraron en crisis existenciales y decidieron, cada quien por su lado, renunciar a sus oficios para perseguir otras ocupaciones. Como es sabido Juan se retiró de la arquitectura para dedicarse a la pintura, mientras que Edmundo cerró su despachó para sumergirse de lleno en la historia. El momento más crucial del retiro de Juan lo regresó paradójicamente -aunque solo de forma provisional- a la arquitectura. En efecto, tras una estancia de varios meses en los Estados Unidos en donde debía realizar un mural, Juan tuvo una epifanía tras ver la “casa de la cascada” de Frank Lloyd Wright. Desde ese entonces la arquitectura “orgánica” del maestro norteamericano le pareció la respuesta más adecuada al paisaje, la historia y la cultura del continente americano, siendo Wright –ya no Le Corbusier- el modelo a seguir en la consecución de una arquitectura verdaderamente mexicana. El retiro de Edmundo fue más drástico ya que implicó un cambio de vida que lo llevó de su elegante despacho al trabajo de archivo en el Archivo General de la Nación; al mismo tiempo ingresó a la Universidad Nacional para estudiar historia en la Facultad de Filosofía y Letras. Su encuentro con José Gaos fue determinante ya que lo reconectó con la filosofía, una disciplina a la que siempre se había inclinado. Uno de los aspectos más importantes de La Invención de América -su obra clásica- fue precisamente la aplicación de un método fenomenológico que le permitió vislumbrar y situar, mejor que nadie hasta esos años, la “aparición” del continente americano en el horizonte histórico mundial.[4] Quizás contra sus propias intenciones, dicha obra sería clave en el desarrollo de la filosofía decolonial contemporánea.[5]
Izquierda: Frank Lloyd Wright, Casa de la Cascada, Bear Run, 1935 (foto: Dennis Adams). Edmundo O’Gorman, La Invención de América, portada.
Edmundo arquitecto, Juan historiador
Como alumno de Gaos, Edmundo formó parte de un grupo compacto al que pertenecieron gente que ya era -o sería después- muy importante dentro el escenario intelectual mexicano, como Justino Fernández, Antonio Gómez Robledo y Leopoldo Zea. En ese grupo había dos arquitectos: Enrique del Moral y Luis Barragán. Fue la cercanía con éste último lo que llevo a Edmundo a reconsiderar la importancia de la arquitectura en su vida. Los hermanos O’Gorman habían crecido en un ambiente de gran refinamiento que no solo contribuyó a la formación artística de Juan sino también a la formación de sus otros hermanos. Justino Fernández contaba que de jóvenes, él y Edmundo hacían excursiones al interior del país para pernoctar en monasterios del siglo XVI a la manera de frailes franciscanos.[6] Como hermano del arquitecto más importante de México en esos años, Edmundo presenció de cerca el surgimiento del movimiento moderno en el país, máxime que Juan le construyó su primera casa, una de las primeras obras funcionalistas de México. Su posterior encuentro con Barragán no solo acrecentó sino que definió su interés por la arquitectura. Según Fernández, Barragán “fecundó” a Edmundo “por sus diferencias y coincidencias”.[7] Consciente de las limitaciones pero también de la importancia y belleza del “funcionalismo radical” de su hermano,[8] Edmundo debió haber visto en la obra madura de Barragán una promesa de renovación no solo arquitectónica sino cultural que inclusive lo inspiró para practicar arquitectura él mismo. Edmundo comenzó remodelando su propia casa en San Ángel (la diseñada por Juan) para luego diseñar otras dos también propias. La última de ellas, en Temixco, “vale la pena considerar, por la forma, aparentemente arbitraria de su ejecución, y por los resultados. Amplias terrazas, mucha vegetación bien colocada en sitios adecuados; las habitaciones de elegante sencillez; las comunicaciones de original complicación; y a salvo del exterior, la intimidad inviolable. Agua corriente y estancada, los arrozales a la vista y la espalda vuelta a la población”.[9] En este contexto, el hecho de que Edmundo haya sido el elegido por Barragán para leer su discurso de aceptación del premio Pritzker adquiere una significación especial. Todo este entramado de relaciones y fertilizaciones mutuas, es más, merecería un estudio aparte.
Izquierda: Luis Barragán cediéndole la palabra a su amigo Edmundo O’Gorman en la ceremonia de entrega del premio Pritzker 1980. Derecha: Edmundo O’Gorman ejercitando su impecable inglés en dicha ceremonia (Imágenes tomadas del sitio-web de la Fundación Pritzker).
Y mientras Edmundo se transformaba en arquitecto, Juan finalizaba su propia y más complicada metamorfosis, de arquitecto a pintor y de pintor a historiador. En efecto, la educación familiar de los O’Gorman incluía también el estudio de las ciencias, la literatura y la historia. Como miembro del movimiento muralista mexicano y admirador sin reservas de Diego Rivera, Juan elaboraba narrativas pictóricas de carácter mítico, y en ese sentido cumplía con la exigencia de su hermano de que el historiador es aquel responsable, no precisamente de investigar “hechos” pasados (inevitablemente irrecuperables), sino de producir o “inventar” entidades históricas.[10] Parecería del todo apropiado que el hermano del historiador más importante del siglo XX en México haya sido el autor de la historia gráfica que complementa aquella otra, museográfica, del Museo Nacional de Historia. Según se dice, para los murales de este museo Juan se sumergió de lleno en libros y archivos con el objeto de retratar con la mayor veracidad posible los episodios y personajes de la Independencia y la Revolución y con ello causar orgullo en la población mexicana.[11] Las historias de Juan, sin embargo, carecían de la sofisticación hermenéutica de las de su hermano y tenían un carácter didáctico, ideal para un Estado en busca de un “arte oficial”.[12]
Izquierda: Juan O’Gorman, Casa Edmundo O’Gorman, ciudad de México, c. 1935. Centro: Juan O’Gorman, Retablo de la Independencia, Museo Nacional de Historia, 1960-61 (detalle). Derecha: Edmundo O’Gorman, Casa O’Gorman, Temixco c. 1965 (foto: Bob Schalkwijk)
El fin del mundo contra el mundo sin fin
No obstante, la profundidad intelectual de Edmundo parece alcanzar límites similares en su arraigado eurocentrismo. Es cosa de recordar el subtítulo original de La Invención de América, o leer sus primeras páginas o su último capítulo, para darse cuenta que para Edmundo la “cultura occidental” representaba “el único proyecto vital de la historia [y] el único capaz de congregar a todo los pueblos de la tierra bajo el signo de la libertad”.[13] Quizás el aspecto más dramático de este eurocentrismo sea la forma en que su interpretación de la revolución epistemológica provocada por el “descubrimiento” del nuevo mundo se convierte, de forma inadvertida, en la entusiasta afirmación de sus aspectos más cuestionables, específicamente en la celebración de un mundo en donde la naturaleza y el universo son vistos como una reserva infinita de materia y energía lista para ser conquistada, explotada y administrada por el hombre en su camino hacia la felicidad.[14]
Y mientras Edmundo cantaba sus loas a un mundo sin fin, Juan presagiaba el fin del mundo.[15] En efecto el retiro de Juan de la arquitectura implicó la transformación de una crítica combativa pero fecunda, en un pesimismo quietista cada vez más desesperanzador. Sus cuadros de caballete en especial -en donde destacan escenas de desolación y destrucción ecológica producto del capitalismo industrial- ejemplifican bien este tránsito hacia el nihilismo. En el contexto de la crisis ecológica global (que según muchos es terminal) la “historia” le ha dado en este punto la razón a Juan. Sin embargo su cambio de actitud, iniciado en la década de los treinta, si bien presenció momentos de gran creatividad y riqueza (especialmente en su proyecto de la Biblioteca), tuvo como monumento aporético su propia casa de San Jerónimo. Esta obra, que para Juan (como para muchos) representaba un “grito de protesta” a la “maravillosa civilización” que hemos construido, era en realidad -tanto literal como metafóricamente- una retirada sin gloria de un mundo que alguna vez deseo -y de hecho logró- transformar y enriquecer como arquitecto, independientemente de sus veredictos personales.[16]
Izquierda: Juan O’Gorman. Derecha: Edmundo O’Gorman (c. 1990) en una de sus casas.
[1] Ver especialmente la autobiografía de Juan: Antonio Luna Arroyo, Juan O’Gorman, Premio Nacional de Pintura, Autobiografía, Comentarios, Juicios Críticos, Documentación Exhaustiva (Ciudad de México: Cuadernos Populares de Pintura Mexicana Moderna, 1973). La disputa más agria y -solo a la distancia simpático- entre los dos hermanos aparece publicada en el mismo libro, pp. 300-303. Ver también Elena Poniatowska, Los zurcidos invisibles de Juan O’Gorman, en Mauricio López Valdés ed. O’Gorman (Mexico City: BITAL-Américo Arte, 1999).
[2] Creo que fue Elena Poniatowska. No logro encontrar la referencia exacta y me disculpo si me equivoco en esta atribución.
[3] Ver especialmente el último capítulo de su libro clásico La Invención de América: Investigación Acerca de la Estructura Histórica del Nuevo Mundo y del Sentido de su Devenir (Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica, 1977). Con respecto al “programa de liberación y transformación” que implicó el descubrimiento o invención del nuevo mundo, Edmundo escribe en la página 157: “el indígena quedó al margen por su falta de voluntad o incapacidad o ambas […] y si bien no faltaron serios intentos de incorporarlo y cristianizarlo, puede afirmarse que, en términos generales, fue abandonado a su suerte y al exterminio como un hombre sin redención posible, puesto que en su resistencia a mudar sus hábitos ancestrales y en su pereza y falta de iniciativa en el trabajo, se veía la señal inequívoca de que Dios lo tenía merecidamente olvidado.”
[4] Amigo y discípulo de Ortega y traductor de Husserl y Heidegger, Gaos fue el introductor de la fenomenología en México. La primera edición del libro de Edmundo se titula La Invención de América: el Universalismo de la Cultura de Occidente (Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica, 1958). Una versión ligeramente distinta fue publicada en inglés como The Invention of America, An Inquiry into the Historical Nature of the New World and the Meaning of its History (Bloomington: Indiana University Press, 1961). El título de la segunda edición en español reza: La Invención de América: Investigación Acerca de la Estructura Histórica del Nuevo Mundo y del Sentido de su Devenir, op. cit.
[5] Ver Enrique Dussel, El Encubrimiento del Otro: Hacia el Origen del Mito de la Modernidad (Madrid: Nueva Utopía, 1992), y Walter Mignolo, The Idea of Latin America (Malden: Blackwell, 2005).
[6] Justino Fernández, “Edmundo O’Gorman, su varia personalidad”, en Conciencia y Autenticidad Históricas: escritos en homenaje a Edmundo O’Gorman (Ciudad de México, UNAM, 1968), 13-17.
[7] Ibid.
[8] Las opiniones de Edmundo sobre la arquitectura funcionalista de Juan están publicadas en Xavier Guzmán Urbiola, Juan O’Gorman: sus primeras casas funcionales (Ciudad de México: CONACULTA-INBA-UNAM, 2007).
[9] “Edmundo O’Gorman, su varia personalidad” op. cit., 16.
[10] La Invención de América: Investigación Acerca op. cit., 9.
[11] ”Los zurcidos invisibles” op. cit.
[12] Para un critica del muralismo de O’Gorman y en especial de sus murales en Chapultepec ver Mary K. Coffey, How a Revolutionary Art became Official Culture: Murals, Museums and the Mexican State (Durham y Londres: Duke University Press, 2012), esp. 119-126.
[13] Edmundo O’Gorman, La Invención de América: Investigación Acerca de la Estructura, op. cit. En este aspecto, Enrique Dussel dice con toda razón que O’Gorman jamás aclara el concepto “cultura de occidente” y por ello (y otras cosas) ejemplifica “el eurocentrismo de la élites de la Periferia”, ver El Encubrimiento del Otro, op. cit., 36. Esta necesaria clarificación ha sido mejor desarrollada por Dussel y otros filósofos decoloniales.
[14] Edmundo reafirma estas convicciones en su ensayo “History, Technology and the Pursuit of Happiness”, Saul Bellow et. al. Technology and the Frontiers of Knowledge (Nueva York: Doubleday 1973), 73-97.
[15] Ver Cristina Pacheco, “Juan O’Gorman ante el mundo que se acaba”, en La Luz de México: entrevistas con pintores y fotógrafos (Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica, 1995), 475-487.
[16] Juan O’Gorman, ”Ensayo acerca de arquitectura orgánica referente a la casa ubicada en avenida San Jerónimo no. 162, San Ángel, D.F. construida por Juan O’Gorman”, en Ida Rodríguez Prampolini coord. La Palabra de Juan O’Gorman (Ciudad de México, UNAM, 1983), 155-156. “Nuestra maravillosa civilización” es también el título de uno de los apocalípticos cuadros de Juan.
En México, el arquitecto checo Antonin Raymond es prácticamente desconocido. Raymond visitó Mexico, como lo hicieron otras figuras extranjeras (por [...]
Exponer de forma sintética la contribución de David Leatherbarrow a la teoría de la arquitectura actual es algo difícil, más [...]