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John Portman (1924-2017)

John Portman (1924-2017)

30 diciembre, 2017
por Arquine

A principios de los años veinte del siglo pasado, Siegfried Kracauer, periodista y crítico que había estudiado arquitectura, comparó el vestíbulo de un hotel con un templo. El templo, según Kracauer, “supone una comunidad ya existente” y una vez que ésta lo abandona, mantiene sólo su función decorativa. El vestíbulo de un hotel es “una imagen invertida de la casa de Dios”: un espacio vacío que reúne una congregación que no está obligada a compartir el mismo credo. Lo que Kracauer describe anticipa al vacío cilíndrico por el que desfilan varias estrellas de Hollywood, incluyendo a Greta Garbo y Joan Crawford, en la película Grand Hotel, dirigida en 1932 por Edmund Goulding. Pero también anticipa los grandes atrios que, desde los años 60, fueron un elemento característico de la arquitectura diseñada por John Portman, quien murió el pasado 29 de diciembre a los 93 años de edad.

Portman nació en Atlanta en 1924, único hijo de John y Edna Portman. Al terminar la preparatoria se enlistó en la marina y al finalizar la Segunda Guerra entró al Instituto de Tecnología de Georgia donde estudió arquitectura. Se recibió en 1950 y tres años después abrió su oficina —él y otra persona, nada más— en Atlanta. Desde un principio concibió su carrera como la de un arquitecto y desarrollador —en los años 70 publicó un libro, en coautoría con Johathan Barnett titulado, justamente, Architect as developer. Rem Koolhaas escribió que Portman era “un híbrido: es un arquitecto y un desarrollador, dos papeles en uno. Eso explica su tremendo poder: la combinación lo hace un mito. Significa, en teoría, que cada idea que tiene puede realizarse, que puede hacer dinero con su arquitectura y que los papeles de arquitecto y desarrollador pueden fusionarse para siempre”. Sin embargo, en un texto que escribió para la revista Forbes en el 2009, el mismo Portman afirmaba que, aunque pareciera absurdo, nunca se había enfocado en la ganancia sino más bien en la contribución: “el énfasis en la contribución resulta comúnmente en mayores ganancias a largo plazo”.

En los años 60 inició el desarrollo del Peachtree Center, en Atlanta, donde llegó a construir, hasta el 2015, casi 2 millones de metros cuadrados. Ahí comenzó a experimentar con su gran invención o, más bien, reinvención: el atrio. De nuevo Koolhaas:

Portman también es responsable de perfeccionar él sólo el invento que se extendió de Atlanta al resto de los Estados Unidos y de ahí al mundo (incluyendo Europa): (re)inventó el atrio. Desde los romanos, el atrio ha sido un hoyo en la casa o en un edificio que inyecta luz y aire —el exterior— al centro; con Portman se convirtió en lo opuesto: un contenedor de artificialidad que permite a sus ocupantes olvidar la luz del día para siempre: un interior hermético sellado contra lo real.

En su libro Interior Urbanism, Architecture, John Portman and Downtown America, Charles Rice explica los grandes espacios vacíos al interior de los edificios diseñados por Portman en relación a las condiciones urbanas de aquellos años en que la ciudad tradicional —la de calles y plazas— parecía condenada a desaparecer a causa de crisis económicas y sociales, de un lado, y al desarrollo del urbanismo enfocado al automóvil y la huida a los suburbios del otro. Los atrios y los puentes de Portman eran una respuesta, acaso inconsciente, al estado de las cosas: “el atrio envolvía —dice Rice— abarcando la exterioridad de la ciudad con el repertorio organizacional y espacial de la arquitectura”. Era lo que Rice califica como urbanismo interior.

Por su parte, Frederic Jameson usará el Hotel Bonaventura, que Portman construyó en el centro de Los Angeles entre 1974 y 1976, como ejemplo de una nueva posición hacia la ciudad. El Bonaventura, dice, “aspira a ser un espacio total, un mundo completo en sí mismo, una especie de ciudad en miniatura (y quisiera añadir que a este nuevo espacio total le corresponde una nueva práctica colectiva, un nuevo modo de moverse y congregarse los individuos, algo así como la práctica de una hipermultitud nueva y de tipo históricamente original)”. Para Jameson, las entradas al Bonaventura son prácticamente accesorias en un edificio que “no quiere ser parte de la ciudad, sino su equivalente y sustituto”. Esa autonomía del interior —casi autista— se complementa, según Jameson, con una ausencia de exterior, pues los muros cortina de vidrio reflejante hacen que “cuando se trata de contemplar las paredes exteriores del hotel, no es a este a quien se ve, sino sólo imágenes distorsionadas de lo que lo rodea.” Templos vacíos dedicados vacío o, como escribe precisamente de los hoteles Koolhaas al hablar de la ciudad genérica, “un encarcelamiento, un voluntario arresto domiciliario; no queda otro lugar donde ir que pueda competir con él; llegamos y nos quedamos”. El espacio perfecto para la congregación sin credo de la que habló Kracauer.

En el obituario que le dedica el New York Times, Robert D. McFadden escribe de Portman, quien a los 86 años seguía trabajando seis días a la semana en la oficina cuya dirección compartía con su hijo y su nieto, que “fue inmensamente exitoso y una rareza entre sus contemporáneos, al mismo un artista y un duro hombre de negocios”.