Saberes al borde. Materialidades para habitar el río Medellín
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12 abril, 2022
por Ricardo Vladimir Rubio Jaime | Twitter: VladimirRub
Como un grito y una exclamación jubilosa quiero correr sobre anchos mares, hasta encontrar las islas afortunadas donde moran mis amigos.
Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra
Entre agua y sal
Hubo un océano global. De entre sus aguas informes existieron —según vestigios que la ciencia interpreta— insignificantes islas sin vida entre la vastedad de una sola agua. A golpe de asteroides y lava, el caos cedió un día a la calma; y del crujir del fuego y el agua turbia, brotó una tierra, brotó la vida.
La isla, palabra que proviene de ín-sula y que etimológicamente significa: en la sal, es, según parece, el primer elemento y modelo en brotar de entre las aguas totalitarias. Plataforma para la vida. Hubo de existir después un viajero: un animal o vegetal trepador que se desprendió de su origen líquido para habitar lo inexplorado, herido de soledad, en nombre de conquistar lo impensable.
No por casualidad, de entre todas las palabras elegimos a la isla para nombrar la separación de un ser con su entorno conocido, pues de la isla proviene la palabra a-isla-miento: un andar hacia lo que nos separa. El lugar del primer viaje, del exilio.
Cuando la filósofa María Zambrano vivió entre las islas de Cuba y Puerto Rico, a causa, justamente, de su exilio por la Guerra Civil Española, reflexionó sobre la pertinencia del poder ir hacia una isla:
La isla es siempre evasión, lugar donde queremos recluirnos cuando el espectáculo del mundo en torno amenaza borrar todo imagen de nobleza humana; cuando nos sentimos próximos a la asfixia por falta de belleza y sobre podredumbre de todas clases. Entonces —¿quién no alguna vez?—, suspiramos por una isla. 1
En la isla, no solo nos evadimos o refugiamos, también nos reajustamos a una medida distinta con el mundo. Isla: tierra acotada y flotante en una inmensidad que se extiende como vértigo, que me ablanda el ego y me abre a la humildad. Reducido de mí, me escalo a esa proporción medible de la tierra, mientras mis ojos atestiguan la infinitud del horizonte.
La amistad natural de una isla
Dentro de todo lo que podemos percibir en una isla, existe una sensación que es única y que deviene de una relación distinta con la naturaleza. Como señala también brevemente María Zambrano: “La naturaleza en la isla siempre es más dulce, más amiga, más prodigiosa.”
Tanto Zambrano como Nietzsche atestiguan la relación de amistad con esta diminuta porción de la tierra. Por un lado: naturaleza amistosa que nos acoge, por el otro: lugar de ensueño para el encuentro de la amistad.
Rastreando el origen de una primera naturaleza, podemos imaginarla como viajera que ascendió de las profundidades y recorrió distancias inconmensurables. Transformándose para ser en tierra, secó mares y pobló las islas.
El poeta colombiano Santiago Espinosa, escribe a los arboles de Urapán (que llegarían a su país en 1960), y que, bien leído, podría ser la descripción para cualquier naturaleza viajera:
(…) también ellos
llegaron un día.
Trataron de ajustar
sus relojes cuando
el otoño se hizo
demasiado largo
(…)
También ellos
secaron la tierra
para oscuros
navegantes. 4
Peter Sloterdijk también reflexiona sobre la experiencia en las islas y su excepcional naturaleza, y encuentra una forma única, no solo de vegetación, sino de todo un clima:
“Se puede decir, que la verdadera experiencia de la isla es de naturaleza climática. (…) No es sólo la excepcional situación biotópica, la separación casi de invernadero del proceso de vida en tierra firme, la que proporciona su colorido local a las islas, es también la diferencia atmosférica la que aporta lo decisivo a la definición de lo insular.” 3
La isla es pues, un lugar de clima, atmosfera y naturaleza única. Naturaleza que arribó de las profundidades, que nos acoge amistosamente en su bastedad y nos enseña la idónea hermandad con los otros. Más juntos, más vivos.
La isla como un mundo propio
Si las islas son —como nos dice Sloterdij—- “prototipos de un mundo” es debido justamente a un suficiente aislamiento, a una notoria soledad, que permite construir la “presentación de una totalidad en formato reducido”, “capaz de construir un mundo.” 4
En la novela Seda, de Alessandro Baricco, Hervé Joncour, el personaje principal, viaja en tiempos remotos a Japón para conseguir gusanos y huevos de seda, en esa isla, en esos viajes, su vida cambiará para siempre. A lo largo de la historia aparece una breve descripción de lo que las islas de Japón significaban para todos:
“Era una isla hecha de islas y por doscientos años había vivido completamente separada del resto de la humanidad, rechazando cualquier contacto con el continente y prohibiendo el acceso a cualquier extranjero”. 5
Un conjunto de islas como totalidad. Totalidad solitaria, sí, pero que separada de lo otro, crea mundo propio, residuo del mundo que, enajenado y puesto sobre la bastedad, ha de responder con fuerza y vida propia.
La isla en nuestro espejo
Regresé (…)
a la pequeña isla
que se repite flotante
desde la distancia
-Angel M. Díaz 5
No sólo es su capacidad de recepción, fuerza o vida, lo que apreciamos de las islas. Zambrano dice que, a las islas, las queremos como a una “persona viva”, justo por su fragilidad, por su soledad:
“Soledad reforzada por su ligereza, por ese ocupar tan poco espacio, ese estar en la superficie del planeta pidiendo tan poco y ofreciendo tanto.”
Zambrano nos entrega aquí una forma de entender a las islas como “persona viva”, dupla de nuestra soledad: reflejo no solo sobre el agua que confina mientras nos duplica, sino reflejo también sobre la tierra pequeña y precaria que nos sostiene, reflejo de nuestra dualidad de que, siendo tan poco, estemos posibilitados a abrirnos para dar. De que, siendo fragmentos, podamos llegar a sentirnos completos.
No por casualidad, José Saramago, en su poema titulado: En la isla a veces habitada, menciona que, “hay noches, mañanas y madrugadas”, en que el mundo se nos aparece “explicado definitivamente”. Como una totalidad. Y a pesar de vivir delimitados “podemos, en ese momento, decir que somos libres”. 6
Así la isla, que es isla por estar exiliada de la basta tierra. Isla que crea un mundo propio, y que cercada, se completa a si misma hasta llegar a conseguir su libertad.
El viaje como isla
Este diminuto texto, brotó dentro de una tierra extensa de palabras, condensando en un breve viaje: aislador de la vida cotidiana; como esas viejas piezas de cristal que colocaba la abuela entre las patas de los muebles y los pisos: aisladores redondos, transparentes, que hacen levitar al sofá y a la repisa. Así el viaje: separador que nos levita, que nos aísla. Todo viaje tiene algo de isla: lugar acotado donde se puede conseguir -brevemente- un pequeño mundo propio.
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