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Entrevistas

Intersticios entre arte y arquitectura

Intersticios entre arte y arquitectura

2 mayo, 2012
por Gabriel Villalobos | Twitter: gabswolf

Conversación con Rafael Lozano-Hemmer y Jorge Méndez Blake, artistas interdisciplinarios que muestran su obra en los muros y espacios de la Galería ORM.

Rafael Lozano-Hemmer (Ciudad de México, 1967) es artista electrónico. Radica en Montreal, donde estudió química física, y realiza apropiaciones de las herramientas electrónicas y digitales propias de los sistemas de información, la medicina y los medios de vigilancia. Su obra toma la forma de instalaciones, objetos interactivos y performance, en los que el espectador es parte fundamental del proyecto. En el marco de Zona MACO 2012, presenta “X no es la nueva Y” en la Galería OMR.

Gabriel Villalobos (GV): Tu trabajo involucra tecnologías electrónicas y digitales. Frecuentemente se describe con el término ‘nuevos medios’ ¿Consideras que este término mantiene a este tipo de trabajo alejado de los espacios centrales del arte?

Rafael Lozano-Hemmer (RLH): Siempre he atacado esta clasificación. El uso de la tecnología en el arte es inevitable, no tiene nada de novedoso ni original. De hecho, muchos de estos trabajos tienen relación con experimentos del pasado; la primera utilización de una cámara en vivo en una instalación la hizo Marta Minujín en Argentina hacia 1965, entonces podríamos hablar incluso de una tradición en el uso de estas tecnologías. A mí me gusta más el término intermedia art, que acuñó Dick Higgins dentro de Fluxus, también en los sesenta. Este término resalta el carácter performativo de la obra de arte, que es una característica fundamental de quienes usamos tecnología.

GV: ¿Qué papel juega la tecnología en la actualidad? ¿Consideras que se puede hacer un uso neutral de ella?

RLH: Parto de la idea –muy canadiense– de que no podemos conocer el mundo sin la tecnología. Estar fuera de la tecnología no es opcional, y la tecnología es un lenguaje más que una herramienta. La tecnología no sólo establece una relación con el individuo, sino que determina su identidad. Ahora, me gusta subrayar que las tecnologías no son neutrales; en general las principales tecnologías del presente, incluyendo Internet, provienen de esquemas de vigilancia y control militar. El reto de un artista es el de utilizar la tecnología de forma crítica, para generar situaciones de conexión. No de colectividad, no de lo social, sino de conectividad. Me interesa la idea de que en un espacio hay realidades co-presentes y que la tecnología puede conectarlas entre sí.

GV: Más que hablar de espacio público, ¿tú hablarías de espacios de multiplicidad?

RLH: Exacto, de espacios co-presentes. Todo espacio es simultáneamente público, privado, corporativo; tiene género. Los espacios presentan una diversidad de capas, y esto no se reduce sólo a los espacios de la ciudad; hoy vemos las problemáticas de lo público en Internet. Trabajo con espacios que describiría que buscan relationship-specific. Muchas de mis obras viajan, y las condiciones varían tanto que las puedes entender como un performance. Son plataformas experimentales porque nunca sabes qué va a pasar, aunque las variables sean las mismas. Las relaciones que establece la gente que comparte esta experiencia no son las de la política o la historia; son micropolíticas o microhistorias, situaciones de encuentro a pequeña escala. En cualquier imagen de mis obras siempre hay un espectador interactuando con ellas. El espectador genera así sus propias narrativas y adquiere la capacidad de lectura de la obra.

GV: También hablas de una arquitectura relacional.

RLH: Comencé a llamar a mis obras relational architecture precisamente para evadir la categoría de virtual, y la categoría de artes visuales. Me han inspirado mucho las intervenciones efímeras de colectivos como Archigram…siempre me interesó hacer propuestas volátiles, prácticas, tangibles y empíricas. Entiendo lo relacional en los términos en que lo hacían Lygia Clark y Hélio Oiticica: el espacio no es hermético sino que se desdobla a partir de la participación de la gente. La otra fuente es la teoría de los bancos de datos, que fueron definidos con taxonomías en red, más que piramidales o jerárquicas.

 
Jorge Méndez Blake (Guadalajara, 1974) es artista interdisciplinario. Arquitecto por la Universidad ITESO de Guadalajara, Méndez Blake explora la relación entre los espacios de la literatura y las narrativas de la arquitectura. Su obra ha sido expuesta en más de una docena de países, y en el marco de Zona MACO 2012 presenta Ceboruco en la Galería OMR.

GV: Háblanos del proyecto que presentas en la OMR.

Jorge Méndez Blake (JMB): Ceboruco toma el nombre un volcán activo que se encuentra en Nayarit; es un lugar que he visitado con frecuencia. Establecí un vínculo con la novela Bajo el Volcán de Malcolm Lowry, en la que reflexiona sobre la mexicanidad y la identidad del mexicano. Creo que en México hay una especie de obsesión por los volcanes, una presencia inamovible de estos testigos de la historia; y en la narrativa de Lowry los volcanes aparecen como un telón de fondo, el desarrollo de los protagonistas se da bajo la sombra de los volcanes. Esto me condujo a una arqueología ficticia, una búsqueda de restos o indicios de algo que pudo haber existido a los pies del Ceboruco, tal vez una civilización perdida. Esto partió de haberme encontrado, en uno de mis recorridos, con una edificación muy sencilla, casi insignificante. Constaba de dos muros, uno rojo y otro azul, que formaban una esquina. De este elemento se deduce toda una narrativa que guía la exposición, en la que genero posibles variaciones de estos elementos arquitectónicos, integrando a esta idea de paredón la influencia de lenguajes arquitectónicos como los de Barragán, Frank Lloyd Wright o la arquitectura maya.

GV: En tu trabajo es frecuente la confrontación de una obra literaria con un lugar geográfico específico. ¿Existe un paralelismo entre lo que citas en literatura, y la manera en que un lugar puede ser citado?

JMB: Sí, sobre todo en la medida en que hablamos de paisaje, contexto y texto. La escritura ocurre más allá de la hoja en blanco; siempre hay un sitio donde las historias ocurren y los personajes se desenvuelven. Me gusta jugar con esta relación: cuando cambias el sitio donde tiene lugar una historia, comienzas a jugar con los límites del lenguaje. Al trasladar la historia de Bajo el Volcán del Popocatépetl y el Iztaccíhuatl al Ceboruco, genero una segunda lectura, una lectura lateral. De cualquier forma, siempre hay una distancia entre un texto y un sitio, y lo que me interesa es precisamente trabajar en ese espacio intermedio.

GV: Los arquitectos solemos hablar de leer un sitio. En este sentido, en tu trabajo es interesante cómo la lectura de un sitio se da a la luz de un antecedente literario.

JMB: Me he dado cuenta que a veces puedo explicar mi obra en términos absolutamente arquitectónicos; esto evidentemente resulta muy aburrido. La arquitectura que me interesa más es aquella que surge de maneras poco precisas. Cuando te alejas del ámbito técnico de la arquitectura y comienzas a trabajar con cosas que no son sólidas, como lo literario, puede aparecer arquitectura con nuevas formas de interpretación, aún cuando tengan lenguajes reconocibles.

GV: Otro elemento frecuente en tu trabajo es el dibujo. ¿Qué relaciones estableces entre la escritura y el dibujo? ¿Podríamos hablar del dibujo como una forma de escritura?

JMB: Por su puesto, y es algo que también me interesa mucho. Hay aquí algunas piezas en que la escritura en realidad está dibujada. Lo que más me interesa en esta relación es la temporalidad: el dibujo, como la escritura, toma tiempo, esto implica una postura particular con respecto a la obra porque hay un proceso en el que transcribes la memoria. La escritura es lenta, generas una constante contigüidad de palabras, de párrafos, de páginas, vas generando mundos. Heredamos una historia de la modernidad en la que se quiso desaparecer la narrativa, generar objetos impecables ausentes de personas y de contexto. Hoy nos encontramos con que la arquitectura no funciona así, en el momento en que hay un contexto y personas que la habitan, la arquitectura se transforma y su pureza se pone en entredicho.

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