Gobierno situado: habitar
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6 diciembre, 2015
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
Desde hace unos días Keusching trabajaba en un informe para el Ministerio de Asuntos Exteriores con el título La imagen de Austria en la televisión francesa, subtítulo: «Austria, una película de ensayo». La idea se la habían dado unas películas de televisión sobre narraciones de Arthur Schnitzler. En ellas los personajes aparecían exclusivamente en interiores desprovistos de decorados. Los «exteriores» eran, como mucho, el interior de un carruaje.
Gregor Keusching, personaje de la novela El momento de la sensación verdadera, de Peter Handke —quien nació el 6 de diciembre de 1942 en Griffen, Austria—, era el agregado de prensa en la embajada austriaca en París y, en paralelo a su trabajo, estudiaba por qué razón en las películas que se presentaban en Francia y que supuestamente sucedían en Austria, jamás había escenas de exterior, tan sólo interiores en los que los personajes “no vivían verdaderamente” sino que “habían aprendido de memoria a simular la vida.”
En su libro Walkable City, Jeff Sepck define la caminabilidad como un fin y un medio a la vez que una medida: “mientras que las recompensas son físicas y sociales, la caminabilidad es tal vez más útil en cuanto contribuye a la vitalidad urbana y es más significativa como indicador de esa misma vitalidad.” Speck explica que lo que hace que una ciudad sea caminable no son sólo las banquetas, pasos peatonales, rampas y demás, sino, sobre todo, el tejido (fabric) de la ciudad: “la colección cotidiana de calles, cuadras y edificios que anudan a los monumentos.” dice también que el peatón es una especie muy frágil –”el canario de la mina de la habitabilidad urbana”. También dice que el caminar debe cumplir con cuatro condiciones: ser útil –llevarnos a alguna parte–, seguro –sobre todo percibirse como seguro–, cómodo e interesante.
En el primer capítulo, Why walkability?, afirma que la vida peatonal es la única manera en que se pueden dar encuentros casuales que deriven en amistades –entendamos que la vida peatonal va desde la caminata en la banqueta hasta el café o la copa en la esquina o el almuerzo en el buen restaurante de barrio. Y afirma algo más: que en los Estados Unidos las nuevas generaciones están optando por vivir en centros urbanos, en vez de en suburbios, y por desplazarse a pie, en bicicleta o en transporte público. Es más que una moda: es una tendencia demográfica que, entre varias razones, tiene un componente imaginativo: hoy más gente se imagina viviendo en la ciudad de otra manera, no pasando horas en su auto privado atrapados en el tráfico sino en centros urbanos relativamente densos y con diversidad de usos al alcance no de la mano sino de los pies. El cambio depende en gran medida de nuestra capacidad de imaginarnos de otro modo —creo fue Cornelius Castoriadis quien dijo que una sociedad funciona exitosamente mientras sea capaz de imaginarse exitosamente como sociedad.
Hoy la imaginación es alimentada en buena medida por la televisión. Speck dice que creció en los suburbios viendo por horas en la tele programas como la Isla de Gilligan, The Brady Bunch, o la Familia Partridge. Si en la primera serie se trata de una comunidad aislada por accidente, en los segundos eran comunidades aisladas voluntariamente: exiliados a la paz del suburbio a dónde sólo se llega en su auto —o en autobús, pero también privado como el de los Partridge. Claro que también veía programas donde la ciudad aparecía como protagonista: Dragnet, Mannix o Las calles de San Francisco. En todos esos casos la ciudad era escenario de violencia y crimen. el mensaje que la televisión colocaba en el imaginario colectivo era claro: la ciudad es peligrosa, el suburbio apacible.
Las nuevas generaciones en los Estados Unidos también crecieron en los suburbios, pero ahora, dice, viendo Seinfeld, Friends o, más tarde, Sex and the City. En esos programas la ciudad se ha vuelto un espacio agradable, atractivo, donde los amigos se encuentran y se divierten. El énfasis es, como en la famosa serie, en los amigos y ya no en las familias o, más bien, las familias también aparecen ahora mostrando su cara oculta –como los suburbios: Desperate Housewives sería el mejor ejemplo de la nueva manera de ver al suburbio y a la familia: tan disfuncionales y peligrosos como antes imaginábamos a la ciudad.
En el caso de la televisión mexicana, muchas veces la acción tiene lugar sólo en interiores, como en las películas que analizaba Keusching. Los exteriores se reducen a una imagen fija, de postal, y luego pasamos a un interior acartonado, siempre igual, con la misma iluminación y decorado. En las telenovelas, rara vez los personajes van a restaurantes o bares —mucho menos reales— ni al parque, no caminan por la banqueta, no andan en bici y menos en pesero o en metro. En la televisión mexicana la ciudad es un fantasma, la vida urbana, pública, está prácticamente ausente. El mexicano que vive en una casa de interés social terriblemente diseñada a tres horas de cualquier centro urbano, se sienta en la noche, muerto de cansancio, a ver el interior acartonado y de mal gusto de la casa del rico en la telenovela —o el de la vecindad, que siempre será falso.
Tal vez las ciudades en que vivimos tienen que ver con nuestra capacidad de imaginar algo distinto a donde vivimos o de imaginarnos afuera de casa, en la calle o en la plaza. O por el contrario, de nuestra incapacidad de hacerlo, de vernos siempre retratados en interiores que nos obligan a aprender de memoria a simular la vida.
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