Sobre Antonin Raymond y su paso por México
En México, el arquitecto checo Antonin Raymond es prácticamente desconocido. Raymond visitó Mexico, como lo hicieron otras figuras extranjeras (por [...]
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¡Felices fiestas!
15 enero, 2015
por Juan Manuel Heredia | Twitter: guk_camello
Para concluir esta serie de reflexiones en torno a la relación entre arquitectura y pintura mural -y al importante pero menospreciado tema de la orientación- quisiera referirme a dos obras canónicas del movimiento de integración plástica mexicano: la Biblioteca Central y la Facultad de Ciencias de Ciudad Universitaria. Como es ampliamente conocido Juan O’Gorman realizó los mosaicos de la primera y junto con Gustavo Saavedra y Juan Martínez de Velasco fue el autor de su proyecto arquitectónico. Por su parte el pintor José Chávez Morado intervino con murales y mosaicos en la Facultad de Ciencias, un edificio diseñado por Raúl Cacho, Eugenio Peschard y Félix Sánchez. La comparación de estas dos obras permite vislumbrar la importancia de la orientación en la colaboración entre arquitectura y pintura mural.
La biblioteca de O’Gorman ha sido objeto de numerosos estudios, por no mencionar críticas y elogios, incluyendo la famosa ‘autocrítica’ de su autor.[1] No voy a redundar en lo mucho y valioso que se ha escrito y polemizado, solo quisiera apuntar dos aspectos de la obra que me parecen importantes -aún a pesar de O’Gorman- y que muchas veces se olvidan en medio de discusiones técnicas, iconográficas o ideológicas. El primero es la forma en que el edificio se desplanta sobre el suelo. A pesar del carácter cerrado y autocontenido de la torre de acervo, los registros inferiores del edificio constituyen un hábil manejo de planos y volúmenes intersectados que negocian con el terreno, abren espacios, motivan el movimiento de personas, y confieren orientación. Estos registros (y el edificio en general) se localizan en los puntos en los que el campus cambia de nivel para ajustarse a la topografía del terreno. Con esta relación topográfica la biblioteca se transforma en una especie de nodo articulador que la ha hecho con los años el corazón mismo del campus (desplazando en este papel al edificio de Rectoría, y a pesar de no estar, como éste, alineado al eje principal). O’Gorman y su equipo parecen haber entendido el potencial que ofrecía su ubicación, reconociendo y atendiendo sus circunstancias más inmediatas y concretas (el desnivel y el movimiento de personas) así como las más distantes y simbólicas (el paisaje y los puntos cardinales). En efecto -y éste el segundo punto que deseo recalcar- la torre de acervo abandona la dispersión de los niveles inferiores para, por así decirlo, concentrar en su volumen las fuerzas centrífugas del sitio. Su categórica y prismática geometría restablece una orientación territorial y astronómica, que a su vez se refuerza con las narrativas específicas de los murales.
El título de los mosaicos es Representación Histórica de la Cultura. Esta cultura es la mexicana. Los murales norte y sur representan respectivamente los mundos prehispánico y colonial, mientras que los oriente y poniente -correspondientes a las fachadas más cortas- representan al mundo contemporáneo: por un lado la ciencia, el progreso y la Revolución, y por el otro el México moderno y la Universidad. Es por lo menos curioso que un indigenista como O’Gorman haya decidido privilegiar la historia colonial sobre las otras, al otorgarle mayor espacio de contemplación y una mejor iluminación natural. Sin embargo este privilegio se invierte en favor del pasado prehispánico mediante lo que para muchos es la gradual transformación de la fachada en una máscara de Tláloc. El mural norte es el más difícil e incómodo de apreciar ya que casi siempre se percibe de manera oblicua. ¿Habrá sido una decisión consciente de O’Gorman orientar la narrativa prehispánica hacía la mítica región de los muertos? Cierto o no en esta fachada acontece una metamorfosis similar a la del lado sur. Vistas en ángulo, las ‘piedras’ azules usadas para representar el agua que estructura la composición adquieran un particular brillo y sugieren el fluir -a través de vasos comunicantes- de una presencia que subyace. Hacia el oriente, la representación de la ciencia establece un dialogo con la comunidad estudiantil, mientras que al poniente un serie de símbolos y emblemas lo hace de manera más obvia hacia la ciudad y los automovilistas.
Estos murales han sido criticados por una gran cantidad de figuras, de forma más famosa por David Alfaro Siqueiros quien calificó al edificio como una ‘gringa vestida de china poblana’ -una crítica, por cierto, asumida parcialmente por O’Gorman. Entre otras cosas, Siqueiros atacaba la técnica y simetría de los mosaicos por considerarlas primitivas y anticuadas. Su crítica sin embargo no hacía ninguna apreciación relevante del edificio ni de su sutil emplazamiento. El ataque a su supuesta superficialidad, por otro lado, no reconoce la efectiva reciprocidad -en términos de orientación y materialidad- entre recubrimiento y estructura. Como afirmó Henry-Russell-Hitchcok en su momento, la decoración de la biblioteca era ‘definitivamente arquitectónica’.[2] Esta obra por lo tanto puede considerarse uno de los verdaderos y pocos ejemplos de integración plástica en México, un concepto de por sí problemático pero cuya connotación de orientación –esbozada en esta serie de textos- resulta adecuada aquí. En este sentido la intervención de Chávez Morado en el edificio de Ciencias, en especial uno de sus murales, ofrece un interesante contraste.
La Facultad de Ciencias era un edificio lecorbusiano de cierto interés arquitectónico, especialmente por las transparencias espaciales buscadas por sus autores. Sin embargo también estaba saturado de manierismos y referencias formales.[3] De forma más negativa su torre principal, totalmente acristalada, estaba orientaba de la peor forma posible. Como se sabe Chávez Morado realizó tres murales en el edificio: La Conquista de la Energía (el más grande, al frente del auditorio), La Ciencia y el Trabajo (el menos conocido, al costado del mismo) y El Retorno de Quetzalcóatl (quizás el más famoso, localizado al interior del complejo). Este último era un mosaico que ocupaba el muro sur de la biblioteca de la Facultad y se abría hacia una explanada, hoy en día delimitada en sus cuatro costados. Al pie del muro sur los arquitectos colocaron un espejo de agua. Posiblemente como parte del dialogo entre el muralista y los arquitectos, o posiblemente por iniciativa propia del pintor, el mural mostraba a unos personajes sentados sobre una barca/serpiente-emplumada que parecía navegar sobre el agua. El mural, obviamente, representaba uno de los mitos más importantes de México. En la versión de Chávez Morado, Quetzalcóatl dirige la barca acompañado de los representantes de las tradiciones filosóficas y religiosas mas importantes del viejo mundo. Como bien afirma Cristina López Uribe, este concepto se encuadra en la tradición vasconcelista de la Raza Cósmica. Según la investigadora, antes del confinamiento de la explanada, el mural ‘recibía a todo aquel que se aproximaba a la Facultad de Ciencias’. El mural de hecho funcionaba no solo como símbolo de entrada sino también de salida, toda vez que el campus central era visible a través del edificio de aulas. Elevadas en pilotis las aulas permitían el paso franco de personas y enmarcaban una vista hacia el espacio más importante de la universidad. En este sentido el edificio otorgaba al mural la posibilidad de una doble orientación.
El mosaico de Chávez Morado estaba literalmente enmarcado por la estructura de concreto de la biblioteca de la Facultad. El pintor aceptó las condiciones espaciales establecidas por dicho marco, sin cuestionar ni violentar su autoridad, y agrupando las figuras al centro de la composición. Con un perfil un tanto caprichoso (pero muy de moda en ese entones) el marco de concreto era una especia de quilla abriéndose paso en dirección al campus. Esta dirección era la opuesta a la de las figuras del mural. Según la versión más popular del mito, Quetzalcóatl regresa proveniente del oriente. Existiendo esta referencia concreta que permitiría articular (‘integrar’) al mural a un horizonte más amplio, es extraño que Chávez Morado haya decidido representar el retorno de Quetzalcóatl en sentido contrario, es decir de occidente a oriente. Una obvia razón pudo haber sido su deseo de sujetarse a convenciones de lectura dominantes, lo que habla de nuevo del nivel de originalidad del mural. Si las figuras del mosaico hubieran mirado al oriente, la barca sobre la que navegaban no solo tendría una mayor relación con el perfil de la estructura, sino hubiera contribuido a la orientación real de transeúntes y espectadores, hilvanado con ello una narrativa que en su forma ideal culminaría en la biblioteca de O’Gorman. Las obras de arte y arquitectura, sin embargo, e independientemente de su factura e intenciones, tienden a ser apropiadas por la gente, y su orientación y significación originales ya sea asumidas, replanteadas o transformadas por ella.
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[1] Juan O’Gorman “Autocrítica del edificio de la Biblioteca Central de la Ciudad Universitaria” [19530 en Ida Rodríguez Prampolini coord. La Palabra de Juan O’Gorman (Ciudad de México, UNAM, 1983), 163-164.
[2] Henry-Russell Hitchock, Latin-American Architecture Since 1945 (Nueva York, The Museum of Modern Art, 1955), 77.
[3] Un cuerpo de aulas de perfil quebrado, un remate inspirado en la arquitectura brasileña del momento, etc.
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