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Instrucciones para la trinchera

Instrucciones para la trinchera

25 abril, 2014
por Arquine

por Armando López Carrillo | @opalodehielo

Una de las presencias más exóticas en la primera edición del Festival MEXTRÓPOLI, en marzo pasado, fue la del arquitecto francés Rudy Ricciotti, nacido en Argelia en 1952 y formado en Marsella desde los tres años. El sábado anterior a su conferencia en el Teatro Metropólitan, participó en la presentación de la primera edición en español de su libro La arquitectura es un deporte de combate, traducido por Alejandro Hernández Gálvez, ocasiones en las que abordó un temario muy similar al que reúne el libro.

Sostenido en varios proyectos exitosos (el estadio de Vitrolles, el Centro Coreográfico Nacional en Aix-en-Provence, el Puente del Diablo en Gignac, el Museo de las Civilizaciones Europeas y del Mediterráneo) y reconocimientos importantes (Grand Prix National d’Architecture, Médaille d’Or de la Fondation de l’Académie d’Architecture, Chevalier de la Légion d’Honneur, Commandeur de l’ordre des Arts et des Lettres), Ricciotti ha forjado un discurso que cuestiona profundamente la condición de la arquitectura contemporánea frente a las grandes demandas y condiciones de los mercados de imagen y consumo, como un francotirador intelectual con un lenguaje cargado de ironía y argot, al mejor estilo de los pensadores franceses del siglo XX.

En La arquitectura es un deporte de combate, la interlocución con David d’Équainville consiste en precisas intervenciones y preguntas, casi provocaciones para que el arquitecto exponga sus opiniones sobre el minimalismo imperante, la arquitectura y la política, los saberes constructivos, la arquitectura y el arte, mientras relata anécdotas sobre sus proyectos más recientes.

Sin duda uno de los temas más oportunos que trata es la dimensión política de la arquitectura y la actitud de sus profesionales ante la construcción de la ciudad. En su opinión “un proyecto arquitectónico no está para ser simpático ni humilde” y sostiene que es necesario asumir una postura crítica permanente, nos dice:

Hay que estar dispuesto a no ser popular, a encontrarse en el banquillo de los acusados, en dificultades. La aventura arquitectónica es antes que nada una aventura política de múltiples facetas: teórica, social, estética estrechamente imbricadas para armar el trabajo del arquitecto. Es una cultura de combate que no busca el consenso.

Creo que es el destino de la arquitectura producir política en el sentido fundacional del término. La dignidad de los trabajos del arquitecto está en ser significativos políticamente, en no falsificar los valores republicanos abandonándose a ejercicios complacientes o de elogio al poder en turno. La moral estética vigente no debe afectar nuestro rigor. La angustia colectiva no es un fin irreversible”

Asumido como un antiminimalista radical, Ricciotti observa cómo “El minimalista inventado por los americanos triunfa estruendosamente en las clases sociales educadas” y advierte que, a 50 años de su invención, “Ya no queda nada. Nada se mueve y la hipertrofia de la nada hace que la nada esté incluso de más. Homérico, épico, revolucionario, incluso leninista con opción a Bakunin, es la unión perpendicular de un muro blanco y un suelo gris. El mismo muro blanco. El mismo suelo gris”.

Sobre Rem Koolhaas, al respecto de su libro Junkspace, Ricciotti comenta: “La posición de sabio que toma no me interesa. La encuentro obscena. Presumir tal precaución ante lo real revela una ausencia de escrúpulos próxima a la inconsciencia. Es de un cinismo que no se reconoce. Una ruina del pensamiento, sin consciencia de sí” y sostiene que “promover los supermercados es una maldición im­perdonable”.

Basado en una condición local, que privilegia los saberes constructivos sobre el diseño de laboratorio, este arquitecto nos habla desde su origen y experiencia. En la presentación de su libro comentó que no aprendió nada al estudiar ingeniería en Suiza ni arquitectura en París, sino en la obra, con los albañiles, artesanos e ingenieros, pues “los signos arquitectónicos del artesano recuerdan el valor de los oficios”. En este sentido comenta:

Los proyectos defendidos deben desarrollar un coeficiente fuerte de recursos locales fortificados. Es vital no descuidar nuestro saber hacer proponiendo soluciones que implican tecnologías con recetas para construir, robadas de aquí y de allá, sin ninguna consideración por los oficios. A fuerza de reducir al mínimo la intervención de todas las habilidades artesanales, memoria viva de nuestras capacidades, nos preparamos para un futuro arquitectónico miserable”

Un elemento divertido del libro, aunque nos habla de una triste realidad, es la permanente lucha de la gestión arquitectónica contra las instituciones a cargo de los proyectos, la reglamentación exhaustiva (“la pornografía de una reglamentación omnipresente hace más daño que todos los entierros juntos de arquitectos activos”) y la burocracia inmóvil. Con su característico humor, Ricciotti nos sugiere:

No hay que dudar en arrebatar, de vez en cuando, a algún promotor de esos que desfiguran las armadas de la buena consciencia del elogio de lo banal. Su incultura crasa, confrontada con el empobrecimiento generalizado de los signos de la escritura, amerita una buena paliza, aplicada con civilidad y cortesía. En el ring se aconseja el uso del puño de acero”

En este aspecto, el autor recomienda una actitud a los arquitectos decididos a librar las batallas de cada proyecto frente a la multitud de obstáculos comunes:

Hay que escoger entre construir simpatías y perderse, o parrandear con gusto para no desorientarse. La elección de las palabras subraya la responsabilidad del artífice. Si tienes miedo y dudas de tus ideas, tienes problemas. El auditorio huele el miedo por instinto. Es importante recordarlo. La crítica pierde su eficacia cuando es enunciada con miedo o duda. Es así. Es la regla. No podemos cambiarlo. Los bípedos no son amables con los cobardes o temerosos. A riesgo de extravíos, la gratificación cuesta sangre. El olor excita. El segundo punto a recordar es saber movilizar la energía instantáneamente. Los golpes deben ser densos, darse sin dudar, ponerse al servicio del análisis pero rápido, como un músculo que se contrae, como una bofetada”

La arquitectura es un deporte de combate es una muy buena referencia, divertida y ácida, para aquellos arquitectos que, armados de valor para sobrevivir en la trinchera de su oficio, conservan la entereza necesaria para construir una ética profesional, con urgencia.

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La arquitectura es un deporte de combate, conversación con David d’Équainville, Rudy Ricciotti, Arquine 2014.