Gobierno situado: habitar
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12 febrero, 2016
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
¡Y yo también soy pintor! La frase se la atribuyen a Antonio Allegri da Corregio ante una pintura de Rafael y la usó como epígrafe a su Arquitectura, ensayo sobre el arte, Étienne Louis Boullée. Pero Boullée no fue pintor. Nació en París el 12 de febrero de 1728 y quiso estudiar pintura pero su padre, arquitecto y geómetra, lo persuadió por la arquitectura. Sus maestros fueron Blondel y Boffrand, aunque, según él, dejó de “dedicarse a estudiar solamente a los antiguos maestros” y “mediante el estudio de la naturaleza” buscó ampliar sus conocimientos “sobre un arte que, tras profundas meditaciones,” le parecía estar “todavía en sus comienzos.” En su Ensayo se pregunta qué es la arquitectura y rechaza la idea, que atribuye a Vitruvio, de considerarla el arte de construir: “no, esa definición conlleva un error terrible. Vitruvio confunde el efecto con la causa: hay que concebir para poder obrar. Nuestros primeros padres no construyeron sus cabañas sino después de haber concebido su imagen.” Entonces, siguiendo a Boullée, la arquitectura podría definirse como el arte de imaginar edificios y el arte de construir, dice, “no es más que un arte secundario” que puede pensarse “como la parte científica de la arquitectura.” Cien años después de Boullée, Marx dirá lo mismo, pero no sólo de la arquitectura sino del trabajo en general:
Presuponemos el trabajo en una forma que lo caracteriza como exclusivamente humano. Una araña lleva a cabo operaciones que me recuerdan a las de un tejedor y una abeja, en la construcción de sus colmenas, deja avergonzado a muchos arquitectos. Pero lo que distingue al peor arquitecto de la mejor de las abejas es que el arquitecto yergue la construcción en su mente antes de erguirla en la realidad. En la extremidad de todo proceso de trabajo, llegamos a un proceso ya existente en la imaginación del trabajador antes de comenzarlo.
Imaginamos para trabajar: proyectamos, lanzamos hacia afuera, al mundo, las imágenes que primero hemos concebido, tanto el ingeniero como el arquitecto. Philippe Madec explica que, en el tiempo de Boullée, “la gestión del territorio” se había convertido en la preocupación dominante, relegando “a un segundo plano el dominio del territorio por la forma: la arquitectura perdió su poder de engendrar territorio.” Los ingenieros, sigue Madec, poco a poco llevan a la arquitectura su manera de concebir puentes, canales y diques: “ya no se trata de estética, sino de pura funcionalidad: técnica, económica y práctica.” Es una nueva forma de concebir antes que de construir, que comienza, agrega Madec, “desde el proyecto, con una presentación eficaz: donde los arquitectos hacen un dibujo por hoja, los ingenieros presentan el proyecto entero.” La montea pasa de ser un recurso de la geometría descriptiva para convertirse en una herramienta de la concepción espacial que permite, de golpe, controlar múltiples aspectos de un edificio.
Boullée, por su parte, pensaba que los edificios, especialmente los edificios públicos, deberían ser poemas y ofrecer a nuestros sentidos imágenes capaces de suscitar en nosotros sentimientos análogos al uso al que estos edificios se consagran: la prisión, sombría, nos debe infundir temor tan sólo de verla y, de ahí, compelernos a obedecer la ley; la biblioteca, luminosa, debe guiarnos al conocimiento desde el espacio mismo, antes de abrir cualquier libro —el hombre, con el libro, camina hacia la luz, dirá después, poético, imaginativo, otro Louis: Kahn.
Todas nuestras ideas provienen de la sensación o de la reflexión, pensó John Locke, de quien Boullée era atento lector. Son producto de las impresiones de los objetos exteriores sobre nuestras sensaciones, o de las operaciones internas de nuestra mente. Esa relación entre las ideas producidas por las impresiones que los cuerpos dejan en nuestros sentidos y la reflexión que de ellas podemos hacer lo que le interesa a Boullée, que ve incluso en una analogía entre “las propiedades que se deducen de los cuerpos” y nuestra organización social: la arquitectura que imaginó Boullée es al mismo tiempo impresionista y pedagógica. No se trata pues sólo de una arquitectura parlante sino de una arquitectura impresionista e impresionante: que impresiona mediante su propia imagen. Por eso Madec dice que la cita del Corregio puede adjudicarse no a Boullée sino a la arquitectura: y yo también soy pintura. Y he aquí que la imagen de una gran obra de ingeniería —“mera construcción” hubiera pensado Boullée— puede servir, al mismo tiempo, para contradecir y confirmar aquellas ideas del arquitecto: hay que imaginar para construir.
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