Gobierno situado: habitar
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27 noviembre, 2015
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
En música se llaman mashups, la reunión o mezcla de dos o más piezas ya grabadas generando otra que conserva características de todas ellas. Híbridos, digamos. Algo así como el personaje que Jackie Chan construyó haciendo que Charlot la haga de Bruce Lee —que nació el 27 de noviembre de 1940. Aunque estas mezclas han sido desde siempre la manera de producir lo otro —y no más de lo mismo— hoy parece que es un método de trabajo particularmente útil y muy recurrido —acaso hayamos descubierto que desde siempre ha sido el único posible. Al respecto, sobre su manera de escribir filosofía en su primera etapa, cuando escribió libros falsamente monográficos sobre autores como Nietzsche, Bergson, Kant o Spinoza, Gilles Deleuze escribió:
El modo de liberarme que utilizaba en aquella época consistía, según creo, en concebir la historia de la filosofía como una especie de sodomía o, dicho de otra manera, de inmaculada concepción. Me imaginaba acercándome a un autor por la espalda y dejándole embarazado de una criatura que, siendo suya, sería sin embargo monstruosa. Era muy importante que el hijo fuera suyo, pues era preciso que el autor dijese efectivamente todo aquello que yo le hacía decir; pero era igualmente necesario que se tratase de una criatura monstruosa, pues había que pasar por toda clase de descentramientos, deslizamientos, quebrantamientos y emisiones secretas, que me causaron gran placer.
Se trata de ser lo que uno va a ser —de devenir otro podríamos decir ya que Deleuze viene al caso— a partir de alguien más: Jackie Chan mediante Chaplin y Bruce Lee. De decir lo que uno tiene que decir gracias a que se permite hablar con las voces de otros: Nietzsche, Bergson o Spinoza para Deleuze. Yo soy puro, nadie puede afirmarlo de sí mismo, dijo Vladimir Jankelevitch. El niño, dice Jankelevitch, es la pureza misma, pero no lo sabe: saberlo implica abandonar ese estado de inocencia y perder la pureza: “sólo lo impuro, con sus rugosidades, asperezas, disparidades y mezclas, ofrece de dónde tomarse a nuestro saber.”
La arquitectura moderna se quiso pura: inocente y original. Era una despiadada búsqueda del origen, una vuelta al principio y, sobre todo, a los principios. Y como cualquier otra vocación de pureza estaba construida en base a renuncias: no imitarás, no esconderás, no engañarás, no adornarás, no repetirás. Las tablas de la ley arquitectónica en la modernidad preconizaban una concepción inmaculada pero no en el sentido, perverso y hasta herético, en que la explica Deleuze: produciendo un engendro monstruoso que es y no es, al mismo tiempo, fruto de sus padres. Los híbridos fueron descartados de la historia oficial de la arquitectura moderna aunque, a fin de cuentas, la pureza original no se trate, probablemente, más que de un viejo e impuro mito. Pronto reapareció en la arquitectura —como en otras formas de hacer y construir— el arte de la mezcla: de Aalto a Barragán o de Scarpa a Coderch y muchos otros. Por supuesto, es un arte en el que la capacidad de elegir los ingredientes y saber combinarlos es primordial: poco importan los gestos acrobáticos del barman si la mezcla no es precisa y la calidad de los ingredientes incuestionable. Jackie Chan no sería lo mismo si el híbrido no partiera de Chaplin y de Bruce Lee. Deleuze construye su tribu de pequeños monstruos buscando una serie de padres que tengan cierto aire de familia.
Porque en el fondo no se trata de estilos sino de ideas o, dicho con esa palabra da la que tanto se abusa, de conceptos. Deleuze ya con Guattari —que dijeron que al escribir no eran dos sino muchos pues ya cada uno era legión— afirman que no hay concepto simple, todo concepto tiene componentes y se define por ellos, todo concepto es una multiplicidad. Dicen también que todo concepto remite a un problema, y más, a unos problemas —en plural— sin los cuales carecería de sentido. No es que el concepto sea la solución del problema —el camino no es tan corto—, sino que, simplemente, el concepto no es el puro principio. Por eso dicen también que todo concepto tiene una historia, por lo que pretender empezar por el concepto no tiene sentido —o tiene el doble sentido de empezar por en medio, que no está mal pero que implica la necesidad de ir por lo menos en dos direcciones al mismo tiempo: hacia atrás, entendiendo la historia del concepto, y hacia adelante, proyectándolo al futuro. Todo concepto es, pues, como toda obra y toda cosa, un híbrido.
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