Gobierno situado: habitar
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¡Felices fiestas!
21 mayo, 2015
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
“Señor y querido asociado,
Desde hace tiempo esperaba sus noticias con gran impaciencia por no recibir y leer con placer sus cartas del 10 y del 21 de mayo pasados. Me limito, por el momento, a responder la del 21, porque, habiéndome ocupado, de que la recibí, en sus investigaciones sobre el iodo, quise hacerle parte de los resultados que he obtenido. Ya me había entregado a estas investigaciones antes de conocernos; pero sin esperanza de éxito, vista la casi imposibilidad, según yo, de fijar, de una manera durable, las imágenes recibidas, cuando logremos remplazar los días y las sombras en su orden natural.”
La carta la firma Joseph Nicéphore Niépce y se la dirige a Louis Daguerre, quien en la segunda de las cartas que comenta Niépce, le había sugerido el uso de placas de plata iodizada como soporte para fijar las imágenes de una cámara. Heliográficas, llamaba Niépce a las imágenes que producía como dibujadas por el sol. El 8 de noviembre de 1831, Niépce le vuelve a escribir —hoy las semanas o meses que pasaban entre una carta y su respuesta las pensamos como un tiempo insoportablemente largo: la fotografía jugará sin duda su parte en en esa consagración del instante y de la inmediatez:
“Conforme a mi carta del 24 de junio pasado —explica Niépce— en repuesta a la suya del 21 de mayo, he realizado una larga serie de investigaciones sobre el iodo puesto en contacto con plata pulida, sin lograr llegar al resultado que me esperaba tener al desoxidarlas. He variado mis procedimientos combinándolos de muchas maneras, sin resultados más felices por tanto. He reconocido, finalmente, la imposibilidad, según yo al menos, de devolver a su estado natural el orden invertido de los tintes y, sobre todo, de obtener algo más que una imagen fugaz de los objetos.”
Niépce, considerado el inventor de la fotografía, nació en 1765. Daguerre, que nació en 1787, era pintor y decorador teatral y fue alumno de Pierre Prévost, el primer pintor de panoramas en Francia. Los panoramas eran imágenes totales, completas, de un sitio o un acontecimiento; o al menos eso pretendían ser. Lienzos circulares, de 360 grados, en los que el espectador quedaba sumergido al centro de la escena. Esas pinturas eran, a finales del siglo XIX, grandes espectáculos que ya anunciaban otro tipo de producción y consumo de la imagen y, según escribe Walter Benjamin, “una conmoción en la relación del arte con la técnica.” También, apunta Benjamin, coinciden con el auge de los pasajes y de la construcción en hierro y son parte de la construcción de la ciudad moderna como lugar del ciudadano transformado en espectador-consumidor.
En su libro Secret Knowledge, David Hockney postula que la invención de la fotografía, entendida como la producción de imágenes mediante la ayuda de mecanismos ópticos, es mucho anterior a la posibilidad de registrar esa imagen de manera química. Desde finales del siglo XVIII, varios científicos e inventores intentaron, mediante ensayos basados sobre todo en la prueba y el error y hallazgos muchas veces accidentales, lograr fijar las imágenes producidas por la oxidación de distintos materiales al exponerse a la luz. En 1826 Niépce había logrado fijar una de sus heliografías, tras ocho horas de exposición. Pero no estaba satisfecho con el resultado. No sin reticencias, en 1829 se asoció con Daguerre, pero murió en 1833. Después de seguir trabajando en su método, Daguerre lo hizo público en 1839 en una publicación titulada Historique et description de procédés du daguerréotype et du diorama. El libro abre con la presentación que François Arago, secretario de la Academia de Ciencias, hizo del invento de Daguerre y Niépce —en ese orden— ante la Cámara de Diputados, proponiendo que el Estado adquiriera el método a cambio de una pensión de 10 mil francos: 6 mil para Daguerre y 4 mil para el hijo de Niépce. En 1851 se funda la Sociedad Heliográfica, con el objetivo de compartir y perfeccionar el conocimiento al respecto del nuevo método y la Misión Heliográfica, en la que cinco artistas estaban encargados de registrar heliográficamente los más importantes monumentos del patrimonio francés. La muy vieja relación entre la arquitectura y la imagen quedaba así sellada con plata iodizada.
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