Pensadores sobre la arquitectura
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24 septiembre, 2025
por Sandra Loyola Guízar
La orgullosa verticalidad de las casas-torre, de los edificios públicos, y, sobre todo, de las construcciones estatales, incluye en lo visual una arrogancia fálica o más bien falocrática. El propósito de este despliegue es exhibirse, dejarse ver, pero con la intención de que cada espectador perciba ante todo la autoridad. Lo vertical y la altura representan siempre la expresión espacial de un poder capaz de emplear la violencia.
La producción del espacio
Henri Lefebvre (1974, p.153)
| Verticalidad
Suele decirse que lo que nos hace distintos a otros animales son los pulgares oponibles, pero me ha sorprendido ver en un zoológico a bonobos, koalas y pandas con pulgares, uñas y huellas dactilares parecidos a los nuestros.
Su postura cuadrúpeda, en cambio, sí nos diferencia. La comodidad en el andar de los primates, que tiende hacia posiciones fetales, me dio envidia cuando un ortopedista me dijo al tratarme por dolores de espalda que “es el precio que paga el cuerpo humano por la verticalidad”. Claramente, el homo erectus, no es más rápido, fuerte o hábil que cualquier cuadrúpedo; la verticalidad no nos hizo mejores que a otros animales, pero sí configuró la percepción espacial para que tengamos un horizonte al andar.
Así, el homo sapiens sapiens alejó sus manos de la tierra y subsanó sus desventajas físicas frente a las otras especies con su capacidad de “saber que sabe.” A través de los siglos, la obsesión humana por alejarse de la naturaleza ha encontrado resonancia en la verticalidad como expresión espacial: rascacielos, obeliscos, torres y demás formaciones arquitectónicas que tienden hacia lo más alto para alejarse del suelo.
A estas “alturas” de la historia ya se ha criticado bastante la verticalidad, el falocentrismo y en general todas aquellas representaciones que hacen de la rectitud el “patrón” de posturas físicas y morales. Luce Irigaray es quizá quien más ha pensado esto desde la filosofía e incluso lo ha discutido con arquitectos. Ella dice que necesitamos nuevas formas de habitar: hombres y mujeres deberíamos tomar en cuenta nuestras diferencias sexuadas para el diseño y que, por lo tanto, deseamos formas y espacios diversos para poder vivir juntos de manera duradera. Irigaray utiliza la figura de la diagonal como una línea de pensamiento alternativo que socava el pensamiento espacial y subvierte el pensamiento científico, que considera la simetría y la igualdad como única posibilidad de belleza o de justicia. La diagonal pone en crisis el orden de representación espacial y, en este sentido, Irigaray se cuestiona en Ese sexo que no es uno: “¿Cómo ir más allá de este horizonte? ¿Desear sin poder fijar el punto de mira?”(12). Con ella yo me cuestiono: ¿cómo diseñar un mundo donde todas las personas podamos desear y gozar sin dejar de ser diferentes?
\ Inclinación
En Inclinaciones. Crítica de la rectitud, Adriana Cavarero denuncia que, por lo general, la filosofía no aprecia la inclinación, sino que la contrasta y la combate. Fue Michel Foucault quien pensó sobre los dispositivos de verticalización para formar “hombres rectos y derechos”, para encarcelar, reformar, normalizar y curar todas aquellas actitudes torcidas de la especie humana. Nuestro lenguaje delata una geometría moral también presente en la arquitectura y las ciudades que habitamos. Porque si todo estuviera en perfecta armonía —parecería estar implícito—, entonces nuestros valores, juicios, preferencias, calles y edificios tenderían juntos hacia arriba, hacia lo más alto, para construir con firmeza y fortaleza nuestra moral y nuestra morada. Pero esta utopía no se cumple porque nuestros cuerpos tienden a la inclinación con la vejez, la maternidad, la infancia o la muerte; incluso la jerga filosófica tiende a vincular el tema de las “inclinaciones” hacia los deseos, la pasión y los instintos. Los dispositivos disciplinarios de los que escribió Foucault se apoyan en el mito de esa utopía y actúan en consecuencia domesticando y reprimiendo torceduras, inclinaciones y diagonales.
De ese modo, Cavarero delata las relaciones de poder que subyacen al discurso de la rectitud y muestra que la historia del arte y de la filosofía ha reservado las posturas de la inclinación exclusivamente para la mujer.
_ Horizontalidad
La artista argentina Marta Minujín acostó un obelisco por primera vez en 1978 en la Bienal Latinoamericana de São Paulo. Reprodujo el hito de Buenos Aires de 64 metros de altura y lo colocó de lado, sobre un eje horizontal.
El obelisco era habitable porque la gente podía meterse a él y disfrutar de una exhibición desde su interior. En 1979, en plena dictadura militar argentina, Minujin inclinó otro obelisco en la Segunda Feria de las Naciones de Buenos Aires y lo cubrió de panetones para que la gente se los comiera como una obra de participación masiva. Desde hace unas semanas, la artista argentina ha instalado otro obelisco horizontal en la Galería Kurimanzuto en la Ciudad de México. En la inauguración, Minujin explicó que estos obeliscos son parte de su serie La caída de los mitos universales: “Si hay un mito, yo lo acuesto para que la gente se lo coma” (algo parecido a la filosofía de Foucault, pero más rico y dulce).
La actual exposición de Minujín en Ciudad de México muestra también una serie de colchones que habían sido desechados en las calles y que, para intervenirlos, los pintó de patrones de rayas de colores vibrantes. Estos colchones, expuestos paradójicamente de manera vertical sobre la pared, invitan a pensar en los mitos naturalizados de una concepción del hombre y del mundo que tiende a menospreciar la horizontalidad.
La raíz etimológica que Cavarero pone al descubierto es que inclinarse es plegarse, rebajarse, pender hacia abajo (kline es, en griego, el nombre de la cama). Es en nuestras camas donde habitamos un tercio de nuestro tiempo vital, donde quizá fuimos concebidos y si tenemos suerte moriremos en un colchón. Y más importante aún, es que ese tercio de tiempo vital que pasamos en un colchón se lo dedicamos a actividades que no tienen que ver con la racionalidad: descansar, dormir, soñar o hacer el amor.
La idea de un hombre racional ha hecho fricción con las posibilidades de las inclinaciones humanas hacia la pasión, los deseos y los instintos. Las obras de Minujin, Cavarero, Foucault e Irigaray muestran un hartazgo colectivo precisamente frente a esa racionalidad.
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Henri Lefebvre. La producción del espacio, Traducción de Emilio Martínez Gutiérrez, Madrid: Capitán Swing Libros, 2013, 153
Adriana Cavarero. Inclinaciones: crítica de la rectitud. Traducción de Manuel Ignacio Moyano. Barcelona: Fragmenta Editorial, 2022.
Irigaray, Luce. Ese sexo que no es uno. Madrid: Ediciones Akal, 2009.
Foucault, Michel. Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión. Ciudad de México: Siglo XXI Editores, 1990.
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