Carme Pinós. Escenarios para la vida
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12 septiembre, 2013
por Pedro Hernández Martínez | Twitter: laperiferia | Instagram: laperiferia
Ayer comenzó la primera sesión del sexto Congreso de Querétaro | Ciclos. El evento se inició con una sentencia que marcaría un objetivo del mismo: “un congreso es una oportunidad de intercambiar ideas”, aconsejando posteriormente a los participantes del público que “se sentaran con quien no se sientan tradicionalmente para construir un mayor cruce y diálogo”.
Puede que la mayor crítica de cualquier tipo congreso sea siempre una cierta endogamia. En nuestro caso, un “hablar sólo por y para arquitectos”, que parece olvidar otras muchas voces en el proceso. Y es muy posible que sea verdad, pero ello no debiera quitarle valor a este tipo de eventos, aunque requiere una actitud crítica por parte de quien explica y quien escucha. Después de todo, un congreso es una oportunidad única para establecer el debate y la discusión en torno al trabajo y la experiencia de lo que otros han aprendido y vivido, poniéndolo sobre la mesa y cuestionándolo hasta sacar aunque sólo una pequeña idea, pero una idea al fin de al cabo. Así, un congreso es una oportunidad de acelerar las neuronas y los pensamientos, de establecer un debate y, sobre todo, de crear una comunidad en torno a estas ideas, trabajando con el conocimiento del otro –un otro que no es necesariamente el que explica, sino el que pueda tener algo que aportar– dando a conocer lo aprendido y construyendo visiones distintas. La arquitectura puede ser entendida como discusión.
La primera conferencia fue a cargo de Filipe Balestra, arquitecto brasileño que forma parte del estudio Urban Nouveau, que estructuró su plática en dos partes. Comenzó explicando como, pese a haber trabajado en grandes estudios y firmas renombradas, un día decidió abandonarlo para centrarse en ayudar, con su conocimiento, a comunidades más pobres en lugares como la India, Portugal o Brasil. Ahí, tuvo que aprender de nuevo, donde él, arquitecto, se convertía de nuevo en aprendiz. Se dedico entonces a analizar como vivía la gente en el Slum o en las favelas, hablando y trabajando mano a mano con la comunidad con el objeto de llegar a un acuerdo común que permita la mejorar la condición. Trabajando entre lo formal y lo informal y constituyéndose en lo que él denominaba un “dirty architect”. La suya es una visión incluyente donde la arquitectura se negocia entre los afectados: los habitantes, el arquitecto y los gobiernos. La segunda parte consistió en explicar como cuestionar la docencia y la pedagogía de la arquitectura. Balestra se dio cuenta que lo que él había aprendido en esos entornos no era transmitido en las escuelas de arquitectura, que mantienen una relación jerárquica entre el profesor y el alumno. Para ello, tomando la cita de Buckminster Fuller en la que “para cambiar algo construye un modelo nuevo que haga el anterior obsoleto”, decidió fundar TISA, una universidad con una visión horizontal, donde todos son estudiantes y donde la experiencia con la gente es parte fundamental del trabajo. Filipe Balestra cuestiona así el papel del arquitecto y su formación, muchas veces aislado en la burbuja que supone el estudio, para enfrentarlo a la realidad de forma directa.
Por su parte, BOA MISTURA, arrancó contando sus primeras experiencias en la calle con el arte urbano en Madrid donde aprendieron la importancia que supone en el espacio público. De ahí, aprendieron una de sus máximas: no actuar nunca si lo que hacen no supone una mejora en el espacio. Esa idea les llevo a reparar lugares olvidados y degradados y a llenar la ciudad con mensajes positivos, que buscan “dejar el muro mejor de lo que estaba” porque para ellos el trabajo en el espacio público “afecta a la ciudad, está ahí para siempre y se ancla al contexto”, por eso es importante dar algo más que un mero diseño. Estas primeras experiencias desembocaron en el proyecto Crossroads, un trabajo que les ha llevado a las partes más desfavorecidas de Sudáfrica, Panamá, Brasil o Argelia. Un trabajo que usa el arte como herramienta de cambio y que se apoya en cuatro puntos: “para actuar en una comunidad hay que vivir en ella, buscando enlaces y líderes que les permitan trabajar con ellos; realizar pequeñas intervenciones que sirvan de altavoz a la población; consensuar la propuesta artística con la comunidad; e integrarla en el proceso de realización”. Estos puntos buscan un construir entre todos, donde el arte, aunque sea en forma una finísima capa de pintura, ayuda a resignificar y modificar la percepción de los espacios que habitan: “cualquier cosa, por pequeña que sea, puede inspirar a alguien en el futuro”.
Para acabar Keith Kaseman, de KBAS, contó el proceso de construcción del Memorial del 11S en Washington, un evento que ayer cumplía 12 años y que se ha convertido en un lugar simbólico para la sociedad que lo vivió. Un proyecto donde cada pieza, cada forma tiene un significado especial y donde el arquitecto debe atender y consensuar cada detalle por mínimo que fuera. Tras esto, narró su experiencia como profesor en la Universidad de Columbia, donde alumnos y profesores no sólo proyectan y diseñan, sino que se encarga de comunicar sus progresos a modo de exposiciones o fiestas que crean una pequeña comunidad.
Quizás sobre la idea de comunidad sea el mejor punto de unión para explicar el trabajo de los arquitectos que expusieron el primer día. Todos, a su manera, buscan construirla en torno a sus proyectos, donde el diálogo, el intercambio de ideas se convierte en la herramienta más importante para la construcción de cualquier trabajo. Desde Filipe Balestra, con las comunidades más pobres de la India, al colectivo BOA MISTURA, que usa el arte como medio de revitalizar a una población desfavorecida, o los trabajos de KBAS con los estudiantes de la Universidad de Columbia, todos los conferencistas buscaban crear esta idea de colectividad, de trabajo común y de intercambio como experiencia.
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