Gobierno situado: habitar
Un gobierno situado, un gobierno en el que quienes gobiernan se sitúan, que abierta y explícitamente declaran su posición y [...]
31 mayo, 2024
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
Apirana Ngata, el político maorí más destacado del siglo XX, encabezando una haka en las celebraciones del centenario de Waitangi, 1940.
A veces el hilo que, se supone, enhebra la trama de un texto es en sí mismo un enredo; casi más un amasijo de fibras distintas que, quizá el azar va juntando —como esas bolas de pelos, pelusa y ramitas que el viento arrastra a los rincones de las casas y que, quizá, sean la explicación más racional del misterioso Odradek descrito por Kafka—. O, dicho de manera menos enredada, contar una noticia nos lleva por caminos inesperados.
La noticia inicial para este texto —o colección de retazos de otros textos— fue publicada por Te Ao Māori News con el encabezado: “Ngāi Tahu architect appointed first Māori president of NZ Institute of Architects“. Si usted es ignorante de las cosas de Nueva Zelanda, como yo, quizá pensó que Ngāi Tahu era el nombre de la persona recién nombrada para presidir el Instituto de Arquitectos de Nueva Zelanda. Pero, si usted tiene cultura wikipédica, ya sabrá que “Ngāi Tahu o Kāi Tahu es la principal iwi (tribu) maorí de la región meridional de aquel país de Oceanía, cuya autoridad tribal, Te Rūnanga o Ngāi Tahu, tiene su sede en Christchurch.”
El nombre del arquitecto que presidirá el NZIA es Huia Reriti. La revista Salient, en una brevísima nota, apunta que “será el primer presidente maorí del NZIA, con un carrera de más de 40 años. Orgulloso de su herencia, Reriti da crédito a su madre y a su abuela. Respetado por sus pares, busca elevar a los maorís y otras etnias dentro de la disciplina.” La última frase habla de “una nueva era para el NZIA y la arquitectura indígena.”
Aotearoa es la manera como nombran esa tierra los maorís, indígenas de Nueva Zelanda. Se dice que Aotearoa fue la última región del mundo en ser poblada por humanos. El origen de los habitantes originarios de Nueva Zelanda es la Polinesia, de donde llegaron a finales del siglo XIII, o durante la primera mitad del XIV de nuestra era. También se dice que es probable que, dos siglos después Francisco de Hoces, marino español, llegara a sus costas en 1526. En 1642, el explorador holandés Abel Tasman tocó sus costas y, en 1769, el capitán Cook las dibujó en un mapa. Nueva Zelanda se convirtió en colonia británica y, en 1907, pasó a ser dominio británico, obteniendo cierta autonomía legislativa que fue refrendada y ampliada en 1947, y luego en 1986. El derecho de apelar en las cortes británicas fue eliminado hasta el 2003. Por eso, quien ocupe el Trono de Inglaterra sigue siendo el Jefe de Estado de Aotearoa, donde, los pocos más de los 5 millones 300 mil habitantes que tiene hoy en día, el 67.8 por ciento se reconoce como étnicamente europeo, y el 17.8 como maorí. Hasta aquí el resumen de Wikipedia.
Ahora, algunas citas de lo que escribe Bill McKay sobre la historia de la arquitectura neozelandesa, publicado en el sitio web del Instituto de Arquitectura de Nueva Zelanda:
Los maorís construyeron estructuras bastante diferentes a las de otros lugares del Pacífico. Construyeron viviendas con techo bajo y de una sola habitación (whare), tejidas con plantas y semi enterradas, para protegerlas de los vientos y el frío. Una característica que siguió siendo común en todo el Pacífico fue el marae ātea, un gran espacio abierto de importancia comunitaria, cultural y espiritual alrededor del cual se agrupaban las viviendas.
McKay dice también que, como en toda Oceanía, hay una relación muy fuerte entre las técnicas usadas para construir navíos y aquellas para construir edificios. Luego, McKay dice:
El proyecto colonial de Nueva Zelanda no implicó tanto la adaptación de las formas arquitectónicas europeas a las condiciones de Nueva Zelanda, como la transformación del paisaje para adaptarlo a formas importadas. En Auckland, entonces la capital del país, la primera residencia gubernamental y el Parlamento se hicieron con elementos prefabricados. La mayoría de las primeras viviendas eran cabañas sencillas, despojadas de decoración, a las que de manera gradual se añadían habitaciones, según lo permitían los medios. Casi todas estas primeras casas se construyeron con marcos y revestimientos de madera, como resultado del extenso procesamiento de madera para limpiar tierras de cultivo; aunque, en el sur de la Isla Sur, en particular, se utilizó adobe y otras técnicas de construcción con tierra.
El hierro corrugado (en realidad acero, pero conocido coloquialmente como estaño) se usó en abundancia en los techos e incluso las paredes, ya que podía apilarse y enviarse de manera eficiente a Nueva Zelanda desde las fábricas de Gran Bretaña. Esta era la misma Gran Bretaña de la Revolución Industrial de la que huían en su mayoría trabajadores urbanos y colonos de clase media; para ellos, la tierra en Nueva Zelanda era la respuesta a sus aspiraciones de un estilo de vida agrario y una mejora de la clase social.
Y viene algo curioso: el ejemplo de arquitectura indígena o local más notable en Nueva Zelanda fue concebido y producido después (y en parte) a causa de la colonización británica:
El conflicto entre los maorís y la creciente población de colonos británicos provocó guerras desde la década de 1840 hasta la de 1860. De este conflicto surgió un tipo de edificio sorprendente: la casa de reuniones. Conocida en maorí como whare nui (casa grande) o whare whakairo (casa tallada), la casa de reuniones adaptó materiales y técnicas europeas para competir en escala con las iglesias y proporcionar un lugar para que los maorís se reunieran y pusieran de acuerdo. Las casas de reuniones llegaron a estar muy talladas y decoradas, y suplantaron a los pātaka y las canoas de guerra (waka taua) para convertirse en centros de la sociedad y acervo de identidad en una época de erosión cultural. Hoy en día, las casas de reuniones (con sus grandes patios abiertos y edificios auxiliares, conocidos como marae) son quizás las formas arquitectónicas más importantes que caracterizan la arquitectura y cultura de Nueva Zelanda y la cultura maorí.
Detengámonos en las whare y los edificios auxiliares o marae. Primero, es obvio, porque son “las formas arquitectónicas más importantes que caracterizan a la arquitectura la cultura de Nueva Zelanda”, pero también porque Huia Reriti, nuevo presidente del NZIA, piensa que “sus logros arquitectónicos más personales son los marae que su oficina diseñó en memoria de su abuelo y su abuela.”
En un texto titulado “Anthropology, Maori Tradition and Colonial Process”, que sirve como introducción al número de septiembre de 1998 de la revista Oceania, el antropólogo Jeffrey Sissons explica que la sociedad y cultura maorís han sufrido un proceso de “tradicionalización”:
En contraste con la “invención” o “construcción” de la tradición, términos que implican agencia en un momento particular, la “tradicionalización” se refiere a un proceso a más largo plazo, que comenzó a finales del siglo XIX e involucra una interacción de fuerzas —especialmente la mercantilización y sistematización estatal— y una amplia gama de agentes: líderes y operadores turísticos maorís, funcionarios y artistas estatales, políticos y algún que otro antropólogo.
Esos procesos de “tradicionalización” se pueden ver de manera clara en las marae. Sigue Sissons:
La estructura de los marae (espacios ceremoniales), con sus casas de reuniones talladas y comedores adyacentes, protocolos, organizaciones “tribales” y confederaciones de “canoas” legitimadas por narrativas migratorias, se encuentran entre los ejemplos más conocidos de tradiciones que se transformaron radicalmente en el siglo XIX. Esto no quiere decir que estas tradiciones alguna vez hayan sido, de alguna manera, inauténticas. Simplemente se puede afirmar que, como todas las tradiciones, tienen genealogías tanto en el sentido foucaultiano como en el maorí. Foucaultianos porque su surgimiento refleja nuevas formas de poder/conocimiento asociadas con la formación del Estado colonial; maorís porque son producto de una multitud de alianzas y oposiciones entre parientes que trabajan en contra y dentro de estos nuevos regímenes de poder.
Sissons afirma que las “casas ancestrales” empezaron a construirse hasta el último tercio del siglo XIX, y que en su momento algunas “fueron consideradas estructuras contemporáneas, con un diseño y una decoración que innovaban, y cargadas de significado político” y que, luego, se “volvieron tradicionales” en “un proceso o conjunto de procesos mediante los cuales aspectos de la cultura contemporánea son vistos como sobrevivientes de tiempos pasados.” Sissons explica que “cada vez que hubo oposición militar o religiosa al gobierno colonial durante los años 1860 y 1870, se construyeron casas comunitarias como símbolo de unidad política y resistencia.”
El siguiente paso en el proceso de “tradicionalización” de las whare fue su “estetización y exhibición”. De manera paradójica, esas construcciones que surgen como símbolos de resistencia al poder colonial, fueron tomadas y exhibidas por éste como parte de la “tradición” artística o artesanal local. Sissons pone como ejemplo la casa comunitaria de Mataatua, que la iwi Ngati Awa terminó de construir en el año 1874. Cinco años después, el gobierno colonial ofreció a quienes conforman Ngati Awa exponer la casa comunitaria en una exhibición en Sídney como uno de los mejores ejemplos del arte tradicional maorí, a cambio de una compensación de 300 libras. La casa fue desmontada y vuelta a armar con los interiores hacia afuera, mostrando la rica decoración tallada en las fachadas. Después de esa exhibición, se volvió a desmontar y fue enviada a Londres, donde se guardó en las bodegas del Museo Victoria y Alberto, para luego volverse a armar y exponer en la Exhibición del Imperio Británico de 1924, en Londres; y, de regreso, en Nueva Zelanda, en 1926; y, finalmente, en 1986, cuando los Ngati Awa la reclamaron y, de acuerdo a Sissons, se repolitizó como símbolo de la injusticia colonial.
Pero estas casas comunitarias y ancestrales, las whare, no sólo tienen importancia política y simbólica para la sociedad maorí sino que, según expone el mismo Sissons en otro ensayo, “Building a house society: the reorganization of Maori communities around meeting houses”, transformaron la estructura y organización sociales de los maorís en lo que se conoce como una “sociedad de casas”. El concepto de système à maison o société à maison fue acuñado por el antropólogo Claude Lévi-Strauss en la década de 1970 para referirse a aquellas sociedades cuyas estructuras de parentesco no dependían del linaje y los lazos sanguíneos sino de la “casa”, definida por Lévi-Strauss como: “una persona moral que detenta un dominio compuesto, a la vez, por bienes materiales e inmateriales, que se perpetúan por la transmisión de su nombre, fortuna y títulos, en una línea real o ficticia, tenida por legítima bajo la única condición de que dicha continuidad pueda expresarse en el lenguaje del parentesco o de la alianza y, lo más común, en el de ambos.” Las “casas” establecían así formas de pertenencia y, también, rituales de hospitalidad. Escribe Sissons:
La hospitalidad brindada a los visitantes en un marae puede verse como una forma ampliada de la hospitalidad brindada a los visitantes en viviendas familiares. En ambos casos, el estatus y el prestigio aumentan y disminuyen en relación con las percepciones de generosidad. Sugiero que el desarrollo generalizado de una sociedad de la casa se basa en una asociación universal entre hospitalidad y estatus, que en las sociedades domesticadas se ha centrado en la casa. Las casas son entidades patrimoniales. Pero, más fundamentalmente, también albergan organismos que permiten a los líderes y sus familias representarse a sí mismos de manera práctica y simbólica como personas generosas y de alto valor social.
Algo más sobre las whare y su relación con los maorís, o al revés: los maorís hablan con las whare. En su ensayo “Speaking To and Talking About: Maori architecture”, Michael Linzey explica que en una ceremonia el orador, frente a la marae, la saluda de la misma manera que a las personas ahí presentes. E te whare e tū mai nei, tēnā koe: “saludo a la whare de pie frente a nosotros”. “El whare whakairo, escribe Linzey, suele estar profusamente decorado con figuras humanas tanto realistas como abstractas. En cierto sentido, la casa está hecha, diseñada para que se hable con ella.” Para la mentalidad moderna occidental —y colonial— hablar con un ente no humano y, además, inanimado, como una casa, puede parecer un comportamiento ingenuo, “primitivo”, dice Linzey. Pero el dirigirse de esa manera a la casa —o a otros elementos, san naturales o artificiales, del entorno que habitamos—, continúa Linzey, es una manera de mostrar tanto respeto como interés por aquello que nos trasciende y que no es mero producto de la voluntad humana. Hablar con las casas —ancestrales y comunitarias o no— es distinto a hablar de casas, de vivienda y de arquitectura. Pero es de suponer que quien no habla con las casas y más aún, quien supone que hablar con casas y cosas es un comportamiento primitivo, hablará de casas, de vivienda y de arquitectura de manera distinta a quien sí lo hace.
Tras esta larga serie de notas y citas, regresemos con Huia Reriti, primer presidente maorí del Instituto de Arquitectura de Nueva Zelanda, y lo que esa mención supone para una nueva era en la arquitectura indígena en Nueva Zelanda. Como advertí dos mil palabras más arriba, mi ignorancia sobre los asuntos de Nueva Zelanda es prácticamente total. Pero, entre toda esta información recopilada, se intuyen maneras distintas de lidiar con la construcción de nuestro entorno, por un lado, y de la tradición, por otro, tanto desde la visión indígena como desde la perspectiva colonial.
Más allá de la casa comunal y ancestral, la casa —tanto en el sentido antropológico de Lévi-Strauss como en el cotidiano de vivienda— y su relación con el territorio en que se inserta, fueron afectadas de manera radical por los procesos de despojo del periodo colonial que, como en prácticamente todos los países que han sufrido esa condición, se continúan en una colonización interna que mantiene, si no es que acrecienta la marginación y el despojo de la población indígena y la marginación, cuando no el desprecio de sus saberes.
En las últimas décadas, pese a ser minoría, la población maorí ha aumentado su presencia, de la misma manera que su peso en la vida política y cultural neozelandesa, incluyendo en la arquitectura. Anthony Hōete —primer maorí en obtener su registro como arquitecto, tanto en el Reino Unido como en los Países Bajos— describe el cambio en la arquitectura neozelandesa entre las décadas de 1990 y 2020, donde, además de temas “formales” o de “estilo” —sí, posmodernos o deconstructivistas— y sociales, económicos o políticos, se tratan cada vez más y con mayor profundidad problemas relacionados a la racialización, el racismo y el colonialismo. Para Hōete, la salida apunta a un concepto que le da título a su ensayo —y que ya estaba operando, de seguro, en el juego de fuerzas que produjo la “tradición” de la whare—: transcolonización. Para Hōete, transcolonizar es la única salida viable ante la imposibilidad material de decolonizar el entorno construido.
La noción de transcolonización ha sido desarrollada por el filósofo nigeriano Joseph C. A. Agabakoba quien, en su ensayo “On the Kantian influence in African thought and the notion of trans-colonization” (Estudos Kantianos, 9[2], 2021), escribe que este concepto se trata de una manera de trascender la colonialidad:
sin desechar los elementos utilizables del depósito colonial, sino apropiándose de ellos vía una evaluación racional, así como transformándolos y adaptándolos mediante la creatividad indígena, y fusionándolos con el conocimiento indígena y creando nuevas formas, ampliando las posibilidades y realidades del conocimiento; por lo tanto, emerger más allá de los puntos de partida precoloniales y coloniales en un movimiento cada vez más progresivo: esto es transcolonización o transcolonialidad (y transcolonialismo, según sea el caso).
Para Agabakoba, la transcolonialidad es una manera de “diluir la tensión y el conflicto entre identidad y modernidad”, donde la identidad —así como la “tradición”— es el producto total y complejo de pueblos vivos en los mundos en que viven.
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